Noel, chapista de autos, desde hace 6 años montó un taller clandestino en la parte vieja de La Habana. Ahora mismo, junto a un par de ayudantes, renuevan un destrozado Cadillac de 1956 y un jeep Willy de 1954, que llevaban diez años sin rodar. Su negocio no solo es reparar anacrónico autos, jeeps y camiones. También recorrer la isla, desde Pinar del Río hasta Baracoa, en busca de cacharros salidos de los talleres de Detroit en la década 1940-1950.
“No importa que no tengan motor o lleven parados un montón de años. Compró cualquier carrocería, por muy descompuesta que esté. Ya en La Habana es imposible comprar autos-chatarra a buen precio. La gente vende cualquier antigualla como si fuera oro puro. En otras provincias es donde se pueden rastrear autos viejos”, señala Noel.
El negocio de taxis ha disparado el precio de autos, jeeps y camiones. Según Noel, los vehículos made in USA con 60 años de explotación son los preferidos para alquilar. “Son muy fuertes. Los autos modernos o los Ladas y Moskovich rusos no aguantan la carga de trabajo de los carros americanos, porque las calles y avenidas de la capital están en mal estado”, acota.
Noel forma parte de una cadena que comercia, repara y administra un lote de vehículos particulares utilizados como taxis. “A día de hoy, quizás es el mejor negocio privado que existe en Cuba. No es del todo legal, pero por ahora las autoridades se hacen los de la vista gorda”, cuenta Erasmo, dueño de una flota de seis autos y tres jeeps dedicados al transporte de pasajeros.
Después que en el otoño de 2010 el gobierno de Raúl Castro ampliara los micro negocios familiares, la lista de emprendimientos autorizados se extendió a 201, aunque no se reconoce la chapistería.
Al leer la letra pequeña del mamotreto jurídico que apuntala las reformas económicas, se descubre que no está permitida la acumulación de negocios o capital por parte de una o varias personas.
Cambiar de mentalidad siempre cuesta. Y en una nación donde durante 55 años hacer dinero fue sinónimo de delito, es 'normal' que se persiga y limite con decretos y elevados impuestos aquellos negocios que obtienen suculentos beneficios. El dinero en manos de pequeños empresarios de éxito, otorga cierto poder y autonomía que el celoso Estado verde olivo no desea compartir.
Cuando en enero de 1959 Fidel Castro ocupó el poder, mucha gente no se tomó muy en serio el discurso del 'hombre nuevo' ni el de una sociedad donde el dinero no tendría cabida. Las leyes estaban escritas. Pero no se cumplían. En una noche, Castro confiscó puestos de fritas y talleres de fregar automóviles. Al día siguiente, muchos comenzaron a funcionar en la sombra.
Las sociedades de ordeno y mando y economía centralizada, suelen crear mentalidades retorcidas. Aplauden y gritan consignas en una atiborrada plaza, y al llegar a casa, trasiegan con leche en polvo robada en un almacén estatal o gasolina hurtada de una empresa.
Más de cinco décadas ha demorado el régimen en comprender que el Estado es un pésimo administrador. Recientemente, Raúl Castro autorizó a trabajadores privados arrendar el ineficiente servicio gastronómico.
Pero el siempre incompetente transporte público, es una parcela que todavía regenta. Se permite el servicio de taxis y en La Habana funcionan dos cooperativas de microbuses que con su buen servicio, dejan en evidencia el fracaso del Estado como empresario. Algunos de esos negocios, al filo de la navaja y en un limbo jurídicos, tienen en plantilla hasta 25 personas.
Erasmo es uno de los habaneros que proporcionan servicio de transporte las 24 horas. “Tengo una flota de seis autos, tres jeeps y 18 choferes en dos turnos de trabajo de doce horas. Los autos tienen cinco plazas cada uno y en cada turno los choferes me entregan 550 pesos (21 dólares). Los jeeps tienen diez asientos y por ellos en cada turno me entregan 1,000 pesos (40 dólares). Como mínimo, un chofer gana 400 pesos diarios (casi 20 dólares). Además, para casos de roturas tengo un taller móvil. Cada determinado número de kilómetros recorridos, tres mecánicos realizan mantenimiento a los vehículos”.
En una finca en las afueras de la ciudad, Erasmo guarda cientos de litros de diesel comprado en el mercado negro. Ocasionalmente, encarga en Miami piezas de repuestos. A todos su vehículos les ha montado motores modernos de petróleo, más económicos. Y ha entrado en negocio con chapistas como Noel, para comprar autos viejos y remozarlo.
“Si el Estado arrendara las terminales de ómnibus a los particulares, te aseguro que el funcionamiento sería de primera. Si con cacharros antiguos, trabas legales y altos impuestos el servicio de taxis -solo en La Habana hay más de 11 mil- es eficiente y deja elevadas ganancias, imagínate que no podríamos hacer con guaguas que tienen solo 6 o 7 años de explotación”, apunta Erasmo.
De momento, el gobierno de Raúl Castro no contempla esa opción. Entre el temor a que un sector de emprendedores haga demasiado dinero o ceder parcelas de poder, elige por tirar el freno de mano.