“Dibuje algo ahí”, le dijeron en New York los editores de la revista Mad al caricaturista cubano Antonio Prohías cuando fue a buscar trabajo el 12 de julio de 1960 acompañado de su hija Marta.
Le entregaron lápiz y papel, y en cuanto Prohías tomó el lápiz y se dispuso a hacer unos trazos, le quitaron el papel.
“No sé cómo, pero por la forma en que sujetó el lápiz se dieron cuenta de que él sabía dibujar”, cuenta ella.
Así entró Prohías a Mad, la revista satírica ilustrada que más profundamente ha marcado la cultura norteamericana de 1952 a 2019. "Mad excavó un túnel a la cultura estadounidense", dijo la revista The New Yorker.
Aquel mismo día, recuerda ahora su hija Marta Pizarro, le compraron dos o tres historietas de Spy vs. Spy, herederos directos del que había sido su personaje más conocido en Cuba: El Hombre Siniestro, que aparecía en la revista Bohemia.
Desde que estaba en La Habana con planes de venir a Estados Unidos, Prohías se dio cuenta de que la political correctness norteamericana iba a cerrarle el paso a un personaje que lo mismo le cortaba el rabo a un gato que le quitaba un juguete a un niño. Para no ofender a nadie, el nuevo hombre siniestro tendría que hacerse daño a sí mismo… o a un alter ego. Y en plena Guerra Fría en Nueva York, nada más propicio que un espía contra otro.
Además de la perversión, los Espías y el Hombre Siniestro tenían otra cosa en común: sus historietas no necesitaban textos, lo mejor para un dibujante de extraordinario talento cuyo Talón de Aquiles habría sido tener que aprender a hablar y escribir en inglés en el frío Manhattan del destierro; algo que, por cierto, observa su hija, nunca hizo.
“El cerebro mío no trajo esa pieza”, le decía él.
ÚLTIMOS MESES EN LA HABANA
A Prohías no le gustaba ver televisión, cuenta Marta, pero un día de enero de 1959 cruzó la sala de su casa desde el rincón que ocupaba su mesa de trabajo hasta el lado opuesto, donde estaba el televisor, y se detuvo a mirar imágenes de la llegada de Fidel Castro a La Habana.
“¡Qué malo está esto! ¡Mussolini entrando en Roma!”, dijo, se dio vuelta y volvió a su mesa para seguir dibujando.
No había pasado mucho tiempo antes de que pudiera confirmar que la comparación no era un chiste. Varias caricaturas suyas publicadas en el semanario humorístico Zigzag, la revista Bohemia y el periódico El Mundo incomodaron lo suficiente al Duce tropical para que emprendiera su primera operación de censura periodística disfrazada de salvaguardia de la “revolución”.
En febrero del propio 1959, Prohías renunciaba a su sección en el periódico El Mundo con una enigmática carta al director, Raoul Alfonso Gonsé.
Aunque mi decisión parezca incoherente, le decía, lleva en su gravedad “el más fiel reflejo de acosamiento de conflictos y desajustes económicos de esta profesión, con el agravante de otro, de índole privada”.
Las caricaturas que más irritaron entonces a Castro, de acuerdo con su hija Marta y con Fabiola Santiago, autora de un texto incluido en el libro Spy vs. Spy-Omnibus, que publicó en 2011 la revista Mad, fueron la de una calavera que decía sentada frente a un plato vacío: “Señores, qué difícil es comer con un martillo y una hoz”, y la del propio Fidel Castro seguido por un ejército de personajillos con bombín, símbolo de la politiquería oportunista.
“Reparto de tierras en la Sierra”, puede leerse en el extremo superior izquierdo del dibujo, y a la derecha dos guajiros hablan: “Oiga, Compay, ¡como tiene ahora gente Fidel!”.
En la sección de su blog titulada Prohías Político, el escritor Enrique del Risco (Enrisco) reproduce esa caricatura y cita la reacción que provocó pocos días después en Fidel Castro mientras daba un discurso en la refinería Shell:
“Me pintan a mí rodeado de bombines. Y yo me pregunto: ¿Dónde están los bombines?, porque no tengo ni escolta”, protestó el entonces primer ministro. “Porque todo el mundo me ha visto cómo ando por las calles, todo el mundo me ha visto cómo ando por las calles casi solo a cualquier hora del día y de la noche”.
Y luego el ensayo de cinismo que tantas veces le serviría para desacreditar públicamente a sus críticos.
“Yo no creo que nuestros artistas sean tan poco originales, yo no creo que nuestros artistas sean tan poco revolucionarios, que la única manera que tengan de divertir al pueblo sea haciéndole daño al pueblo”, declaraba Castro; “que la única manera que tengan de divertir al pueblo sea haciéndole daño a la revolución, sembrando la intriga y sembrando la insidia contra la revolución".
En un primer momento Prohías consideró irse a Venezuela, pero luego se decidió por Estados Unidos, recuerda Marta. Fue desde entonces, aún en La Habana, que ya estaba organizando ideas y preparando lo que sería Spy vs. Spy.
Hay dos grandes caricaturistas cubanos que llegaron muy lejos en Estados Unidos: uno es Prohías, y el otro es Conrado Walter Massaguer (1889-1965), una muestra de cuya obra --por cierto-- expone el Museo Wolfsonian de la Universidad Internacional de la Florida hasta el 2 de febrero del 2020.
PROHÍAS, LA FAMILIA Y EL EXILIO
Salió de Cuba solo, el 1 de mayo de 1960, con planes de que le siguieran su esposa Marta Zamora y los hijos, Marta y Antonio. Pronto empezó a ganarse la vida haciendo caricaturas editoriales para dos diarios hispanos de New York.
En La Habana hubo que acelerar los planes de salida cuando Marta Zamora recibió una llamada temprano en su trabajo, el 30 de junio de 1960. Era alguien de la Embajada estadounidense: “Tienes que irte hoy”, le dijo, “en Panam”. Porque un avión de la aerolínea Panam ya era territorio estadounidense, recuerda la hija.
Volaron directamente de La Habana a Nueva York ese mismo día, y se instalaron en la habitación con cocina de un hotel al final del barrio de Queens. Allí, después que terminaban de comer, Prohías ponía sobre el fogón y recostaba contra la pared una tabla que le servía de atril, y en aquella tabla pasaba largos ratos dibujando.
En el apartamento de La Habana, dice Marta, lo que ella recuerda es que su padre tenía el horario al revés: se iba a dormir cada mañana mientras ella y su hermano estaban preparándose para ir a la escuela. Hacer la caricatura editorial del matutino El Mundo era un oficio de madrugadas.
En el hotel de Queens, relata, había un depósito de basura al lado de la cocina. Allí iban tirando “bolitas” de desperdicios, y un buen día se dieron cuenta de que las “bolitas” caminaban. Era un ratón.
“Tenemos un huésped: Mr. Robert”, les dijo su padre a ella y a su hermano. A partir de ahí la cosa no fue tan grave. Era simplemente Mr. Robert.
De Queens pasaron a vivir un tiempo en la casa de un tío en Passaic, New Jersey, y luego en un apartamento de dos cuartos en el tercer piso de un edificio de Miami Beach, ocupado hasta entonces por una familia cubana que decidió regresar a la isla. Estuvieron un año, recuerda Marta. Allí nació su hermana Susana en 1961.
Prohías seguía trabajando en New York para Mad mientras la familia ya estaba establecida en Miami. En 1963, dice Marta, sus padres se divorciaron.
"LLEVA DOS DÍAS AQUÍ SIN IR A SU CASA"
Marta recuerda que, tan temprano como a sus tres años, si alguien llamaba a la casa de La Habana y preguntaba por su padre ausente cuando ella respondía el teléfono, tomaba el recado, esperaba que él llegara y le daba el mensaje con absoluta precisión.
“Hasta que un día me dijo: tú vas a ser mi secretaria”, relata.
Por eso, cuando recién llegada a New York él le pidió que la acompañara a la redacción de Mad en calidad de traductora, ella lo consideró simplemente una tarea propia de la secretaria de Antonio Prohías.
Pero no hizo falta que tradujera, añade, porque el director artístico y diseñador de la revista, John Putnam, hablaba español, y allí estaba también un dibujante hispano que hablaba con fluidez inglés y español, Sergio Aragonés.
A la semana de haber vendido las primeras historietas de Spy vs. Spy volvió a la redacción de Mad con otras, que tuvieron la misma acogida. Ese fue el principio de un ciclo profesional que terminó apartándolo del humor político y que se extendió hasta marzo de 1987, cuando, dice Marta, su padre se le apareció en Miami y le dijo que no regresaba a New York.
El caricaturista bien podía caer en el grupo de los que en Estados Unidos llaman workaholics, adictos al trabajo. Marta recuerda que una vez le sonó el teléfono y era alguien de la revista pidiéndole que llamara a Prohías. “Tu padre lleva dos días aquí sin irse a su casa”, protestaron desde el otro lado.
La redacción de Mad solía llenarse de gente joven, recuerda ella, y para darles algún souvenir la revista imprimió doilies (tapetes) de papel con los personajes e historietas más conocidos.
“A mi papá le daba pena que los muchachos se fueran con algo tan impersonal y para que tuvieran un original les pedía el doily, les dibujaba un Spy vs. Spy, lo firmaba y se los regalaba”, cuenta. “Y no podías decirle que te gustaba un original. Aunque hubiera acabado de hacerlo, te lo daba y te decía: Llévatelo”.
"Yo le debo la vida a su padre", le dijo a Marta uno de aquellos muchachos a quien el caricaturista empezó por regalarle un original firmado, y luego enseñó a dibujar y asesoró.
En Cuba, Prohías había ganado, entre muchos otros, el importante Premio Juan Gualberto Gómez en 1946. Cuando Fulgencio Batista huyó del país el 1 de enero de 1959, Prohías era presidente de la Asociación de Caricaturistas Cubanos. Además del personaje de El Hombre Siniestro popularizó La Mujer Siniestra, Tovarich, The Diplomat, Erizo y Oveja Negra. Ya establecido en Nueva York, le concedieron en 1960 en Colombia el Premio Mergenthaler, que lleva el nombre del inventor del linotipo.
Nació en la ciudad de Cienfuegos, el 17 de enero de 1921, y falleció en Miami, el 24 de febrero de 1998, a los 77 años. Sus restos descansan en el cementerio Caballero Rivero Woodlawn North Park, de Miami. Le pregunto a Marta si ella o sus hermanos Antonio y Susanita (como la llama) heredaron algo del talento de Prohías para el arte.
“Ninguno de nosotros sabe pintar”, responde. “Yo trato de pintar una vaca y parece un piano”.
DOS CARICATURISTAS HABLAN DE PROHÍAS
ALEN LAUZÁN
Cuentan que en 1960 Fidel Castro acusó a Prohías de espía. Puedo imaginarme al pichón de dictador aprovechando la rimita e inventando un cheo lemita: “¡Prohías, espía, salte de mi vía!”. Los últimos dibujos políticos de Prohías hechos en Cuba los conocí en casa de mi abuelo que como historiador coleccionaba publicaciones de esa época. Yo era muy joven para entenderlos y mi abuelo muy comprometido para explicármelos. Nunca más vi un dibujo de su autoría, no recuerdo siquiera fuera mencionado en el círculo del humor gráfico cubano.
Emigré dos años después de su muerte, conocí Spy vs. Spy gracias a Cartoon Network, supe que era cubano su creador y vi sus primeras tiras en Mad, superiores al animado. Debía existir una sala permanente de su obra en el Museo del Humor, o mejor, en el de Bellas Artes. Sus caricaturas personales de Fidel, Raúl, el Ché, Roa, Dorticós, Pardo Llada, Nikita, la República, el Tío Sam, la URSS… son la mejor crónica de su época y referentes a la hora de satirizar la mía. A sus censores y silenciadores les tengo un lemita: “¡Prohías, Prohías, yo también quiero ser de la CIA!”.
GUSTAVO RODRÍGUEZ (GARRINCHA)
Lo primero que yo vi de Prohías fue la tira de El Hombre Siniestro, en una Bohemia vieja, por supuesto. La línea del dibujo era muy parecida a la de otros dibujantes de la época, pero lo que me llamó la atención fue el tema. Yo nunca había visto nada de humor negro planteado con tanta inocencia. Ni yo conocía lo que era el humor negro en la gráfica, y mucho menos las caricaturas de Prohías, que a la larga le trajeron problemas al dibujante.
De manera que mi admiración por sus dibujos comenzó de la manera más sana, digamos: por la llana admiración artística.
Supongo que eso me llevó a interesarme por su vida, a reforzar mi aprecio por su obra total. Años más tarde, y por casualidad también, me lo encuentro en un número de la revista Mad. La línea más económica, las mismas narices de cono de El Hombre Siniestro y sus gags silentes secuenciales. Con los espías con ojos de mosca y una teatralidad igual de sabrosa en el lenguaje corporal.
Un cubano.
En la revista Mad.
Piensen en eso.
Yo no puedo hablar por todos los caricaturistas pero, en mi caso, conocer del éxito de Prohías en el exilio llevaba la cosa mucho más allá de la clásica historia de final feliz con emigrante huyendo del déspota de turno, empezando con una “manoalánte y otratrá” y abriéndose camino a punta de talento y perseverancia. Prohías escogió el humor sin texto, por razones obvias, y desarrolló un tema con una premisa sencilla que aflojó cualquier barrera cultural.
En una profesión bastante incomprendida y poco explotada, la obra de Prohías debería ser una referencia más frecuente, la verdad. No me extraña que haya más norteamericanos que cubanos familiarizados con el dibujante. A lo mejor es un síntoma interesante.