Una época traumática. Así califico al período especial, ese lapso de tiempo que comenzó cuando tenía 9 años, y que aún no ha terminado. No hubo un día ni un mes que marque exactamente la fecha de su inicio. Tampoco hay esperanza de cuándo acabará. Lo cierto es que marcó una línea indeleble en mi memoria infantil.
Estantes vacíos en bodegas y mercados y reducción de la cuota subsidiada. Resultado: un cambio radical en los hábitos alimenticios y en el vestuario. Había habido un antes, cuando con 0.40 centavos podías comprar chucherías: coquitos y yemitas a medio (0.05 centavos) y helados a 0.15 centavos. De pronto desaparecieron las manzanas, los panquecitos, las pasas, las chucherías, y hasta el papel cartucho.
Recuerdo a mi abuelo sentado en la sala fumando brevas (hojas de tabaco). Se las llevaba a la boca, sujetas con un gancho de pelo para aprovecharlas hasta lo último. El pobre, siempre se quedaba con las ganas.
En la cocina, mi madre, aumentaba el arroz con pedacitos de papa, fideos, calabaza, col... para que alcanzara para todos. Y yo llorando en la puerta de la casa, y ella junto conmigo, porque no tenía leche que tomar y se me iban a caer los dientes.
Después llegaba el triste y único pan nuestro de cada día, marcábamos dos y tres veces en una cola que se formada a partir de la una de la tarde, para a las 7 de la noche coger el pan que sobraba por la libre, a razón de dos por persona.
En la carnicería, si entraba algo, “parecía que iba hablar Fidel”, como entonces se decía. La voz corría por el barrio y la gente salía corriendo para la carnicería. No importa lo que fuera, se hacían largas colas hasta por la pasta de oca, una masa que cocida en baño maría salía una especie de jamón-nada. Única forma de digerirla.
Casi se extinguieron los gatos, hay la gente decía que sabían igual que los conejos. “Ojos que no ven corazón que no siente”: los perros, descuerados, se hacían pasar por carneros, y la azúcar quemada por puré de tomate.
A cada rato cierro los ojos y me ubico en aquella época. Todo lo recuerdo. Se acabó el "yo quiero esto", y comenzó el "esto es lo que hay". Sin introducciones previas ni períodos de adaptación. De pronto todo cambió. Un castigo sin haberme portado mal.
II
Si en la niñez el período especial me marcó profundamente, más lo hizo en mi adolescencia. Nunca olvidaré mi primera menstruación, con trapos doblados y mucho ardor.
En las farmacias comenzaron a vender, por la libreta de racionamiento, un paquete de Íntima (Kotex) por cada adolescente y mujer, previamente censadas. Cada uno traía 10 almohadillas sanitarias, cantidad insuficiente. Mi madre se sacrificó y las que a ella le tocaba, me las daba a mí.
No hubo fiesta cuando cumplí los 15. Tampoco fotos. Solo un vestido de uso, que costó 300 pesos, los ahorros de seis de mi mamá. Para la ocasión, por la libreta tuve derecho a comprar 5 cajas de cerveza, un cake, 50 panes, 5 botellas de ron y 5 de sirope de refresco. Por 40 dólares vendimos las 5 cajas de cerveza, y con el dinero compramos un par de zapatos y una blusa para mí, un pantalón para mi mamá y un par de tenis para cada uno de mis dos hermanos.
Mi primera salida nocturna fue a una disco-vianda. En el agromercado del barrio, donde ponían música grabada. Una odisea para elegir la ropa de noche. No había para escoger, pero era necesario combinar para no repetir la misma usada el fin de semana anterior. El creyón labial se mezclaba con lápiz para ojos, y así obteníamos diferentes tonalidades para el maquillaje.
Los zapatos eran los mismos de ir a la escuela. Los pobres no podían más, salían andando solos cuando me los quitaba. Como eran blancos, los pintaba con pasta de diente Perla, la que nos tocaba por la libreta, también usada como remedio para la acidez. Al final terminaron negros, teñidos con una tinta de "fórmula especial": con el tizne que producía el fogón de keroseno en las cazuelas, mezclado con alcohol.
Los zapatos nuevos venían cuando los viejos no admitieran otro remendón. Las puntillas me tenían agujereados los pies ¡A un gustazo, un trancazo! Como quería divertirme, tenía que aguantar. Por suerte, en la disco la oscuridad disimulaba los remiendos del atuendo.
De una vez nos tomábamos un trago de 'chispa de tren', como al ron de mala muerte le decían. Para quitarnos la pena, mejor dicho, la vergüenza. Pese a todo, la noche era divertida, con mucho baile y música. Pero la 'chispa de tren' ponía mal las cabezas. De pronto, discos de acero de 5 y 10 kilos volando por los aires, cadenas con ganchos danzando, piñazos y bofetones, ¡tremendo correcorre! A esconderse debajo de los vianderos, hasta que la tormenta se calmara.
Una época inolvidable y traumática a la vez. Un tiempo que marcó a toda una generación de cubanos. Una línea que aún asciende y desciende por debajo de cero. Creatividad y supervivencia. Y entre ambas, escasez, privaciones y más miseria.
Publicado en El blog de Iván García y sus amigos el 21 y 24 de junio del 2013
Estantes vacíos en bodegas y mercados y reducción de la cuota subsidiada. Resultado: un cambio radical en los hábitos alimenticios y en el vestuario. Había habido un antes, cuando con 0.40 centavos podías comprar chucherías: coquitos y yemitas a medio (0.05 centavos) y helados a 0.15 centavos. De pronto desaparecieron las manzanas, los panquecitos, las pasas, las chucherías, y hasta el papel cartucho.
Recuerdo a mi abuelo sentado en la sala fumando brevas (hojas de tabaco). Se las llevaba a la boca, sujetas con un gancho de pelo para aprovecharlas hasta lo último. El pobre, siempre se quedaba con las ganas.
En la cocina, mi madre, aumentaba el arroz con pedacitos de papa, fideos, calabaza, col... para que alcanzara para todos. Y yo llorando en la puerta de la casa, y ella junto conmigo, porque no tenía leche que tomar y se me iban a caer los dientes.
Después llegaba el triste y único pan nuestro de cada día, marcábamos dos y tres veces en una cola que se formada a partir de la una de la tarde, para a las 7 de la noche coger el pan que sobraba por la libre, a razón de dos por persona.
En la carnicería, si entraba algo, “parecía que iba hablar Fidel”, como entonces se decía. La voz corría por el barrio y la gente salía corriendo para la carnicería. No importa lo que fuera, se hacían largas colas hasta por la pasta de oca, una masa que cocida en baño maría salía una especie de jamón-nada. Única forma de digerirla.
Casi se extinguieron los gatos, hay la gente decía que sabían igual que los conejos. “Ojos que no ven corazón que no siente”: los perros, descuerados, se hacían pasar por carneros, y la azúcar quemada por puré de tomate.
A cada rato cierro los ojos y me ubico en aquella época. Todo lo recuerdo. Se acabó el "yo quiero esto", y comenzó el "esto es lo que hay". Sin introducciones previas ni períodos de adaptación. De pronto todo cambió. Un castigo sin haberme portado mal.
II
Si en la niñez el período especial me marcó profundamente, más lo hizo en mi adolescencia. Nunca olvidaré mi primera menstruación, con trapos doblados y mucho ardor.
En las farmacias comenzaron a vender, por la libreta de racionamiento, un paquete de Íntima (Kotex) por cada adolescente y mujer, previamente censadas. Cada uno traía 10 almohadillas sanitarias, cantidad insuficiente. Mi madre se sacrificó y las que a ella le tocaba, me las daba a mí.
No hubo fiesta cuando cumplí los 15. Tampoco fotos. Solo un vestido de uso, que costó 300 pesos, los ahorros de seis de mi mamá. Para la ocasión, por la libreta tuve derecho a comprar 5 cajas de cerveza, un cake, 50 panes, 5 botellas de ron y 5 de sirope de refresco. Por 40 dólares vendimos las 5 cajas de cerveza, y con el dinero compramos un par de zapatos y una blusa para mí, un pantalón para mi mamá y un par de tenis para cada uno de mis dos hermanos.
Mi primera salida nocturna fue a una disco-vianda. En el agromercado del barrio, donde ponían música grabada. Una odisea para elegir la ropa de noche. No había para escoger, pero era necesario combinar para no repetir la misma usada el fin de semana anterior. El creyón labial se mezclaba con lápiz para ojos, y así obteníamos diferentes tonalidades para el maquillaje.
Los zapatos eran los mismos de ir a la escuela. Los pobres no podían más, salían andando solos cuando me los quitaba. Como eran blancos, los pintaba con pasta de diente Perla, la que nos tocaba por la libreta, también usada como remedio para la acidez. Al final terminaron negros, teñidos con una tinta de "fórmula especial": con el tizne que producía el fogón de keroseno en las cazuelas, mezclado con alcohol.
Los zapatos nuevos venían cuando los viejos no admitieran otro remendón. Las puntillas me tenían agujereados los pies ¡A un gustazo, un trancazo! Como quería divertirme, tenía que aguantar. Por suerte, en la disco la oscuridad disimulaba los remiendos del atuendo.
De una vez nos tomábamos un trago de 'chispa de tren', como al ron de mala muerte le decían. Para quitarnos la pena, mejor dicho, la vergüenza. Pese a todo, la noche era divertida, con mucho baile y música. Pero la 'chispa de tren' ponía mal las cabezas. De pronto, discos de acero de 5 y 10 kilos volando por los aires, cadenas con ganchos danzando, piñazos y bofetones, ¡tremendo correcorre! A esconderse debajo de los vianderos, hasta que la tormenta se calmara.
Una época inolvidable y traumática a la vez. Un tiempo que marcó a toda una generación de cubanos. Una línea que aún asciende y desciende por debajo de cero. Creatividad y supervivencia. Y entre ambas, escasez, privaciones y más miseria.
Publicado en El blog de Iván García y sus amigos el 21 y 24 de junio del 2013