En el semáforo de Infanta y Carlos III, en el corazón de La Habana, Guenady aprovecha la luz roja para empinarse con avidez medio litro de agua helada que guarda a un costado de su asiento de conductor.
Quizás el agua fría le ayude aplacar la furia. Lleva veinte minutos protestando por lo que considera una arbitrariedad del gobierno al intentar regular los precios de los viajes de taxis colectivos.
El hombre apagó la reproductora y sustituyó el reguetón por una perorata salpicada de maldiciones y críticas a los autócratas verde olivo.
“Le ronca el mango. Estos descarados (régimen) a los taxistas particulares no nos dan ni una tuerca y ahora vienen a exigirnos que establezcamos precios fijos. Han puesto hasta un número telefónico para que la gente nos chivatee. ¿Por qué no ponen un número de teléfono para quejarse por los altos precios en las tiendas por divisas y los bajos salarios?”, dice el chofer del vetusto taxi. Muy alterado, añade:
“¿Dónde meten el dinero que recaudan en impuestos? Miran como están las calles desbaratadas (y señala a la vía). La culpa del mal servicio del transporte es de ellos. Ahora, igual que con los carretilleros e intermediarios de los productos agrícolas, nos quieren poner a chocar con el pueblo. Si las guaguas estuvieran cada tres minutos y existiera una flotilla de taxis a precios módicos, no habrían problemas. No resuelven ni c....s y nada más que saben prohibir, elevar los impuestos y joderlo a uno”, insiste Guenady y se empina un poco de agua del pomo.
Vayamos por paso. El pésimo servicio del transporte público no es imputable a los choferes privados. Es una asignatura pendiente desde enero de 1959 cuando el barbudo Fidel Castro llegó a La Habana.
Han existido pequeños oasis, pero de una forma u otra, el transporte urbano es un caos en Cuba. En el país no existe metro y el ferrocarril suburbano apenas funciona.
En los años 80, un parque de más de 2,500 ómnibus, 100 rutas y 4 mil taxis no satisfacían el servicio. Luego, en los 90, llegó la gran crisis económica y con ella el período especial. Apagones, poca comida y la inflación por las nubes. El transporte público colapsó. Y el alto costo del petróleo provocó que los dueños guardaran sus autos en los garajes.
Con la llegada a Miraflores del paracaidista de Barina, Hugo Rafael Chávez, la suerte cambió para los dinosaurios del Palacio de la Revolución. Se canjeó petróleo por médicos y entrenadores deportivos y el gobierno comenzó a recibir alrededor de 105 mil barriles diarios de petróleo.
El 70 por ciento de los taxistas privados alquilan los autos a sus dueños.
Incluso comenzó a exportar en el mercado mundial una parte de ese carburante. Cuando el barril superaba los 100 dólares, el régimen nunca ofreció información sobre el uso que le daba a ese dinero.
A los dueños de automóviles, exceptuando los profesionales, se les permitió obtener licencias de taxistas. La Habana se desbordó de viejos coches estadounidenses y de la era soviética.
A día de hoy, según un agente de tránsito, circulan en la capital más de 12 mil taxis con licencia operativa. “Pero ilegales hay casi dos mil. Con esta campaña es probable que se sumen muchos más”, advierte.
Los impuestos a los taxistas han ido aumentando paulatinamente. También las trabas. “En los años 90 pagábamos 400 pesos. Entre 2010 y 2013, de 600 a 700 pesos. Ahora pagamos mil cañas. Y la ONAT siempre busca la manera de sacarnos más dinero”, apunta Roger, taxista de la ruta Habana-Santiago de las Vegas.
El 70 por ciento de los taxistas privados alquilan los autos a sus dueños. Orlando, dueño de varios camiones y autos, da más detalles: “Hay treinta o cuarenta personas, como yo, que son propietarios de pequeñas flotillas de carros. Y hemos montado medianas empresas con dos turnos de trabajo. El negocio deja buenos beneficios. En un mes, limpio, puedes sacar 90 mil pesos. Pero estamos en un limbo jurídico, porque el gobierno no nos reconoce. Cuando quieren jodernos, como se ahora vislumbra, nos parten las patas”.
“En los años 90 pagábamos 400 pesos. Entre 2010 y 2013, de 600 a 700 pesos. Ahora pagamos mil cañas.
Carlos, sociólogo, cree que la vieja treta del régimen de confrontación entre privados y cubanos de a pie ya está gastada. “Los particulares no son culpables de que una libra de bistec de puerco cueste 40 pesos o que para abordar una guagua demores una hora en la parada. El gobierno debe negociar con ellos para no afectar al pueblo. Pues si mañana, por no acatar las ordenanzas de precios fijos, le quitan la licencia a la mitad de los taxistas, la crisis de transportación se agudizará. Atacan solo una parte del fenómeno, pero no van a la raíz. Y lo peor, no aportan una solución a corto plazo”.
Después que el general Raúl Castro anunciara nuevas medidas de austeridad, el servicio de ómnibus urbanos recortó sus viajes. “El P-10 tenía una frecuencia de 10 minutos, ahora es de 25 minutos”, comenta un chofer de la terminal de Santa Amalia, al sur de la capital.
Raquel, oficinista, considera que no se debe “machacar más a los 'boteros' (taxistas). Los pocos taxis estatales que existen cobran lo mismo. Y los taxis por divisas han duplicado sus tarifas”.
Ricardo, quien maneja un taxi climatizado, cuenta que “prácticamente todos los taxis por divisas son arrendados. Somos esclavos modernos. Trabajamos doce o más horas para poder pagar los 55 cuc diarios que debemos entregar al gobierno. Eso ha traído consigo el aumento de precios. Una carrera desde el aeropuerto puede costar 40 cuc. Es como si viviéramos en la jungla, intentando sobrevivir y el que paga los platos rotos es la gente que gana una mierda de salario”.
En medio de la tradicional crisis del transporte urbano, sobre todo en La Habana, la codicia de cientos de taxistas privados molesta a la población. Incluso las autoridades han reactivado una línea telefónica, 18820, para recibir denuncias de personas que hayan tenido que pagar más de 10 o 20 pesos, el costo de una carrera según la distancia.
Luis Carlos, taxista, aclara que “desde siempre hemos comprado el combustible por la izquierda. Antes, a 7 u 8 pesos el litro de petróleo. Pero progresivamente ha ido subiendo en el mercado negro, y después de las nuevas medidas de ahorro, el litro cuesta 20 pesos. Eso repercute en nuestros bolsillos. Si el Estado es tan generoso, me pregunto, por qué vende el litro a un peso convertible cuando en el mercado mundial un barril de petróleo cuesta 30 dólares”.
El verano promete un nuevo forcejeo entre taxistas privados y gobierno. Una guerra, que más allá del vencedor, siempre tendrá un derrotado: el cubano de a pie.