Este martes, tras largas especulaciones y una desaparición de la vista pública que se prolongó por meses, falleció el presidente electo de Venezuela, Hugo Chávez Frías. El anuncio fue hecho —“en acongojado diapasón”, como diría el maestro Carpentier— por el vicepresidente ejecutivo de facto, Nicolás Maduro.
Con la muerte del líder del “socialismo del siglo XXI” se abren nuevas posibilidades. La primera consecuencia será que, de manera inevitable, habrá que ponerle término a la actual situación anormal de interinidad, en la que los funcionarios del anterior período continúan desempeñando sus cargos sin que el presidente electo cumpliera la “simple formalidad” de tomar posesión de su nuevo mandato.
En la situación ahora creada, ya los jerarcas bolivarianos se ven impedidos de aducir que no existe una “falta absoluta” del Jefe de Estado, en los términos de la vigente Constitución. En realidad, resulta difícil imaginar algo más absoluto que la muerte. En cualquier caso, existen preceptos que regulan la situación de manera harto clara.
El artículo 233 de la carta magna establece: “Cuando se produzca la falta absoluta del Presidente electo… antes de tomar posesión, se procederá a una nueva elección… dentro de los treinta días consecutivos siguientes. Mientras se elige y toma posesión el nuevo Presidente…, se encargará de la Presidencia de la República el Presidente… de la Asamblea Nacional”.
Es decir, que le corresponderá al señor Diosdado Cabello hacerse cargo del poder por espacio de unas semanas. Este personaje ya asumió la jefatura del Estado, aunque sólo durante algunas horas, durante el fugaz secuestro de Chávez con ocasión de la intentona golpista encabezada por el señor Pedro Carmona.
Se sabe que los bolivarianos tratan la Constitución —hechura de su jefe ahora muerto— con extraordinaria devoción. En actos públicos la enarbolan con unción similar a la que empleaban los “guardias rojos” maoístas de la tristemente célebre Revolución Cultural de China para poner en alto el Libro Rojo con pensamientos del “Gran Timonel”.
Sin embargo, ciertos jerarcas chavistas no muestran el mismo respeto a la hora de aplicar los preceptos de su superley. Ya vimos que, meses atrás, obviaron sus disposiciones al omitir el acto fundamental de la toma de posesión. Ahora, pese a la letra clarísima del citado artículo 233, el señor Cabello no asumió la jefatura del Estado tan pronto se produjo el deceso de Chávez, que era lo procedente.
En unas semanas se despejará la incógnita de qué sucederá en las próximas elecciones. Con toda probabilidad, la candidatura chavista, de acuerdo con la voluntad expresa del caudillo muerto, será asumida por Nicolás Maduro Moros. Por la oposición, esa tarea le corresponderá una vez más —sin dudas— a Henrique Capriles Radonsky.
Las perspectivas no son claras. En los anteriores comicios, de cada veinte venezolanos, once votaron por el candidato oficialista y los otros nueve por el opositor. Y esto pese a que era el mismo Hugo Chávez quien figuraba en las boletas. No me canso de repetir que basta con que dos de esos veinte muden de parecer para que todo cambie. ¿Logrará Maduro heredar de manera plena el apoyo recibido por su jefe?
La pregunta no resulta ociosa, a la luz de las manipulaciones de meses recientes: el hecho mismo de que el teniente coronel barinense fuese candidato, aparentando estar curado del cáncer que lo aquejaba; la posterior desaparición del enfermo de la vista pública; las omisiones y manipulaciones evidentes de las noticias oficiales sobre su estado de salud.
Los resultados inciertos de las inminentes elecciones despiertan expectación no sólo en Venezuela. También los cubanos, que saben que su economía se encuentra en estado de completa postración tras medio siglo de desbarajuste castrista, se preguntan con angustia qué pasará con el generoso suministro de petróleo garantizado durante años por Chávez.
¿Volveremos al inicio de los años noventa, con su virtual desaparición del transporte público y sus apagones que duraban más tiempo que los fugaces alumbrones? Creo que incluso en caso de que venza Capriles no llegaríamos a ese punto. Al hoy líder opositor no le resultaría fácil borrar de un plumazo las llamadas “misiones”, que constituyen la espina dorsal de la política populista del chavismo.
Lo que sí cabe esperar es una renegociación de los términos de intercambio, que en la actualidad son harto favorables al régimen castrista. Cualquier paso en ese sentido representará a corto plazo un empeoramiento de la crisis económica y un acicate para profundizar las tímidas reformas raulistas.
Aunque los comunistas cubanos llevan tiempo tratando de curarse en salud, no es razonable esperar que el Irán de los ayatolas (con suficientes problemas propios), la Rusia de Putin, Catar o la Arabia Saudita estén dispuestos a sacarles las castañas del fuego igual que lo hacía la Venezuela chavista.
En el ínterin, las muestras de luto oficial en Cuba por el reciente fallecimiento son desbordantes. El diario Granma no sólo renunció al uso del rojo —¡color predilecto del finado!—, sino que le dedicó casi seis páginas de las ocho con que cuenta. La Televisión Cubana cambió su programación.
Veremos qué transmitirán en las próximas horas —sobre el todo el viernes, declarado Duelo Nacional— los medios masivos de comunicación. Si se abstuvieran de emitir programas cómicos, Chávez habría salido mejor librado que el general Maceo y los demás caídos en nuestras luchas independentistas. Como señalé en un artículo años atrás, un 7 de diciembre, aniversario de la gloriosa caída del héroe, la Televisión Cubana no tuvo empacho en transmitir un programa de los de relajo y remeneo.
Publicado por el abogado René Gómez Manzano en Cubanet
Con la muerte del líder del “socialismo del siglo XXI” se abren nuevas posibilidades. La primera consecuencia será que, de manera inevitable, habrá que ponerle término a la actual situación anormal de interinidad, en la que los funcionarios del anterior período continúan desempeñando sus cargos sin que el presidente electo cumpliera la “simple formalidad” de tomar posesión de su nuevo mandato.
En la situación ahora creada, ya los jerarcas bolivarianos se ven impedidos de aducir que no existe una “falta absoluta” del Jefe de Estado, en los términos de la vigente Constitución. En realidad, resulta difícil imaginar algo más absoluto que la muerte. En cualquier caso, existen preceptos que regulan la situación de manera harto clara.
El artículo 233 de la carta magna establece: “Cuando se produzca la falta absoluta del Presidente electo… antes de tomar posesión, se procederá a una nueva elección… dentro de los treinta días consecutivos siguientes. Mientras se elige y toma posesión el nuevo Presidente…, se encargará de la Presidencia de la República el Presidente… de la Asamblea Nacional”.
Es decir, que le corresponderá al señor Diosdado Cabello hacerse cargo del poder por espacio de unas semanas. Este personaje ya asumió la jefatura del Estado, aunque sólo durante algunas horas, durante el fugaz secuestro de Chávez con ocasión de la intentona golpista encabezada por el señor Pedro Carmona.
Se sabe que los bolivarianos tratan la Constitución —hechura de su jefe ahora muerto— con extraordinaria devoción. En actos públicos la enarbolan con unción similar a la que empleaban los “guardias rojos” maoístas de la tristemente célebre Revolución Cultural de China para poner en alto el Libro Rojo con pensamientos del “Gran Timonel”.
Sin embargo, ciertos jerarcas chavistas no muestran el mismo respeto a la hora de aplicar los preceptos de su superley. Ya vimos que, meses atrás, obviaron sus disposiciones al omitir el acto fundamental de la toma de posesión. Ahora, pese a la letra clarísima del citado artículo 233, el señor Cabello no asumió la jefatura del Estado tan pronto se produjo el deceso de Chávez, que era lo procedente.
En unas semanas se despejará la incógnita de qué sucederá en las próximas elecciones. Con toda probabilidad, la candidatura chavista, de acuerdo con la voluntad expresa del caudillo muerto, será asumida por Nicolás Maduro Moros. Por la oposición, esa tarea le corresponderá una vez más —sin dudas— a Henrique Capriles Radonsky.
Las perspectivas no son claras. En los anteriores comicios, de cada veinte venezolanos, once votaron por el candidato oficialista y los otros nueve por el opositor. Y esto pese a que era el mismo Hugo Chávez quien figuraba en las boletas. No me canso de repetir que basta con que dos de esos veinte muden de parecer para que todo cambie. ¿Logrará Maduro heredar de manera plena el apoyo recibido por su jefe?
La pregunta no resulta ociosa, a la luz de las manipulaciones de meses recientes: el hecho mismo de que el teniente coronel barinense fuese candidato, aparentando estar curado del cáncer que lo aquejaba; la posterior desaparición del enfermo de la vista pública; las omisiones y manipulaciones evidentes de las noticias oficiales sobre su estado de salud.
Los resultados inciertos de las inminentes elecciones despiertan expectación no sólo en Venezuela. También los cubanos, que saben que su economía se encuentra en estado de completa postración tras medio siglo de desbarajuste castrista, se preguntan con angustia qué pasará con el generoso suministro de petróleo garantizado durante años por Chávez.
¿Volveremos al inicio de los años noventa, con su virtual desaparición del transporte público y sus apagones que duraban más tiempo que los fugaces alumbrones? Creo que incluso en caso de que venza Capriles no llegaríamos a ese punto. Al hoy líder opositor no le resultaría fácil borrar de un plumazo las llamadas “misiones”, que constituyen la espina dorsal de la política populista del chavismo.
Lo que sí cabe esperar es una renegociación de los términos de intercambio, que en la actualidad son harto favorables al régimen castrista. Cualquier paso en ese sentido representará a corto plazo un empeoramiento de la crisis económica y un acicate para profundizar las tímidas reformas raulistas.
Aunque los comunistas cubanos llevan tiempo tratando de curarse en salud, no es razonable esperar que el Irán de los ayatolas (con suficientes problemas propios), la Rusia de Putin, Catar o la Arabia Saudita estén dispuestos a sacarles las castañas del fuego igual que lo hacía la Venezuela chavista.
En el ínterin, las muestras de luto oficial en Cuba por el reciente fallecimiento son desbordantes. El diario Granma no sólo renunció al uso del rojo —¡color predilecto del finado!—, sino que le dedicó casi seis páginas de las ocho con que cuenta. La Televisión Cubana cambió su programación.
Veremos qué transmitirán en las próximas horas —sobre el todo el viernes, declarado Duelo Nacional— los medios masivos de comunicación. Si se abstuvieran de emitir programas cómicos, Chávez habría salido mejor librado que el general Maceo y los demás caídos en nuestras luchas independentistas. Como señalé en un artículo años atrás, un 7 de diciembre, aniversario de la gloriosa caída del héroe, la Televisión Cubana no tuvo empacho en transmitir un programa de los de relajo y remeneo.
Publicado por el abogado René Gómez Manzano en Cubanet