Unos trescientos cubanos sobreviven en Trinidad y Tobago, las dos islas del Mar Caribe, al noreste de Venezuela, a donde llegaron con las facilidades de una "visa libre" y ahora sueñan con llegar a los Estados Unidos.
Algunos han recibido el estatus de ‘refugiados’ que confiere la Oficina para el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), pero aun así no pueden obtener un permiso de trabajo en el país de más de un millón de habitantes.
Martí Noticias conversó con integrantes de varias de esas familias que revelaron qué hacen para mantenerse en pie, cuál es la ayuda de la ACNUR a través de la iglesia Living Water y qué gestiones esperan emprender para salir de ese país.
Un pastor que huyó de la persecución religiosa
El pastor Dennis Pantoja Méndez oficiaba en la Iglesia Pentecostal en Baracoa, Guantánamo y era vicepresidente de Centro Cristiano Shalom, en tiempos en que otro pastor, Reudilio Columbié Leiva, era reprimido a golpes y desposeido de sus bienes.
“Tuve que venir y refugiarme en este país porque era terrible la persecución contra mí y mi familia, después de lo que pasó con R. Columbié Leiva que le produjeron un edema cerebral, le amenazaron a su familia y yo siendo vicepresidente del Centro Shalom, me sentí amenazado también”, refiere el pastor.
Pantoja Méndez relató que en 2014 mientras fungía como líder religioso en Baracoa, fue víctima de persecución y acoso de las autoridades. “Adonde quiera que nos movíamos estábamos vigilados, porque como éramos de la directiva, a cualquier provincia que nos movíamos, nos seguían”.
El pastor Dennis Pantoja asegura que desde que llegó en 2015 hizo los trámites para obtener el estatus de refugiado y lo obtuvo en octubre de ese año, desde entonces ha recibido periódicamente una ayuda de unos cien dólares estadounidenses, una bolsa de alimentos con arroz, azúcar, harina de trigo y leche (solo para familias que tienen hijos menores de edad) y en ocasiones un litro de aceite.
La condición de estas personas se agrava porque no tienen permiso para trabajar. “Si no tienes ‘work permit’ no puedes trabajar y esto da lugar a que te exploten como un obrero de segunda mano”, añadió y concluye que ha hecho labores de ayudante de construcción y limpiando casas para poder pagar los gastos del mes.
Evitar la selva y los coyotes
Dayilién Velázquez Sánchez voló desde Camagüey a la isla de Trinidad y Tobago, a donde llegó en los meses finales de 2014. En su caso la ACNUR ha tardado más de un año en ofrecerle la condición de refugiada a ella y su familia.
“En marzo de 2015 me hicieron la primera entrevista y me dijeron que a la semana me darían respuesta, imagine usted”, asegura la mujer, de 42 años y que trabajaba de peluquera en Cuba.
Velázquez Sánchez dijo que están desesperados ante una situación tan difícil, pero “lo que sí no queremos es seguir arriesgando vidas, como lo están haciendo muchos, que se van hasta con niños… pero ya no aguantamos más”.
Otra de las presiones, según indicó Velázquez es que se sienten discriminados por los nativos, pues hacen las peores labores, las que los trinitarios no quieren hacer, e incluso por los habitantes de piel negra, que “nos miran mal. No tengo nada contra ellos, pero hemos sentido el rechazo”.
Niños en edad escolar, sin escuela
Daniel Arbella llegó desde Las Tunas. Aterrizó en julio de 2014, pero su situación es de las peores. Tiene una hija de 9 años con una distrofia que sufrió al nacer, que le impide moverse por sí misma, y un varón de 3 años de edad a los que no pueden llevar a la escuela.
“En mi caso y el de mi hermano, que llegamos con toda la familia, hicimos todo el proceso de refugiados, pero la cuarta entrevista, que la hace la embajada de Estados Unidos, nos denegaron para viajar a ese país y nos han dicho que debemos regresar a Cuba”, indicó Daniel, quien está obligado a “esperar varios meses por una apelación”.
Lizabel Pavón tiene 39 años de edad, y llegó junto a su esposo en un vuelo directo desde La Habana en enero de este año.
La señora Pavón refirió que ya con su familia solicitó el refugio que confiere ACNUR, pero siquiera les han notificado la fecha de la entrevista y esa espera encarece su permanencia en ese lugar. Tiene dos hijos: un varón de ocho años de edad y una niña de doce.
“No tenemos un estatus de vida normal, para poner a mis hijos en la escuela me exigen que sepan el inglés perfectamente, y eso no es justo. Yo necesito que ya estén en una escuela. Ahora los pongo en casa a estudiar por una aplicación y les pongo YouTube en la casa, pero no es lo mismo que con un profesor”, conlcuyó.