Sobrecumpliendo las metas de los libros programados para entregar a imprenta, ya está reglamentada la presencia en todas las estanterías de libreros cuentapropistas, bibliotecas; ya sean provinciales, escolares, universitarias y hasta de círculos infantiles, librerías y consulados de Cuba en el exterior, la segunda edición de “Historia de una gesta libertadora, 1952-1958”.
¿La razón? El ex-presidente Fidel Castro redactó el prefacio de este adormecedor legajo que, aburrido como funeral, fue escrito por Georgina Leyva Pagán, esposa y compañera de vida del miembro del Comité Central del Partido y octogenario integrante del llamado Ejército Rebelde, Julio Camacho Aguilera, a quien muchos santiagueros seguramente recuerdan por su ineficiente gestión como primer secretario del partido en Santiago de Cuba, entre 1985 y 1987, tanto así que generó una contagiosa conga popular a modo de guasa que decía: «Ay Camacho, Camacho, todo el tiempo estamos borracho»
Tan épico vademécum no es un estudio analítico (o autonalítico) sobre las nocivas consecuencias que el uso indiscriminado del alcohol trae a la salud intelectual de un funcionario estatal. Es un compendio selectivo y testimonial en el cual, sin apenas separar culpabilidad e inocencia, afloran una serie de datos que con extraordinaria invención, teñida con algo de imaginación, le permiten al lector confundir una vez más el temple de aquel grupo de hombres que decidieron torcer para mal, el rumbo económico, político y social de nuestra caribeña isla.
Con gestos de teatralidad, propios de algún sobresaliente discípulo de Bertolt Brecht o Konstantín Stanislavski, la editora de tan ominoso mamotreto no leyó los fragmentos del mismo sino centró su atención en la antorcha ceremonial de un proemio inevitable. "Gina en su libro, me ayudó a recordar y comprender con más precisión el pensamiento que me impulsaba en aquellos intensos años que viví, aunque sí estoy consciente de que más que un prólogo estoy escribiendo un capítulo de la historia”
Cualquiera podía presagiar lo que sucedió después. El ex líder y convaleciente, pero aún poderoso prologuista, le usurpó con grotesca desfachatez el protagonismo a la autora, que temblorosa sólo pudo concluir "El Comandante en Jefe, con su prólogo, viste de largo mi humilde libro". Y claro, la biodiversidad circundante, con su habitual dosis de ponderación y dramatismo, aplaudió.
No fue sorpresa que al lanzamiento del estrepitoso prólogo, pues el libro paso a un segundo plano, asistieran José Ramón (El gallego) Fernández, ex ministro de educación e impúdico carcamal de profesión; José Ramón Balaguer, excelente karateca, terrible galeno, pero hombre diestro en medir la presión de la politiquería nacional; y Guillermo García Frías, que en realidad, debido a su constante carencia de receptividad literaria, nadie sabe aún qué hacía en aquel lugar, una librería, lo que evidenció serias grietas en la estrategia de control.
Quizás Guillermo solo estaba practicando su acostumbrada y tranquila subversión.
También estuvieron presentes Miguel Barnet, Abel Prieto, Rafael Bernal y otros ventajistas que cautivos de un sistema inútil, para convivir al margen de la necesidad popular, optan por fingir y/o formar parte de ese gran rebaño de ovejas que obedece a la voz del pastor, incluso cuando este está ausente.
¿La razón? El ex-presidente Fidel Castro redactó el prefacio de este adormecedor legajo que, aburrido como funeral, fue escrito por Georgina Leyva Pagán, esposa y compañera de vida del miembro del Comité Central del Partido y octogenario integrante del llamado Ejército Rebelde, Julio Camacho Aguilera, a quien muchos santiagueros seguramente recuerdan por su ineficiente gestión como primer secretario del partido en Santiago de Cuba, entre 1985 y 1987, tanto así que generó una contagiosa conga popular a modo de guasa que decía: «Ay Camacho, Camacho, todo el tiempo estamos borracho»
Tan épico vademécum no es un estudio analítico (o autonalítico) sobre las nocivas consecuencias que el uso indiscriminado del alcohol trae a la salud intelectual de un funcionario estatal. Es un compendio selectivo y testimonial en el cual, sin apenas separar culpabilidad e inocencia, afloran una serie de datos que con extraordinaria invención, teñida con algo de imaginación, le permiten al lector confundir una vez más el temple de aquel grupo de hombres que decidieron torcer para mal, el rumbo económico, político y social de nuestra caribeña isla.
Con gestos de teatralidad, propios de algún sobresaliente discípulo de Bertolt Brecht o Konstantín Stanislavski, la editora de tan ominoso mamotreto no leyó los fragmentos del mismo sino centró su atención en la antorcha ceremonial de un proemio inevitable. "Gina en su libro, me ayudó a recordar y comprender con más precisión el pensamiento que me impulsaba en aquellos intensos años que viví, aunque sí estoy consciente de que más que un prólogo estoy escribiendo un capítulo de la historia”
Cualquiera podía presagiar lo que sucedió después. El ex líder y convaleciente, pero aún poderoso prologuista, le usurpó con grotesca desfachatez el protagonismo a la autora, que temblorosa sólo pudo concluir "El Comandante en Jefe, con su prólogo, viste de largo mi humilde libro". Y claro, la biodiversidad circundante, con su habitual dosis de ponderación y dramatismo, aplaudió.
No fue sorpresa que al lanzamiento del estrepitoso prólogo, pues el libro paso a un segundo plano, asistieran José Ramón (El gallego) Fernández, ex ministro de educación e impúdico carcamal de profesión; José Ramón Balaguer, excelente karateca, terrible galeno, pero hombre diestro en medir la presión de la politiquería nacional; y Guillermo García Frías, que en realidad, debido a su constante carencia de receptividad literaria, nadie sabe aún qué hacía en aquel lugar, una librería, lo que evidenció serias grietas en la estrategia de control.
Quizás Guillermo solo estaba practicando su acostumbrada y tranquila subversión.
También estuvieron presentes Miguel Barnet, Abel Prieto, Rafael Bernal y otros ventajistas que cautivos de un sistema inútil, para convivir al margen de la necesidad popular, optan por fingir y/o formar parte de ese gran rebaño de ovejas que obedece a la voz del pastor, incluso cuando este está ausente.