Es un hecho que la pobreza permanente va creando distorsión en la capacidad de percepción. El ejemplo más palpable de esto lo tenemos los cubanos en los juicios de valor sobre la supuesta "riqueza" de algunos, partiendo de su comparación con la miseria propia, que es el estado general de la nación.
Es común que los pueblos y ciudades de las provincias vean en la capital del país el referente de la riqueza que no disfrutan ellos mismos. Visto de una manera superficial, cualquier observador diría que Cuba no es una excepción en esto, porque es sabido que las capitales de todos los países absorben una gran cantidad de inmigración de diversos puntos de sus propias geografías nacionales, atraída por las mejores posibilidades de trabajo, de opciones culturales y de otras muchas posibles oportunidades que se ofrecen en las urbes más desarrolladas y cosmopolitas.
Pero el rasgo distintivo en el caso cubano es que La Habana, lejos de simbolizar una promesa de prosperidad o el eventual cumplimiento de los sueños de cualquier inmigrante del interior, es una capital empobrecida y ruinosa, cuyo único y dudoso atractivo es que, al ser igualmente la capital del turismo, del contrabando y de la corrupción –actualmente las fuentes más promisorias e inmediatas de ingresos medianamente jugosos para quienes no cuentan con el alivio de las remesas de familiares emigrados al exterior– constituye la meca para quienes huyen de los más estrechos horizontes provincianos.
La Habana es la ciudad con mayor afluencia de turismo internacional y, en consecuencia, la que concentra la mayor cantidad de negocios particulares prósperos, cuyos dueños han podido concentrar un capital relativamente elevado y cuyos empleados reciben una remuneración muy superior a la de los empleados estatales, por lo que disfrutan de un nivel de vida muy superior al de la mayoría de los cubanos. Éstos han llegado a constituir un sector que percibe el ambiente de mediocridad y pobreza general que se respira en la Isla como un freno a su capacidad de consumo y a su desarrollo personal.
Al margen de la proliferación de restaurantes, cafeterías, salones de belleza, o rentas a turistas extranjeros y a turbios negociantes nacionales, la extensa geografía capitalina ofrece refugio y anonimato a los inmigrantes provincianos que sobreviven en un precario equilibrio de doble ilegalidad: la que les confiere la ley (Decreto 217) –que les prohíbe expresamente permanecer en La Habana tras un determinado tiempo si no tienen una dirección de residencia y un trabajo en la capital–; y la que se deriva de esta: la imposibilidad de acceder legalmente a un puesto de trabajo si no se tiene dónde residir en la ciudad. Un círculo cerrado que, salvo excepciones, condena a la marginalidad y a la exclusión a los inmigrantes del interior que deciden establecerse en "la capital de todos los cubanos".
Las deformidades económicas sumadas a las exclusiones sociales y a las aberraciones jurídicas que hacen de un cubano de provincias "un indocumentado" en su propio país de nacimiento han incidido así en el surgimiento de un cisma profundo entre sectores sociales según su lugar de nacimiento, su acceso a puestos laborales ventajosos o a fundar negocios particulares y sus posibilidades de consumo. De esta manera, ha surgido un fragmento de "nuevos ricos", representado por quienes tienen alguna vía de ingresos varias veces superior a la del cubano promedio, que se percibe a sí mismo como un grupo diferenciado de esa masa marginal y misérrima, muchas veces forzada a delinquir para garantizar su supervivencia.
Ahora bien, en una economía en ruinas, donde no existen garantías jurídicas para nadie, donde las leyes del mercado son apenas un chiste y las autoridades tienen el control total de vidas y haciendas, resulta disparatado hablar de una "creciente clase de cubanos ricos". Cuando más, podríamos estar frente a un protoempresariado que pugna por sostenerse y defender un limitado espacio propio de cara a eventuales y verdaderos cambios que le permitan mayores vuelos; pero que ya comienza a desmarcarse socialmente de los sectores más desfavorecidos y a crear sus propios nichos.
Si alguna clase es "creciente" en Cuba, es la de los excluidos y la de los misérrimos.Que en el interior de Cuba la pobreza se haya multiplicado, que exista un casi nulo nivel de acceso a Internet, menos teléfonos celulares o infinitamente mayores problemas con el transporte, la alimentación, las redes hidráulicas o eléctricas, por no hablar de los servicios médicos o de otra naturaleza, no hace de la capital un emporio de ricos que de manera espontánea o natural desprecien a los inmigrantes de otras provincias.
Es el mismo Gobierno que destierra a los inmigrantes que llegan a la capital, deportándolos a sus lugares de origen, quien les priva de sus legítimos derechos como nacionales de esta Isla. Gobierno que, por demás, nos coarta los derechos a todos al negarnos las libertades económicas, políticas y sociales refrendadas en los Pactos de la ONU, firmados en febrero de 2008, pero nunca ratificados.
El desdén de muchos habaneros hacia los llamados "palestinos", nacidos en las provincias orientales donde se concentran la mayor pobreza y falta de expectativas, es apenas un botón de muestra del desprecio que siente el propio Gobierno por todos los cubanos. Dejemos de animar rencores entre nosotros cuando tenemos un verdugo común.
(Publicado originalmente en 14ymedio el 16/04/2015)