Los gobiernos opresivos no entienden de razones ni derechos. Consideran que la fuerza es la única razón de ser, motivo por el cual reprimen cualquier desafío, aunque sea como dice Juan Antonio Blanco, director de la Fundación para los Derechos Humanos en Cuba, usando pistolas contra poesía, como el que tuvo lugar en una casa del barrio San Isidro, en La Habana.
Esa es la Cuba legada por Fidel y Raúl Castro que el dictador designado, Miguel Díaz-Canel, sigue administrando como si fuera el gran ducado de un sátrapa absolutista, al que solo le resta poner en uso su derecho de pernada. Por supuesto, debemos reconocerlo, aunque sea con vergüenza, las cadenas suelen ser tan pesadas y fuertes como el prisionero las consienta, y todo parece indicar que en la Isla no se han extinguido las mujeres y hombres libres dispuestos a romper los cerrojos de la gran cárcel que es el país.
Jóvenes artistas, ansiosos por crear en una sociedad libre, sin restricciones y sin el acoso de una policía política que abruma e impide pensar con libertad le exigían a punta de poesías, pinceles y canciones a una dictadura de 62 años respeto a sus derechos individuales y espacios para hablar y pensar sin temor a ser sancionados por un gran hermano que todo lo puede.
Los jóvenes creadores de San Isidro, como se dice coloquialmente, sacaron la cara por la mayoría de los intelectuales que guardaron silencio cómplice cuando Fidel Castro les dijo hace 60 años en una reunión sobre los derechos de los escritores y artistas bajo la Revolución, “Dentro de la Revolución: todo; contra la Revolución: ningún derecho”.
Cuentan que muy pocos intelectuales expresaron su opinión, pero que uno profetizó como sería la vida de los creadores a partir de ese momento, Virgilio Piñera, destacado intelectual y poeta, quien le dijo al flamante mayoral del país transformado en finca: “Yo no sé ustedes, pero tengo mucho miedo, yo tengo mucho miedo”. Este hombre con miedo, fue, si contemplamos la historia, el más valiente de los cubanos en aquella reunión, muchos más que el dictador que devastó personalmente a Cuba por casi cincuenta años. Piñera fue la muestra de lo que le ocurriría a los intelectuales que no obedecieran al régimen, la oscuridad total, mientras lo que sirvieran al poder tendrían privilegios inimaginables, como fue el caso del “Che” de la trova, Silvio Rodríguez, que puso al servicio del crimen su indiscutible talento.
Sin embargo, no hay grilletes por bien forjados que estén que soporten los clamores de libertad. Cuando los reprimidos se percatan que nada les falta por perder y que solo les resta una vida miserable, asumen el deber de defender sus derechos y las fisuras de todo poder, se convierten en amenazadoras grietas en el mismo, y todo parece indicar que las protestas de San Isidro han servido a un sector importante de la sociedad cubana para asumir el protagonismo que le ha sido robado por décadas.
Esos jóvenes, quizás sin saberlo, reeditaban lo que los poetas Ángel Cuadra y Jorge Valls entre otros cubanos de su generación hicieron varias décadas antes cuando denunciaron la censura a la creación hasta que no les quedó alternativas que las de enfrentar el terror revolucionario. Lo que los profesores Ricardo Bofill y Elizardo Sánchez Santa Cruz promovieron años más tarde y los que poetas como Reynaldo Bragado Bretaña y periodistas de la estirpe de Rolando Cartaya realizaron en su momento.
Los hombres y mujeres de San Isidro le han dado una nueva oportunidad a los que vendieron su decoro al totalitarismo de recuperar la dignidad. Abrieron el portón de la vergüenza en el que pueden cobijarse, si rompen con un pasado de servicio a un régimen que ha denigrado la nación.
Los intelectuales que acataron el castrismo se transformaron en productores de consignas, en espantapájaros de sus propias quimeras y en fiscales y jueces del pensamiento ajeno, lo que condujo a otros a prisión y hasta la muerte. Ellos fueron parte de un entramado criminal del que aun, tal vez, puedan redimirse si son capaces de hurgar en los más profundo de su alma y encontrar el decoro que perdieron al servir una tiranía.