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Detrás de los “almendrones” de Cuba


Debido a los problemas del transporte público, en rutas como Alamar, La Víbora, Guanabo, etc., la demanda es muy superior a la oferta, lo que ocasiona moloteras y descontento entre los pasajeros.

LA HABANA.- Una amiga panameña en visita reciente a Cuba, quiso tomarse una foto en uno de los “almendrones”, que brindan servicio a los turistas en La Habana Vieja.

“Son cinco dólares”, le dijo el chofer, a lo que ella respondió con un regateo de antemano ineficaz: “Te doy dos”, pero el silencio del chofer fue lapidario, y ella se marchó sin comprender el porqué de la negativa.

“Era solo una foto, no iba a tomar más de dos minutos y hubiera sido ganancia neta, pero se la perdió”, insistía ella a pesar de mis esfuerzos por explicarle lo inexplicable.

La misma dinámica que mantiene en activo a esa hornada de autos, construidos entre los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado, hace que toda una mentalidad cerrada, de choferes, mecánicos y dueños de estos automóviles, sea diferente a la del resto del mundo, y al principio capitalista time is money.

Antes de 1989, la mayoría del parque automotriz cubano era de fabricación soviética. A los autos americanos se les veía a menudo rotos en cuestas ascendentes, pues su mecánica —eso pensábamos— estaba obsoleta.

Luego sobrevino la crisis y fue necesario volver a mirar con cariño a los autos clásicos americanos, que por entonces fueron rebautizados con su nombre definitivo: los almendrones.

“Yo recuerdo que muchos funcionaban con Luz Brillante (kerosene), y hasta les adaptamos los dos sistemas, porque a veces aparecía el petróleo”, cuenta Jorge Luis Bárdago, chofer de almendrones con 28 años de experiencia.

“Hay muchos carros que ya estaban despedazados, olvidados en un garaje o que sus dueños apenas tenían la propiedad, y fueron reconstruidos desde cero. Les poníamos piezas de cualquier cosa, autos americanos modernos, Lada o Moskovish”, dice Lázaro Mesa, mecánico cuentapropista.

En la actualidad, una cantidad enorme de almendrones circulan por las calles de Cuba, sobre todo en la capital, y algunos exhiben una apariencia bastante similar a la original.

La mayoría de ellos se dedican al servicio de “boteo”, que consiste en una ruta fija, igual a la de las guaguas, pero no exhiben la misma exquisitez estética de los que sirven al turismo.

“No es fácil conseguir las piezas. El Estado te cobra impuestos pero no pone tiendas donde uno pueda comprar las gomas, o el motor cuando se rompe, así que uno vive del invento, adaptando piezas, encargándolas a torneros, ya tú sabes”, explica Enrique González, botero de la ruta Habana-Guanabacoa.

El precio del boteo puede oscilar entre los 10 y los 25 pesos en moneda nacional, según sea la extensión de la ruta.

Debido a los problemas del transporte público, en rutas como Alamar, La Víbora, Guanabo, etc., la demanda es muy superior a la oferta, lo que ocasiona moloteras y descontento entre los pasajeros.

Asimismo, la técnica obsoleta y las adaptaciones provocan que estos autos sean altamente contaminantes, aumentado los altos grados de polución en las calles de la capital.

Para los alquileres a turistas, el monto es en cuc, y depende del acuerdo entre el chofer y los pasajeros. Si se trata de un recorrido turístico, el precio no bajará de los 50 cuc (equivalentes a 1 200 pesos cubanos).

Un viaje interprovincial desde La Habana a Villa Clara, provincia central con abundantes cayos turísticos, roza los 250 cuc (6 mil pesos cubanos). Mientras los viajes de nacionales desde y hacia el aeropuerto José Martí, cuestan entre 25 y 35 cuc (600 y 840 pesos cubanos).

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