Cúcuta, Norte de Santander, Colombia, parece un lugar adecuado para lo que hasta ahora se vislumbra como un choque de voluntades entre el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y el procónsul de Cuba en Venezuela, Nicolás Maduro.
En Miami y Caracas se ha escuchado ruido de sables y tambores de guerra, mientras discretamente los subalternos de ambos contendientes sostienen conversaciones en Miraflores y La Habana, en busca de una salida negociada.
Cúcuta es veterana en trajines de guerra. Fue por estos días que El Libertador, Simón Bolívar, derrotó al invasor español en lo que hoy se conoce como “La Batalla de Cúcuta” (28 de febrero de 1813), histórico destino de los hados a la espera de una nueva página potencialmente belicosa en las próximas setenta y dos horas.
Sin embargo, el primer tanteo no será a tiros y cañonazos. El empresario británico, Richard Branson, ha organizado un concierto del lado colombiano de la frontera con decenas de conocidos artistas, mientras que el ministro de información de Venezuela, Jorge Rodríguez, anunciaba un contraconcierto bajo el sospechoso lema de “Por la Paz y la Vida”.
Siento decirles que “el aparato” cubano está ganando tiempo.
Si la oposición organiza un concierto en la frontera, ellos organizan un concierto del otro lado del puente Tienditas. Si la oposición almacena alimentos y medicinas en Cúcuta, ellos traen de Cuba, Moscú, China o cualquier otro país amigo, toneladas de medicinas y alimentos. Si la oposición moviliza manifestantes, ellos obligan a los suyos a manifestar. Si el presidente Trump los fustiga como se merecen, ellos adoptan en Caracas y La Habana el papel de víctimas del imperialismo norteamericano, dispuesto a desatar una guerra que causaría muchas bajas entre la población civil.
Por eso no han detenido a Juan Guaidó ni disuelto la Asamblea Nacional. Andan ocupados movilizando los cuadros subversivos en países vecinos; los amigos que han cultivado durante años en África, insignificantes, pero con voz y voto en la ONU; los representantes demócratas que ya promueven abiertamente el socialismo rojillo en el Congreso de EE.UU.
Imitando a los comunistas de la Guerra Civil Española, enviaron oro venezolano a Rusia para asegurarse el suministro de armas en caso de que estalle una confrontación convencional que no pueden ganar, pero sí contrarrestar abriendo frentes guerrilleros junto a las FARC y el ELN en distintos puntos de Suramérica.
Conociendo cómo operan estos canallas disfrazados de comunistas, me preocupa que las buenas intenciones de Trump se vean difuminadas por presiones de grupos socialistas y de derechos humanos, proclives a contraer el síndrome del primer ministro británico, Neville Chamberlain. Parafraseando el comentario que Winston Churchill hiciera de su colega apaciguador, podríamos decir que “a nuestra patria se le ofreció elegir la guerra para impedir la ocupación cubana de Venezuela, pero no lo hicimos a tiempo y ahora, de todas maneras, estamos a punto de tener la guerra”.
Con esta gente no hay arreglo; hay que sacarlos por la fuerza.