El desgarrador testimonio de Aldo Chaviano Rodríguez, guerrillero del Escambray contra la dictadura totalitaria, es una dolorosa muestra de la crueldad y vesania del castrismo, que el escritor José Antonio Albertini relata con visos de ficción en su obra atemporal "Un día de viento".
Chaviano y 23 compañeros recibieron una petición fiscal de pena de muerte en los pabellones de Isla de Pinos. Meses después fueron trasladados a Santa Clara, con excepción de Cristóbal Airado, a quien le dijeron: “te salvaste de una buena”. La condena había sido dictada antes del juicio.
Permanecieron en el G-2 de Santa Clara varios días. Fueron separados del grupo Makario Quintana Carrera, “Pata Plancha” y Aquilino Cerquera. Al día siguiente los 21 restantes fueron conducidos al campo de concentración de El Condado y encerrados en una celda.
Les entregaron una nueva petición fiscal también con pena de muerte. Horas después, cuando almorzaban, fueron informados de que era su última comida, a la vez que les mostraron los cadáveres de Quintana y Cerquera, que antes de ser fusilados fueron paseados por la ciudad de Trinidad en un camión con altoparlante, invitando a la ciudadanía a presenciar la ejecución de los dos prisioneros.
Al día siguiente fueron conducidos a la Torre vieja de Iznaga, hasta un campamento militar en el que hicieron la caricatura de juicio. Los 21 fueron sentados en el comedor de la base. El fiscal del Tribunal Militar fue el sádico y brutal Humberto Jorge. Presidía el capitán Pinto Abeledo, el resto eran comandantes, capitanes, todos oficiales de tropa y del G-2, más de 500 guardias de custodia y varias mujeres y hombres como testigos de cargo.
Llegó un camión con las cajas en las que iban a ser sepultados y les dijeron: "miren, para que las vean, ahí están". Según Chaviano el objetivo de aquella exhibición era para ver si alguno de los acusado se atemorizaba, pero afirma que no fue así, "que la gente se portó muy bien".
Cuenta que el juicio duró 12 horas, y que les dieron agua en una latica con un palito, permanecían amarrados a la espalda y un miliciano los aguantaba por cada mano aunque estaban atados, recuerda que como a la una de la madrugada el tribunal se retiró para deliberar. Regresó 15 minutos después, anunciando la sentencia a muerte de 21 personas, pero Chaviano rectifica su relato al decir que fueron 23 las condenas, porque allí también se celebró el juicio de los dos que habían sido fusilados con anterioridad.
Les informaron que tenían derecho a apelar. Supuestamente las apelaciones se decidían en un tribunal superior en la capital, pero en pocos minutos regresaron con la sentencia definitiva. Seguían atados a las espaldas en plena madrugada, y entre las lomas en las que habían peleado contra el comunismo, las sentencias fueron dictadas una a una. Recuerda Chaviano -tenía entonces 20 años de edad- que en aquella interminable relación de condenados a muerte escuchó su nombre y el del otro sobreviviente, Eladio Romayor Díaz. Ambos fueron sentenciados a 30 de prisión.
Pudo conversar con dos de los que iban a fusilar, Líster Álvarez y Blas Rueda. Este último le dio un objeto para su padre que pudo entregarle 26 años después a su hermano.
"A los 19 hombres los amarraron pegados a la cerca. Empezaron a gritar “abajo el comunismo” y varias cosas más. Ellos llevaron para que presenciaran la ejecución a los acusadores, testigos, a todo el público. Pusieron tres camiones para alumbrar el lugar escogido para la matanza. Cuenta que hubo muchos disparos, y el tiro de gracia nunca fue uno, menciona a Carlos Brunet uno de los fusilados, que quedó de pie aunque recibió muchos disparos.
"A veces no te dan bien y no caes. Fueron una tonga de tiros, si no te vas con uno, te vas con dos, con tres. Participaron varios oficiales, no es eso que tú vez en las películas. Los comunistas no hacen eso, a ellos les conviene poner una pila de oficiales. Ellos les tiraron con armas automáticas a todos".