Hace ya casi un mes que los norteamericanos votaron para reelegir al presidente Obama y las expectativas más generalizadas eran que el país dejaría atrás los enfrentamientos de la campaña electoral, para centrar sus esfuerzos en resolver los problemas más apremiantes que, en estos momentos, giran en torno al presupuesto.
Pero después de las declaraciones en la noche electoral, cuando el triunfante presidente Obama tendió una mano a la oposición y aseguró su disposición a compromiso, y cuando los perdedores republicanos aseguraron que deseaban forjar un acuerdo con los demócratas, la realidad no ha correspondido a estas promesas.
A pesar del optimismo de los inversores, que daban por seguro un acuerdo entre los rivales políticos norteamericanos, demócratas y republicanos se han parapetado en sus posiciones. Básicamente, las diferencias están en los medios para resolver la gigantesca deuda acumulada por Estados Unidos: los republicanos quieren reducir el gasto público, pues los seguros médicos para jubilados y pobres, junto con las pensiones de la Seguridad Social, crecen a un ritmo insostenible. Los demócratas quieren aumentar los impuestos de las personas más ricas y aplicar este ingreso adicional a reducir el déficit.
En realidad, excepto los elementos más radicales de cada partido, ambos reconocen que no basta con una sola parte, es decir, aceptan que es necesario subir los impuestos y reducir los gastos. Pero este acuerdo en líneas generales no es suficiente pues el presidente Obama exige que las subidas de impuestos se hagan a base de aumentar los porcentajes de retención, mientras que los republicanos quieren hacerlo eliminando una serie de bonificaciones acumuladas a lo largo de los años. Quizá ambas posiciones llegarían a obtener números semejantes, pero el desacuerdo de principio es tal que no consiguen acercarse.
El tiro de salida en las negociaciones lo lanzó el presidente Obama con unas propuestas que los republicanos descartaron de inmediato por considerarlas "no serias" y la Casa Blanca hizo otro tanto con la contra propuesta republicana.
Entre tanto, el país se acerca más al llamado "abismo fiscal", que tan solo dista los días que faltan hasta el próximo año. Lo llaman abismo porque haría pagar a todos los ciudadanos unos impuestos sensiblemente mayores a partir del próximo año y aplicaría una serie de recortes en el gasto público. La conjunción de ambas medidas habría de ayudar a reducir la deuda pública, pero también comporta un enorme riesgo para el desarrollo económico y los expertos prevén que produzca una nueva recesión.
Es algo que nadie debería desear, porque la crisis que empezó en 2008 todavía no se ha superado y las economías de casi todo el mundo apenas han salido de la recesión y son demasiado frágiles para resistir la nueva contracción que produciría este llamado "abismo fiscal".
Pero en Washington, algunos legisladores de ambos partido especulan precisamente con esta posibilidad y calculan ya cómo reaccionará la población si no hay acuerdo antes de finales de año. Debido a sus victorias en noviembre, muchos demócratas parecen convencidos de que la opinión pública culpará a los republicanos por no haber cedido y en las filas republicanas muchos temen que ocurra precisamente eso.
Los empresarios, grandes y pequeños, van tomando posiciones para defender su situación y, ante la incertidumbre reinante, se reservan a la hora de invertir. Esto ha producido ya una desaceleración que se reflejó en los últimos datos económicos y los mercados reaccionaron con alarma, pero los políticos siguen defendiendo sus posiciones con slogans de campaña electoral. Muchos creen que esta actitud seguirá hasta el último momento, en que lograrán un compromiso en las últimas horas de este año, después de haber presionado en todo lo posible a sus adversarios.
Pero después de las declaraciones en la noche electoral, cuando el triunfante presidente Obama tendió una mano a la oposición y aseguró su disposición a compromiso, y cuando los perdedores republicanos aseguraron que deseaban forjar un acuerdo con los demócratas, la realidad no ha correspondido a estas promesas.
A pesar del optimismo de los inversores, que daban por seguro un acuerdo entre los rivales políticos norteamericanos, demócratas y republicanos se han parapetado en sus posiciones. Básicamente, las diferencias están en los medios para resolver la gigantesca deuda acumulada por Estados Unidos: los republicanos quieren reducir el gasto público, pues los seguros médicos para jubilados y pobres, junto con las pensiones de la Seguridad Social, crecen a un ritmo insostenible. Los demócratas quieren aumentar los impuestos de las personas más ricas y aplicar este ingreso adicional a reducir el déficit.
En realidad, excepto los elementos más radicales de cada partido, ambos reconocen que no basta con una sola parte, es decir, aceptan que es necesario subir los impuestos y reducir los gastos. Pero este acuerdo en líneas generales no es suficiente pues el presidente Obama exige que las subidas de impuestos se hagan a base de aumentar los porcentajes de retención, mientras que los republicanos quieren hacerlo eliminando una serie de bonificaciones acumuladas a lo largo de los años. Quizá ambas posiciones llegarían a obtener números semejantes, pero el desacuerdo de principio es tal que no consiguen acercarse.
El tiro de salida en las negociaciones lo lanzó el presidente Obama con unas propuestas que los republicanos descartaron de inmediato por considerarlas "no serias" y la Casa Blanca hizo otro tanto con la contra propuesta republicana.
Entre tanto, el país se acerca más al llamado "abismo fiscal", que tan solo dista los días que faltan hasta el próximo año. Lo llaman abismo porque haría pagar a todos los ciudadanos unos impuestos sensiblemente mayores a partir del próximo año y aplicaría una serie de recortes en el gasto público. La conjunción de ambas medidas habría de ayudar a reducir la deuda pública, pero también comporta un enorme riesgo para el desarrollo económico y los expertos prevén que produzca una nueva recesión.
Es algo que nadie debería desear, porque la crisis que empezó en 2008 todavía no se ha superado y las economías de casi todo el mundo apenas han salido de la recesión y son demasiado frágiles para resistir la nueva contracción que produciría este llamado "abismo fiscal".
Pero en Washington, algunos legisladores de ambos partido especulan precisamente con esta posibilidad y calculan ya cómo reaccionará la población si no hay acuerdo antes de finales de año. Debido a sus victorias en noviembre, muchos demócratas parecen convencidos de que la opinión pública culpará a los republicanos por no haber cedido y en las filas republicanas muchos temen que ocurra precisamente eso.
Los empresarios, grandes y pequeños, van tomando posiciones para defender su situación y, ante la incertidumbre reinante, se reservan a la hora de invertir. Esto ha producido ya una desaceleración que se reflejó en los últimos datos económicos y los mercados reaccionaron con alarma, pero los políticos siguen defendiendo sus posiciones con slogans de campaña electoral. Muchos creen que esta actitud seguirá hasta el último momento, en que lograrán un compromiso en las últimas horas de este año, después de haber presionado en todo lo posible a sus adversarios.