La “siempre fiel” isla de Cuba, se prepara para un cambio –todavía indefinido-- pero muy trascendente. Indefinido porque las fuerzas del oficialismo quieren ejecutar una operación de transición hacia el capitalismo sin dar libertad a su pueblo, contradicción que lógicamente deja en abierto el resultado final. Trascendente porque la Nación cubana sale de una autoritaria y empobrecedora revolución socialista y aspira a iluminar los caminos de un futuro de libertades.
El campo político cubano, tradicionalmente maniqueo, de repente ha explotado en disímiles tendencias, ahora que el fracaso del socialismo real se hace evidente para griegos y troyanos. Incluso el cardenalato de la Iglesia Católica Cubana, que hasta el presente se nos presentaba como colaboracionista, comienza a desprenderse de “editores” indeseables al atisbar en el horizonte la clarinada libertaria que sustituirá la larga noche que sufre el pueblo de la isla.
De repente se suceden frecuentes polémicas entre los castristas reciclados, que oportunamente han marcado distancia ideológica de la línea dictatorial, con la esperanza de encontrar un lugar en el futuro democrático que se vislumbra. Nada en contra de defender un “socialismo democrático” --si es que tal entelequia existe-- el problema es hacerlo ahora, cuando la lucha de los opositores y las realidades que antes estos “intelectuales” negaban, ha terminado demostrando la inutilidad marxista que llevo al país a un callejón sin salidas. Levantar la voz ahora todavía es meritorio, pero es criticable no haberlo hecho cuando fusilaban a demócratas.
La llamada “Carta de los 40” dirigida a Obama ha decantado un importante proceso de definiciones en el terreno político cubano, porque la misiva indica inexorablemente la derrota de la ideología comunista en Cuba. Derrota por la cual han luchado cientos de miles de cubanos, muchos ya fusilados, otros sobreviviendo en el mayor ostracismo dentro de la isla, o sufriendo los rigores del destierro. Esos son los verdaderos visionarios, a los que se le quiere escamotear el triunfo, y como “la patria es de todos”, encontramos otra razón para no olvidar a esos patriotas.
Es ingenuo pretender un apoyo popular masivo a negociar con Raúl y sus generales una transición fraudulenta, que implique la continuación de un régimen demostradamente represivo y autoritario. La Nación cubana no son sólo los 40 firmantes de una inconsulta “petición a Obama”. Cuba somos todos. Para cualquier cubano digno es imposible apoyar un equipo gobernante que ha destruido moral y físicamente su país. No va a ser la ambición económica de un negocio fácil para unos pocos la carnada que engañe a la mayoría del pueblo cubano de dentro y fuera de la isla. Sí hay rendición, ¡tienen que irse! Si no la hay, ¡la lucha continúa!
Intentos no han faltado dentro del variopinto escenario actual de la oposición cubana: pidiéndole a Europa un lugar en la mesa de negociaciones; argumentando las ventajas de un cambio fraude que garantice desayuno, almuerzo y comida, pero sin libertad; teorizando sobre la necesidad de un “socialismo democrático” a tono con la izquierda mundial; pidiéndole a Obama el perdón de los opresores de la patria… Todo de última hora. Cuando los miles de campesinos cubanos alzados en armas a lo largo y ancho de la isla en los 60 y los 70 eran fusilados “in situ” ninguna de esas voces se escuchó. Repito, la patria es de todos, y ¡más vale tarde que nunca! pero sin pretender imponer --de nuevo y con otro nombre-- la ideología que destruyó al país.
Ésta es hora de definiciones: ningún cubano digno, ningún opositor consiente del fracaso del socialismo puede apoyar la continuidad en el gobierno de la isla del Partido Comunista Cubano, ni la primacía de la familia Castro y de sus generales, entregándoles la economía cubana para administrar a una dinastía familiar, sin libertades para el resto de la Nación. El problema cubano no es debatir si se debe o no aliviar el embargo contra el opresor; el problema es discutir si se ayuda o no a Raúl y sus generales a continuar oprimiendo a un pueblo sin libertades.
El campo político cubano, tradicionalmente maniqueo, de repente ha explotado en disímiles tendencias, ahora que el fracaso del socialismo real se hace evidente para griegos y troyanos. Incluso el cardenalato de la Iglesia Católica Cubana, que hasta el presente se nos presentaba como colaboracionista, comienza a desprenderse de “editores” indeseables al atisbar en el horizonte la clarinada libertaria que sustituirá la larga noche que sufre el pueblo de la isla.
De repente se suceden frecuentes polémicas entre los castristas reciclados, que oportunamente han marcado distancia ideológica de la línea dictatorial, con la esperanza de encontrar un lugar en el futuro democrático que se vislumbra. Nada en contra de defender un “socialismo democrático” --si es que tal entelequia existe-- el problema es hacerlo ahora, cuando la lucha de los opositores y las realidades que antes estos “intelectuales” negaban, ha terminado demostrando la inutilidad marxista que llevo al país a un callejón sin salidas. Levantar la voz ahora todavía es meritorio, pero es criticable no haberlo hecho cuando fusilaban a demócratas.
La llamada “Carta de los 40” dirigida a Obama ha decantado un importante proceso de definiciones en el terreno político cubano, porque la misiva indica inexorablemente la derrota de la ideología comunista en Cuba. Derrota por la cual han luchado cientos de miles de cubanos, muchos ya fusilados, otros sobreviviendo en el mayor ostracismo dentro de la isla, o sufriendo los rigores del destierro. Esos son los verdaderos visionarios, a los que se le quiere escamotear el triunfo, y como “la patria es de todos”, encontramos otra razón para no olvidar a esos patriotas.
Es ingenuo pretender un apoyo popular masivo a negociar con Raúl y sus generales una transición fraudulenta, que implique la continuación de un régimen demostradamente represivo y autoritario. La Nación cubana no son sólo los 40 firmantes de una inconsulta “petición a Obama”. Cuba somos todos. Para cualquier cubano digno es imposible apoyar un equipo gobernante que ha destruido moral y físicamente su país. No va a ser la ambición económica de un negocio fácil para unos pocos la carnada que engañe a la mayoría del pueblo cubano de dentro y fuera de la isla. Sí hay rendición, ¡tienen que irse! Si no la hay, ¡la lucha continúa!
Intentos no han faltado dentro del variopinto escenario actual de la oposición cubana: pidiéndole a Europa un lugar en la mesa de negociaciones; argumentando las ventajas de un cambio fraude que garantice desayuno, almuerzo y comida, pero sin libertad; teorizando sobre la necesidad de un “socialismo democrático” a tono con la izquierda mundial; pidiéndole a Obama el perdón de los opresores de la patria… Todo de última hora. Cuando los miles de campesinos cubanos alzados en armas a lo largo y ancho de la isla en los 60 y los 70 eran fusilados “in situ” ninguna de esas voces se escuchó. Repito, la patria es de todos, y ¡más vale tarde que nunca! pero sin pretender imponer --de nuevo y con otro nombre-- la ideología que destruyó al país.
Ésta es hora de definiciones: ningún cubano digno, ningún opositor consiente del fracaso del socialismo puede apoyar la continuidad en el gobierno de la isla del Partido Comunista Cubano, ni la primacía de la familia Castro y de sus generales, entregándoles la economía cubana para administrar a una dinastía familiar, sin libertades para el resto de la Nación. El problema cubano no es debatir si se debe o no aliviar el embargo contra el opresor; el problema es discutir si se ayuda o no a Raúl y sus generales a continuar oprimiendo a un pueblo sin libertades.