Los recientes choques en Egipto entre coptos y musulmanes van más allá de la malas relaciones entre vecinos o el radicalismo de unos cuantos musulmanes exaltados: las raíces hay que buscarlas incluso fuera del propio Egipto, en el equilibrio religioso y político del mundo islámico.
El problema del pasado fin de semana, cuando los enfrentamientos entre coptos y musulmanes de la ciudad de Chusus, próxima a El Cairo, se saldaron con cinco muertos y una veintena de heridos, es ciertamente un problema local de mala vecindad. Pero los ataques a la comunidad copta, que constituye cerca del diez por ciento de la población total egipcia, no se limitan a la intolerancia del sector social más atrasado del país.
En realidad, los disturbios religiosos egipcios comenzaron con la conquista del poder por los Hermanos Musulmanes, partido que preconiza un socialismo nacionalista islámico bastante aperturista. Esto preocupa a los sauditas fundamentalistas –los wahabitas- porque Egipto es la nación clave de la política en el Oriente Medio y desean ver allí un poder ortodoxo o, en el peor de lo casos, secular.
El Egipto de gobierno militar les preocupó menos, pues los siglos en que el ejército controló el país, que gobierna desde la época de los mamelucos, no representó un impedimento para la supervivencia del Islam.
Los wahabitas, que gracias al dinero saudí han extendido su influencia por todo el mundo islámico, tratan ahora de impedir como sea un islamismo moderado que podría suponer una amenaza para su radicalismo.
En Egipto, la angustiosa situación económica permite a los wahabitas organizar disturbios, algarabía y conflictos sociales, en su intento de ir minando poco a poco el Gobierno cairota de los Hermanos Musulmanes
El problema del pasado fin de semana, cuando los enfrentamientos entre coptos y musulmanes de la ciudad de Chusus, próxima a El Cairo, se saldaron con cinco muertos y una veintena de heridos, es ciertamente un problema local de mala vecindad. Pero los ataques a la comunidad copta, que constituye cerca del diez por ciento de la población total egipcia, no se limitan a la intolerancia del sector social más atrasado del país.
En realidad, los disturbios religiosos egipcios comenzaron con la conquista del poder por los Hermanos Musulmanes, partido que preconiza un socialismo nacionalista islámico bastante aperturista. Esto preocupa a los sauditas fundamentalistas –los wahabitas- porque Egipto es la nación clave de la política en el Oriente Medio y desean ver allí un poder ortodoxo o, en el peor de lo casos, secular.
El Egipto de gobierno militar les preocupó menos, pues los siglos en que el ejército controló el país, que gobierna desde la época de los mamelucos, no representó un impedimento para la supervivencia del Islam.
Los wahabitas, que gracias al dinero saudí han extendido su influencia por todo el mundo islámico, tratan ahora de impedir como sea un islamismo moderado que podría suponer una amenaza para su radicalismo.
En Egipto, la angustiosa situación económica permite a los wahabitas organizar disturbios, algarabía y conflictos sociales, en su intento de ir minando poco a poco el Gobierno cairota de los Hermanos Musulmanes