No recuerdo exactamente qué estaba haciendo el viernes 22 de noviembre de 1963, pero ya ese día tenía la sospecha de que estaba embarazada, de mi primera hija, que nació el 1 de agosto de 1964. Aunque las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, y en particular entre Fidel Castro y John F. Kennedy no eran nada buenas, la noticia llegó enseguida a la isla.
Me enteré por la radio, el principal medio de comunicación que teníamos en mi hogar. Entonces vivía con mis padres en el segundo piso de un viejo edificio situado en Romay entre Monte y Zequeira, Cerro. Si queríamos ver televisión, teníamos que ir a casa de Eloísa, una vecina que residía en la acera de enfrente (televisor no tuvimos hasta 1977).
La gente claro que lo sintió. Más allá de los rifirrafes políticos, de la crisis de octubre en 1962, y de los discursos y descalificaciones de Castro, el carisma de Kennedy se mantuvo. A los cubanos nos caía bien.
Y no me equivoco si digo que en el 2000, 37 años después de su asesinato, aparte de la trama central, la crisis de los misiles, el personaje de John F. Kennedy interpretado por Bruce Greenwood, haría que Trece Días fuera uno de los filmes más vistos por los habaneros. En videos que alguien traía de afuera o alquilados en los numerosos bancos ilegales existentes en barrios de toda la ciudad.
Volviendo a La Habana. En marzo del 62 se habían implantado dos libretas de racionamiento, una de alimentos y otra de productos industriales. Así que cuando mataron a Kennedy, pensábamos que las libretas serían algo transitorio, provisional. Pero no. El racionamiento, como el comandante, habían llegado para quedarse. Pero debo reconocer que en 1963 todavía por la libreta distribuían cuotas de carne de res, leche de vaca, mantequilla y butifarras.
En las tiendas ya era difícil encontrar buenas piezas de ropa o zapatos, remanentes de apenas cinco años atrás, de la época dorada del comercio capitalino. Y a los cubanos no nos quedó más remedio que empezar a vestirnos con lo que iba quedando en nuestros closets y escaparates. A la mayoría de los dirigentes les dio por vestir a lo Mao, con zafaris de colores grisáceos o camisas elaboradas en Ariguanabo, que eran repartidas por cupones a los trabajadores.
La uniformidad en el vestir se extendió a otros ámbitos de la sociedad. Pero fue en la cultura y en el periodismo donde más daño hizo. No solo por lo gris y monótono, si no por la influencia del realismo socialista, una de las tantas herencias soviéticas que a lo largo de varias décadas tuvimos.
En 1963, la presencia de los 'bolos' ya era notoria en la vida diaria del cubano. Todavía, por suerte, seguían funcionando cabarets y clubes, y por pesos cubanos podías disfrutar en vivo de Elena Burke, Ela O'Farrill, La Lupe, Freddy, César Portillo de la Luz, José Antonio Méndez, Bola de Nieve o los dos Frank, Domínguez y Emilio. O comer en el Monseñor, tomarte un daiquirí en el Floridita o alojarte en el Capri, Riviera, Nacional o Habana Libre. También, comerte una frita o tomarte un helado en un puesto de chinos.
Pero ha sido en Suiza, por reportajes de la BBC y CNN, cuando he podido ver en detalles lo que pasó en Dallas aquel viernes 22 de noviembre de 1963.
Me enteré por la radio, el principal medio de comunicación que teníamos en mi hogar. Entonces vivía con mis padres en el segundo piso de un viejo edificio situado en Romay entre Monte y Zequeira, Cerro. Si queríamos ver televisión, teníamos que ir a casa de Eloísa, una vecina que residía en la acera de enfrente (televisor no tuvimos hasta 1977).
La gente claro que lo sintió. Más allá de los rifirrafes políticos, de la crisis de octubre en 1962, y de los discursos y descalificaciones de Castro, el carisma de Kennedy se mantuvo. A los cubanos nos caía bien.
Y no me equivoco si digo que en el 2000, 37 años después de su asesinato, aparte de la trama central, la crisis de los misiles, el personaje de John F. Kennedy interpretado por Bruce Greenwood, haría que Trece Días fuera uno de los filmes más vistos por los habaneros. En videos que alguien traía de afuera o alquilados en los numerosos bancos ilegales existentes en barrios de toda la ciudad.
Volviendo a La Habana. En marzo del 62 se habían implantado dos libretas de racionamiento, una de alimentos y otra de productos industriales. Así que cuando mataron a Kennedy, pensábamos que las libretas serían algo transitorio, provisional. Pero no. El racionamiento, como el comandante, habían llegado para quedarse. Pero debo reconocer que en 1963 todavía por la libreta distribuían cuotas de carne de res, leche de vaca, mantequilla y butifarras.
En las tiendas ya era difícil encontrar buenas piezas de ropa o zapatos, remanentes de apenas cinco años atrás, de la época dorada del comercio capitalino. Y a los cubanos no nos quedó más remedio que empezar a vestirnos con lo que iba quedando en nuestros closets y escaparates. A la mayoría de los dirigentes les dio por vestir a lo Mao, con zafaris de colores grisáceos o camisas elaboradas en Ariguanabo, que eran repartidas por cupones a los trabajadores.
La uniformidad en el vestir se extendió a otros ámbitos de la sociedad. Pero fue en la cultura y en el periodismo donde más daño hizo. No solo por lo gris y monótono, si no por la influencia del realismo socialista, una de las tantas herencias soviéticas que a lo largo de varias décadas tuvimos.
En 1963, la presencia de los 'bolos' ya era notoria en la vida diaria del cubano. Todavía, por suerte, seguían funcionando cabarets y clubes, y por pesos cubanos podías disfrutar en vivo de Elena Burke, Ela O'Farrill, La Lupe, Freddy, César Portillo de la Luz, José Antonio Méndez, Bola de Nieve o los dos Frank, Domínguez y Emilio. O comer en el Monseñor, tomarte un daiquirí en el Floridita o alojarte en el Capri, Riviera, Nacional o Habana Libre. También, comerte una frita o tomarte un helado en un puesto de chinos.
Pero ha sido en Suiza, por reportajes de la BBC y CNN, cuando he podido ver en detalles lo que pasó en Dallas aquel viernes 22 de noviembre de 1963.