La visita de François Hollande a Cuba, el 11 de mayo de 2015, significa un giro en las relaciones entre Francia, Europa y la dictadura castrista. Se trata del primer Jefe de Estado de un país democrático desarrollado que viaja a la isla.
Esa visita había sido preparada desde hacía tiempo primero por las múltiples estancias del expresidente socialista del Senado, Jean-Pierre Bel, y luego por la del ministro de Relaciones Exteriores, Laurent Fabius. Ambas eran anteriores a la espectacular alocución simultánea de Barack Obama y de Raúl Castro el 17 de diciembre de 2014 y a su encuentro en abril de 2015 durante la Cumbre de las Américas en Panamá.
No se trata, pues, de un simple mimetismo en relación con la nueva política del Gobierno americano, decidida sin el acuerdo del Congreso, republicano en su mayoría, que, bajo el impulso de los senadores y representantes cubanoamericanos, intenta oponerse por todos los medios al levantamiento del embargo.
No ha habido prácticamente voces discordantes, ni en Francia ni en Europa. Casi todo el mundo, tanto en los medios de comunicación como en el seno de los partidos políticos, parece considerar que resulta absolutamente normal admitir a Cuba dentro del concierto de las naciones, a pesar de la fuerte recrudescencia de la represión desde el anuncio de la normalización entre Estados Unidos y Cuba.
Ya está lejos la época en que innumerables protestas se habían alzado cuando, en marzo de 1995, Fidel Castro había sido oficialmente acogido en el Elíseo por el presidente François Mitterrand y su esposa Danielle, quien le había dado entonces un beso muy poco diplomático al Máximo Líder, para dejar constancia de su admiración y su apoyo. El entonces ministro de Cultura, Jack Lang, oficiaba como maestro de ceremonias en una memorable visita al museo del Louvre, en la que, entre otras estupideces, Fidel Castro le había preguntado cuánto costaba… la "Mona Lisa".
Ningún dirigente socialista (ni de ningún otro partido) cuestiona hoy día el viaje del presidente Hollande. Al contrario. La lista de invitados se alarga día a día. Todos quieren estar en el avión y participar en la fiesta cuando hayan llegado a la isla, con un buen ron y un puro, generosamente brindados esta vez por Raúl Castro. Sin embargo, como homenaje nostálgico al dirigente mítico de la revolución, Hollande ha manifestado su deseo de encontrarse con el hermano mayor, esa "figura emblemática", a pesar de su lamentable estado de salud, que le impide prácticamente salir de su casa-hospital, excepto para tomarse alguna foto con sus admiradores, siempre complacientes.
Y, sin embargo… ¿Qué diría François Hollande, quien ha sido elegido Presidente de la República en 2012, si tuviera la curiosidad de releer el artículo que él mismo había publicado en la revista Le Nouvel Observateur el 27 de febrero de 2003, cuando oficiaba simplemente como Primer Secretario del Partido socialista?
El artículo llevaba por título: "La hermosa revolución se ha vuelto una pesadilla…. Decir la verdad". En él criticaba, desde luego, el embargo americano, colocado en el mismo plano que "las derivas del régimen castrista". Pero también insistía en detallar esa "verdad" en términos claros y contundentes: "poder personal, incluso familiar, rechazo a cualquier tipo de elecciones libres, censura, represión policial, encarcelamiento de disidentes, campos de trabajo, pena de muerte, en suma, el arsenal completo de una dictadura".
¿Qué ha cambiado realmente desde entonces? El poder personal se ha vuelto familiar, incluso dinástico. Sigue siendo imposible concebir elecciones libres, con un régimen de partido único. La censura se ejerce constantemente contra los artistas, los escritores, los periodistas independientes, los blogueros, que se atreven a cuestionar la terrible realidad cotidiana que afecta al conjunto de la población. En cuanto a la represión policial, haría falta oír lo que dicen las Damas de Blanco, madres, hermanas, hijas de presos políticos, violentamente atacadas cada domingo por las fuerzas policiales y permanentemente hostigadas por los esbirros del castrismo por medio de los "mítines de repudio".
Una creación original, al igual que los Comités de Defensa de la Revolución, los comités de chivatos implementados por la "hermosa revolución" que no ha dejado, desde sus inicios, de encerrar en los campos de trabajo o en las cárceles, por decenas de miles, no sólo a los disidentes, sino también a los homosexuales, a los militantes católicos, a los marginales adeptos de las religiones afrocubanas o a los jóvenes amantes de rock, y que ha llevado a cabo sin vacilar miles de ejecuciones, después de procesos estalinistas vergonzosos.
En cuanto a la pena capital, Raúl Castro ha decretado una simple moratoria (por si fuera necesario aplicarla de nuevo). Y es que existen otros medios para condenar para siempre al silencio a los opositores: Dejar morir, en 2010, a Orlando Zapata en la prisión como consecuencia de una huelga de hambre o eliminar, en 2012, por medio de un extraño accidente de tráfico provocado sin duda por la policía política, la siniestra Seguridad del Estado, a los militantes pro derechos humanos Oswaldo Payá (que Hollande consideraba como "el valiente instigador de un proyecto de plebiscito") y Harold Cepero.
El actual ministro de Relaciones Exteriores, Laurent Fabius, quien ocupaba en aquellos tiempos un simple escaño de diputado, escribía por su parte, también en Le Nouvel Observateur, el 19 de junio de 2003: "Fidel Castro, quien reclama un nuevo reconocimiento por parte de la comunidad internacional, es, sencillamente, un dictador. (…) Las dictaduras no son de derecha ni de izquierda: son infames".
Todos, Presidente de la República francesa y ministros, así como sus numerosos acompañantes, traicionando el espíritu de sus declaraciones pasadas, viajan ahora a un país del que cerca de la cuarta parte de la población está exiliada, donde la educación tan ensalzada por los organismos internacionales no es más que un adoctrinamiento perpetuo, donde la salud pública está en ruinas desde la caída de la Unión Soviética y de los "países hermanos".
La palabra "libertad" es una idea que desconocen los dirigentes. Es, sin embargo, la brújula constante de los que, a pesar de la represión, siguen creyendo en un futuro democrático para la isla, abandonada desde hace medio siglo a su suerte, al poder omnímodo de los hermanos Castro, con el consentimiento de los responsables de las naciones democráticas y hasta del Papa, quienes prefieren precipitarse hacia ese nuevo Eldorado con el que han soñado tanto en el pasado, sin tomar en cuenta las aspiraciones legítimas del pueblo cubano, en la isla y en el exilio.
En efecto, los cubanos expresan sus deseos prefiriendo morir en la travesía del estrecho de la Florida o tomando otras vías igualmente peligrosas en lugar de seguir bajo el yugo del régimen. Su número ha seguido creciendo, aún después del anuncio del acercamiento entre Obama y Raúl Castro.
Las redes de simpatizantes del castrismo siguen siendo influyentes. Han hallado aliados de peso en importantes empresas, a las que invitan a ir a invertir en el paraíso tropical. Pero no hay que olvidar la realidad cotidiana de los trabajadores cubanos, que sobreviven con 25 dólares de ingreso mensual promedio y no tienen derecho a la más mínima libertad sindical. Sin ayuda activa a la disidencia, el final ineluctable de los hermanos Castro llevará a la isla hacia la perpetuación de la tiranía dinástica o hacia el caos.
François Hollande tiene aún la oportunidad, durante su estancia, de efectuar algunos actos simbólicos significativos. Debería recibir a los representantes de la disidencia interna y reclamar la creación de una comisión internacional de investigación sobre las circunstancias de la muerte de Oswaldo Payá y de Harold Cepero. De otra manera, Francia, Europa y la comunidad internacional en su conjunto llevarían gran parte de la responsabilidad en el abandono de cualquier perspectiva de alternativa democrática en Cuba.
Jacobo Machover, escritor y profesor universitario cubano, exiliado en Francia.
Laurent Muller, presidente de la Asociación europea Cuba Libre.