El mal sabor de boca que deja la película cubano/francesa Regreso a Ítaca no se cura en una semana, ni posiblemente en un mes. Veremos qué pasa en ese término de tiempo.
Por ahora estamos intentando superar el encuentro con esa película tremendamente aburrida, un tour de force que no sabemos exactamente qué intenta decirnos a estas alturas de la vida, cuando la nación misma se ha ido a tomar vientos, la ciudades de la isla agonizan a un ritmo muy lento y el más común de los mortales allí está pensando cómo escapar de todo aquello, si por aire o por mar, o despachado como mercadería hacia Venezuela para luego emprender la aventura de llegar a Estados Unidos sorteando matones de toda clase.
No parece necesario ni útil aparecerse ahora con unos personajes que no son ni más ni menos que la propia realidad del país, pero que en la dramaturgia no se sostienen porque necesitan más calado o mejor perfil en tanto seres sociales e individuales, pues este largometraje bien podía haberse resuelto en un corto y no hubiera dado tanto de qué hablar.
Primero, la catarsis personal que hacen día a día los cubanos para sobrevivir mentalmente a un estado de asfixia mortífero no es tan fácil llevar al cine, como intentaron hacer el director francés Laurent Cantet y el guionista Leonardo Padura. No es grabar unas largas conversaciones en una terraza apoyados en una simple purga de amigos, que eso es lo usual, lo real en ese país. No, no es eso porque eso lo hemos hecho todos nosotros dentro de la atmósfera opresiva de Cuba e incluso lo hemos hecho en el exilio. De eso estamos cansados.
Eso es muy simple y además retórico, algo que llega con retraso al cine y por tanto se ve y se siente como una caricatura. El fallo principal de la película, además del insustancial sistema de personajes, es la intención de rodar con un típico aire de cine francés –conversaciones en interiores donde los personajes y la interrelación de ellos van llevando de la mano al espectador- pero con argumento y personajes del Caribe, más concretamente cubanos, que no se comportan como tal, sino como una especie de fantasmas sin sangre en medio de la noche.
Poco creíbles estos personajes llenos de clichés, interpretados por una pléyade de actores invariables de un tiempo a esta parte en las pantallas del cine nacional. Actuaciones sosas que no pueden dar más de sí mismas porque ni siquiera cuentan con unos diálogos interesantes, como sí muestra habitualmente el cine francés en este tipo de películas de corte psicológico. Aquí los personajes no tienen nada que decir fuera de las referencias manidas de lo que ha sido la “revolución”. Un escritor que regresa de España a vivir definitivamente en Cuba, porque donde estaba no tenía motivaciones para escribir. ¿Qué quiere decir esto? ¿Qué el capitalismo –o sea, el mundo exterior- devora a los que llegan y no ofrece oportunidades?
Vaya falacia y vaya pretexto tonto para machacar, a destiempo, como siempre, que el país del Caribe se ha convertido en una ruina, pero todavía quedan esperanzas al menos para morir alcoholizado haciendo descargas con los amigos.
Un montón de lugares comunes: un negro comunista todavía aferrado al pasado, una médica frustrada, un pintor que no encuentra tema ni galerías fuera y dentro de la isla, un funcionario corrupto, unos jóvenes que no creen ni en la madre que los parió. En fin, una sarta de tópicos que creen haber encontrado el aplauso colectivo por el solo hecho de aparecer en el cine. ¿Pero si todo esto está ocurriendo hace 25 años o más, por qué nos lo venden como pescado fresco?
Además, con censura de película y todo, como si estuviéramos en los 80 en la era de Carlos Aldana, el “ideólogo” del Comité Central del Partido único.
Los personajes de Regreso a Ítaca son los mismos de las novelas de Padura pero disfrazados con otro nombre. El oficial del Departamento Técnico de Investigaciones que es un escritor frustrado y alcohólico podría ser perfectamente el pintor de Regreso a Ítaca, o el propio escritor que regresa. El gordo Carlos que es veterano de Angola podría ser el anfitrión de la casa en este filme, y así podría encontrarse muchos puntos de contactos, porque no hay nada nuevo en la narrativa de un autor que ha escogido a los perdedores como leit motiv, los perdedores que fuimos todos cuando estábamos allí. Pero Padura no se mete encampo minado, sino camina deliberadamente por la periferia.
Más valdría la pena que no nos exhiban como monos de feria y nos dejen descansar de esta pesadilla truculenta. El régimen de la isla no es nada ingenuo. Todo está montado y calculado fríamente hasta el más mínimo detalle. Si hubieran querido, Regreso a Ítaca no se rueda en Cuba y punto. El hecho de censurar la película después de rodada forma parte de esa costumbre malsana que tienen ellos de humillar.
Por eso cuando a Padura, galardonado la semana pasada con el importantísimo Premio Princesa de Asturias de las Letras, lo presentan en la prensa española como un crítico al régimen de La Habana, dan ganas de reírse.
El régimen de La Habana utiliza las catarsis de Padura como cortina de humo, pero nunca le perdonaría si el escritor hablara directamente, en sus textos y en el exterior del país, de dictadura y de presos políticos. El juego es ese, decir hasta donde sea permitido y crear una ilusión de que el régimen estaría cediendo. Lo mismo que hace 25 años cuando el propio Aldana nos quería embaucar con una falsa apertura.