Durante los primeros años de mi estancia en La Habana vivía en el Hotel Habana Libre, que había sido antes de la Revolución Hotel Habana Hilton. Cada mañana bajaba a desayunar a un coqueto restaurante en la planta Mezzanini, ordenaba un par de huevos fritos que venían con unas gruesas fetas de jamón caliente debajo, y pedía además una ración queso fresco. Me comía los huevos pero el jamón y el queso lo metía dentro de los panecillos calientes untados con mantequilla, los envolvía en las finas servilletas de tela blanca, y los llevaba a la escuela.
Mis compañeros del colegio no tomaban el desayuno en aquel restaurante, y la gran mayoría hacía años que no habían tenido la ocasión de saborear el jamón. Yo me ocupaba de acercarlos a ese recuerdo impreso en el hipotálamo.
En ese instante conocí el carácter subversivo de dos de los elementos más extraviados y extrañados en la isla de Cuba: el jamón y la verdad.
Una tarde se acercó uno de los “compañeros revolucionarios” del ICAP (Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos) que atendía a mi familia, y se tomó un tiempo para explicarme que en Cuba se había hecho la Revolución para que todo el mundo fuese igual, sin embargo -dijo- aún quedaban cosas por hacer, y por el momento la población de “fuera del Hotel” no tenía el mismo acceso al modo de vida que generosamente la Revolución nos estaba brindando a los de “dentro del Hotel”.
Sugirió que no llevase más los bocaditos de jamón al colegio, porque los niños podrían estarse llevando una idea equivocada. En ese instante conocí el carácter subversivo de dos de los elementos más extraviados y extrañados en la isla de Cuba: el jamón y la verdad.
Eso ocurrió hace unos cuantos abriles ya, pero la nomenclatura que gobierna el país hoy, a 25 años de la caída del Muro de Berlín,sigue siendo exactamente la misma, con algunos obligados pequeños retoques dada la intervención inexorable del paso del tiempo.
En estos días parecen quererse remozar, aggiornar y pretenden hacerse ver como reformistas maquillando la paupérrima realidad de la situación socio económica de la isla, con medidas que ni siquiera consiguen emparchar las innumerables y profundas carencias de la población.
En lo que va del más de medio siglo de secuestro de la soberanía de la ciudadanía sobre su gobierno y la toma de decisiones, por primera vez la cúpula del gobierno de Cuba, manifiesta el deseo creíble de que haya un acercamiento a Estados Unidos, y del fin del bloqueo económico y las medidas de la ley Helms Burton. Con el mismo ahínco piden una relajación de los términos en la Posición Común Europea, una normalización de las relaciones de intercambio socio económico.
Las soflamas y algarabías públicas en modo de queja, frente a la más que esperable reacción como mínimo, de un bloqueo económico por parte de la potencia en contra de la cual se erigía la Revolución, no eran más que una cortina de humo en forma de victimismo, que sin embargo le granjeaba la seguridad de un pueblo unido frente a la crueldad de un enemigo exterior, la amenaza permanente.
Sin embargo el enfriamiento de las relaciones con Europa, la posición de Suecia frente a persistencia del gobierno cubano a violar sistemáticamente los derechos humanos y negar al pueblo la participación en las decisiones de su propio destino a través del sufragio, es un escollo que no estaba previsto en su ruta de viaje, que acarrea más inconvenientes reales, que ventajas como elemento cohesionador de la población en torno a “la amenaza del mal”.
Pero ciertas condiciones mínimas son indispensables, sin las cuales Europa no sería el garante de los más altos logros cívicos, de progreso y convivenci
Cuba cuenta con las mismas posibilidades que cualquier otra nación, de mantener una relación fluida, de amistad e intercambio económico y cultural, deseada por toda la Unión Europea, y por sus lazos históricos con la isla cuenta incluso con más simpatías y deseos de esa normalización. Pero ciertas condiciones mínimas son indispensables, sin las cuales Europa no sería el garante de los más altos logros cívicos, de progreso y convivencia que viene siendo desde hace décadas como brújula para el resto del mundo occidental.
Cuba debe abrir el juego de una vez y por todas a la población. Los presos de la Primavera Negra que fueron puestos en libertad extrapenal u obligados a salir del país, ni indultados ni sobreseídos, sino absueltos, debe detener las continuas olas represivas sobre sus familiares u otras organizaciones que se manifiestan en su legítimo derecho a favor de otras opciones de gobierno.
Y debe profundizar en todos los sentidos y entenderlo como una oportunidad más que como un incordio al que es invitado a través de la presión, no porque se lo pide el mundo, sino por una cuestión de elemental sentido común y supervivencia, el país necesita modernizarse, tendrá que contar con una clase trabajadora y media competitiva, que participe activamente en la política y en la toma de decisiones democráticas a través del voto libre y directo para elegir a sus representantes.
Cuba debe abrir el juego de una vez y por todas a la población.
Debe tomarse con seriedad el respeto a los derechos humanos, el respeto a la divergencia, a la información, a la libertad de opinión, de publicación, de prensa, editorial. Debe permitir y además fomentar la libre asociación política, dentro de un marco democrático y acorde a unas leyes modernas y tolerantes.
Para el inicio de esas conversaciones con Europa, Cuba debería empezar a considerar la posibilidad de desistir de la concesión de espejismos como sucedáneos de las verdaderas libertades que el país precisa y que la gente añora o intuye que apreciaría si pudiese disfrutar, y de no continuar engañando para presentar estas eximias dádivas como grandes concesiones, como sucedáneos del jamón que yo les llevaba a mis compañeros de clase.
Publicado en el Blog de Martín Guevara el 16 de noviembre del 2014