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En la Cuba de los 70s el historiador Manuel Moreno Fraginals provocó al poeta José Lezama Lima con sus nociones científicas de moda, presumiendo sobre las leyes objetivas de la transición colonia/seudo-república/revolución, desde el trapiche de los esclavos hasta las cortadoras de caña de los eslavos, las hoy ya olvidadas KTP soviéticas. Exhalando el contrapunteo asmático de su tabaco, Lezama Lima replicó a Moreno Fraginals no sin ironía marxista de católico a conveniencia: ah, ¿pero cuándo contaremos con una historia cualitativa?
¿Carecemos los cubanos de esas miradas que, al margen del rigor académico y la erudición autoral impliquen también una ética? ¿Es concebible una economía cualitativa, que escape de comparar porcientos y profits, y tendencias que siempre dan la razón al expositor? ¿Es impensable una política cualitativa, que rebase lo pedestre de nuestra praxis patria? ¿Y una sociología cualitativa, sin determinismos ideológicos ni fundadores infalibles? En fin, la antropología de un cubano con cualidades: multi-dimensional, subjetivo, liberado de los consensos que nos han impuesto a ritmo de conga?
No por gusto la pregunta del Maestro no obtuvo entonces respuesta del Profesor. Hoy, a ras de las reformas raulistas, en un escenario cambiante a capricho, que esconde el control de un clan mientras se inventa una imagen de legitimidad, ¿Moreno Fraginals presumiría de las leyes objetivas de la transición del comunismo al capital? ¿Y Lezama Lima le replicaría con un: ah, ¿y contaremos en Cuba con un capitalismo cualitativo? La poesía pregunta imposibles que la historia conoce, pero no le conviene contestar.
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Los cubanólogos, por vocación o encargo, discuten hoy sus tesis sobre la Isla. Apuestan por los cambios cuantitativos desde el poder, obviando consultar la voluntad del pueblo cubano. Para muchos la Revolución es víctima y no victimaria y, como tal, le asiste su derecho a no desaparecer. De hecho, sobre todo en la academia norteamericana, el anti-castrismo prácticamente constituye harassment intelectual.
Asimismo, a los cubanos no nos quedaría otra que colaborar con el gobierno en la construcción de un capitalismo bajo control que ya es irreversible, sin dejar de ser “irrevocable” el carácter socialista de nuestra Constitución. En esta transición de tramoya, de memoria corta donde el horror fue a lo sumo un error, la libertad es un lastre con riesgo de terminar en debacle. Y esta astuta amenaza de muerte nos obliga a una lealtad como sustituta post-socialista de la legalidad.
No se manda un país como si fuera un campamento, le dijo otro poeta a otro general. Pero los uniformados de verde-oliva, ahora con traje y corbata de segunda generación, convirtieron en campamento al país, para no contradecir aquella sentencia a Máximo Gómez de José Martí. El ciudadano sobra, el soldado salva: el desinterés del uno se somete a la disciplina del otro. Al 2018 lo anuncian como el nuevo 1958. Tras 60 años de poder inconsulto, la biología por fin anuncia un calendario sin Castros. Después de esperar lo mucho, los cubanos podemos esperar lo poco, acostumbrados a una cuestión de familia entre una sexóloga parlamentaria y un coronel —como Putin— del Ministerio del Interior. Encargada de la reproducción la una y de la represión el otro; del placer ella y del poder él; la académica y el castrense, la diplomacia y el descaro; la mascarada y la maldad.
La lógica invertida de invertir en semejante Cuba es que, detrás de la plusvalía, se precipita el pluripartidismo: los vouchers propiciando las votaciones; la barbarie borrada a golpes de banco; del Ché a la chequera. “Lobos con pieles de cordero”, podría llamarlos el laico Lenier González, como antes a los disidentes sin Dios, porque la nave de la nación zozobra entre un frente de acción económica afuera y otro de resistencia pacífica al interior.
Acaso para evitar tales sospechas, los empresarios extranjeros no ostentan de sus ganancias a costa del mercado cautivo insular. Invierten casi con ánimos humanitarios, aunque a la postre se le decomisen sus bienes y no pocos terminen deportados, presos, o muertos de infarto durante los interrogatorios con los órganos de Seguridad. En el caso de los exiliados cubanos, ni siquiera se les invita en plenitud de derechos para residir en su propio país. Y esa ilusión de invertir en la Isla, como nostalgia o labor-terapia, la justifican con que el dinero dinamiza a las dictaduras mucho más que la dinamita. Si no pudimos vivir en democracia, al menos tendremos una dictacracia. Empresas de partido único y oposición de oropel. Como quien va a trazar un garabato norcoreano y le sale un exquisito caligrama chino. O como en aquellos animados de infancia, donde un Tirano es vencido por un antílope dorado, que lo ahoga lanzándole monedas, convertidas en barro cuando el rajá se sacia y grita: ¡ya basta!
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Cuando oigo hablar de economía, echo mano a mi pistola.
Paradojas primermundistas. La posible candidata demócrata a la Casa Blanca le susurra al Presidente Obama en el último de sus hard choices: levante el embargo a Cuba, porque afecta nuestra agenda amplia latinoamericana. Y el de la Cámara de Comercio viaja a un país presidido por un general que durante décadas denigró las cámaras de comercio, y le dije: yes, you can.
La economía es demasiado importante para dejarla en manos de los economistas.
Directivos del goliat Google aterrizan en el reino en ruinas de David, y los reciben en un búnker de la censura digital, la Universidad de Ciencias Informáticas, cuna de la Operación Verdad, donde se desprestigia a los cubanos convencidos de que todavía es posible una vida en la verdad. ¿Cómo googlear a un gobierno, como el perro del hortelano, ni nos conecta ni deja que nos conecte otro?
Dentro de la economía, todo.
El presidente de una organización continental que desde 2009 le implora a Cuba su re-inserción, va a La Habana y no se atreve a preguntar la causa de ese desprecio. Lo acompaña un Secretario General que se pela sin interpelar a las autoridades por las decenas de detenciones ilegales durante su visita.
Fuera de la economía, nada.
Ex brigadieres del ejército y agencias de inteligencia, embajadores ante la OTAN, la OEA, y la Oficina de Intereses en La Habana (en su momento lapidados por la propaganda castrista como torturadores, golpistas, agentes de la guerra sucia anti-cubana, y un extremista etcétera). Halcones esta vez con plumas de cordero, que suscriben no un ultimátum no a su archienemigo del hemisferio, sino al Presidente que tendió su mano al Caribe y ha recibido a cambio un puño cerrado, incluido el contrabando de armas, el secuestro de un rehén estadounidense para canjearlo por talibanes cubanos, lo pactos con los enemigos de la democracia y el mercado, y los atentados de Estado contra nuestros Premios Andrei Sajarov a la Libertad de Pensamiento: Laura Pollán y Oswaldo Payá.
Economía o muerte, venderemos.
Contrario a la estampida de los cubanos en la novela Todos se van de Wendy Guerra, a Cuba todos vienen, todos invierten a la primera oportunidad. Nadie quiere perder su porción de pastel despótico ya a punto de transición.
4
Las inversiones son urgentes para el despegue material de un país, pero no debiera invertirse a cualquier precio político, so pena de caer en economicismos que nos dejan igual de dependientes del exterior y no menos vulnerables a la impunidad interior. La soberanía en esas condiciones es un chiste.
El capital foráneo no ha traído democratización a la Isla, pero impedir invertir tampoco ha sido fuente de libertad política. Siendo su contraparte, las inversiones son a su vez como el embargo comercial de Estados Unidos a Cuba: no han influido en el bloqueo ciudadano del castrismo contra los cubanos. Oswaldo Payá creía en una redención de la persona humana que trascendiera tanto al Estado como al mercado. Y esa simple visión ética se hizo cualitativamente impracticable para un poder a perpetuidad, así cuente con la complicidad de la mayoría de la nación. Porque si un pueblo elige a un líder y un partido únicos, ese líder y ese partido únicos están entonces en el deber moral de relativizar esa ceguera cuantitativa, no de entronizarse en ella. Junto al anglicismo de una “oposición leal”, los cubanos merecemos un gobierno leal al pueblo que se retire, de acuerdo con una ley lógica, incluso por encima de la voluntad popular.
Por ahora, a la iniciativa privada en Cuba no le asisten sus derechos de asociación, propiedad, participación, expresión, ni de medios de producción. Los cuentapropistas cubanos exhiben su inverosimilitud hasta en Washington DC, pero en la Plaza de la Revolución sólo pueden marchar en masa con sus pancartas de propaganda. No se les invita a invertir en Cuba y por eso sus licencias son prebendas coyunturales. Cuando acumulan liquidez, según tiende a invertirse nuestra pirámide poblacional, escapan sin armar escándalo, pues es preferible un país de paso: el post-totalitarismo como post-trampolín. Ese plebiscito con los pies es imparable, con inversión o sanción, con insolidaridad o injerencia. De tanto exportar guerrillas y guerras, aprendimos a pelear nuestros pesos de costas afuera, dejándonos explotar por los taxs antes que disfrutar de la Seguridad del Estado (o padecerla, si es con mayúsculas).
Al inicio de la Revolución, desde ese paternalismo de ir mintiendo sobre la marcha, Fidel Castro aplicó a rajatabla su ritornelo de “elecciones, ¿para qué?”, “armas, ¿para qué?”, “amnistía, ¿para qué?”, entre otros “¿para qué?” que vaciaron todo sentido previo de nuestra nacionalidad. La Revolución no sólo se instauró por decreto como fuente de derecho, sino como criterio de la razón. Todo sobraba entonces: el dinero, para empezar. A ese mismo octogenario filantrópico, pues, debiéramos provocarlo en público antes que la senilidad se anticipe a sus cenizas: “inversiones, ¿para qué?”
Y acaso él replicaría con una parodia de aquel plagio suyo del fascismo europeo: invertid en Cuba, no importa, la historia los confiscará.
Publicado en el blog Lunes de Post-Revolución el 1 de agosto de 2014.