Antes de que el sastre y toldero portugués Matías Pérez desapareciera en el globo, ya Cuba y Estados Unidos mantenían sólidos nexos, incluído el intercambio cultural, que continúa siendo hoy parte importante de nuestra historia e identidad.
Con solo echar una ojeada podemos encontrar elementos cubanos en la cultura americana y viceversa, tanto así, que “el cubanoamericano” es la máxima expresión de esa fusión étnico cultural entre ambas naciones.
La reciprocidad cultural era frecuente, los artistas iban y venían constantemente. La cosa se complicó durante la primera mitad del siglo XX, cuando ambos gobiernos, y no pienso hacer el cuento de la buena pipa, comenzaron a tener una relación basada en principios políticos tan enfrentados que paradójicamente hicieron del sector de las artes, el de la expresión del espíritu y la creatividad, un prisionero de las circunstancias.
El Gobierno cubano históricamente ha usado el arte y la cultura como engranaje de control social y como influencia, tanto nacional como internacional. Hoy, en la era de la globalización, del internet y las redes sociales, mucho más.
Fue para ello, y para socavar con paciencia y sutileza la polémica ley del embargo, que a finales de los 90s creó la “Batalla de ideas”, una verdadera estrategia que estructuró nuevas caretas.
En 1998, con una economía deprimida y más del cincuenta por ciento de los artistas cubanos desempleados. La estrechez financiera era tal que lograba romper incluso la conexión con la inspiración, y muchos nombres importantes decidieron emigrar. Pero esta vez, el Gobierno cubano no estaba dispuesto a perder tan fácilmente el patrimonio cultural.
Para tal propósito se inventó la figura de “artista independiente”, categoría que aún les permite disfrutar más del destino que del viaje, al darles la posibilidad de, pagando una candidad irrisoria de pesos cubanos, fijar residencia legal indefinidamente fuera de Cuba, incluso en Estados Unidos, sin perder el statu quo.
Otros artistas menos conocidos también lograron encontrar un vericueto legal para, muchas veces amparados en falsos contratos de trabajo que consiguen tejiendo una malla de sobornos, domiciliarse en el exterior de la isla.
Así es como varios actores, escritores, cineastas, músicos, plásticos, bailarines y hasta conferencistas salen de Cuba, como salieron la mermelada de mango, el café y los cascos de guayaba, a producir en libertad. Se instalan en Dominicana, España, Francia, México o cualquier lugar del mundo atados a un sólo grillete, el de no involucrarse en política. Ni opinar.
Al vivir fuera de la isla, estos artistas poseen cuentas en el exterior. Hoy vienen a los Estados Unidos por intercambio cultural, actúan, triunfan con poses de alpinistas urbanos encumbrados, y aunque ninguno lo diga, nada les impide cobrar. La ley del embargo sanciona enviar dólares a Cuba; no así al resto del mundo.
Como cubano, no me gusta estimular el clima de hostilidad que nos separa como pueblo y que además sirve de plataforma política y económica a grupos que nos manipulan desde ambas orillas del estrecho floridano. Creo que el contacto con los exponentes de la cultura, llegados desde la isla es una buena cosa. Estoy a favor del intercambio; pero no de esta mentira que lo convierte en contrabando.