Si el martes 18 de marzo de 2003 no hubiera comenzado la feroz oleada represiva contra disidentes y periodistas independientes, al dia siguiente, miércoles 19, de mi cuarto hubiera cogido la Olivetti portátil, la hubiera puesto en la mesa-comedor de la sala y me hubiera puesto a mecanografiar un nuevo capítulo o entrega de Periodista, nada más.
En mente tenía volver a hablar del año 1994: el 3 de junio había nacido Yania, mi primera nieta y también quería narrar algunas experiencias vividas en los meses de septiembre y noviembre de ese año con periodistas y abogados españoles. Una de ellas fue la visita que hice con Alberto Sotillo, enviado especial de ABC, a casa de Carlos Aldana Escalante, en la barriada habanera del Nuevo Vedado.
Aldana había dirigido el poderoso departamento ideológico del comité central del partido comunista y había llegado a ser el número tres del régimen, pero en octubre de 1992 fue acusado de supuestos tejemanejes financieros y lo sacaron de circulación.
Como para cada persona y para cada “delito” Fidel Castro emplea un castigo distinto, a Aldana no lo mandaron a la cárcel: lo condenaron al silencio y lo obligaron a aceptar un puesto sin importancia en un hotel de las fuerzas armadas en Topes de Tollantes, Trinidad, a unos 400 kilómetros al sureste de la capital.
A diferencia de Santiago Córcoles, quien había arribado a la isla con un plan específico de trabajo, Sotillo decidió confiar en mí y me pidió que le sugiriera a dónde ir y a quienes entrevistar. Creo que con excepción del escritor Leonardo Padura y de Mar Marín, corresponsal de EFE en ese momento en La Habana, no traía mayores intereses en su agenda.
Así fue como una tarde de septiembre me fui con Sotillo a casa de Aldana. Cuando llegamos, nos encontramos que a su hijo se le había quedado una llave dentro y estaba con su mujer, embarazada, tratando de ver cómo solucionaban el problema. Vestía un pantalón verde olivo, sin la camisa. Nos sentamos en la terraza, el recelo con que nos recibió se notaba en su cara.
Nos dijo que su padre había estado de pase unos días antes, ya había retornado a Trinidad y para hablar con él había que hacer una solicitud al comité central del partido. “Lo siento, nos dijo, más nada puedo decir”. Le expliqué que hacía tiempo conocía a su padre y que además de saludarle quería ver la posibilidad de ser entrevistado para ABC. Ahí al hijo de Aldana se le salió el “patria o muerte” y me dio una pequeña, pero no muy convincente, arenga revolucionaria.
Decidí no forzar la situación y de mi block arranqué una hoja y le dejé una nota. Si su hijo la rompió después, se la entregó a la Seguridad del Estado o la guardó y se la dio a su padre la próxima vez que lo vio, no lo sé. Lo que si Aldana de alguna manera debe haber sabido es que no tuve miedo y traté de contactar con él, pese a que Fidel y Raúl Castro habían decidido convertirlo en no persona y borrarlo del mapa político nacional.
Había conocido a Carlos Aldana en 1970, había trabajado con él, le consideraba mi amigo y para nada me creí –ni todavía no me creo- los argumentos dados para su defenestración.
En una pequeãa postal con un paisaje del Valle de Viñales, Pinar del Río, que Aldana me había enviado al Canal Telerebelde, felicitándome por la llegada de 1989, a la izquierda había escrito “Sinceramente, Aldana” y a la derecha este poema suyo:
Vives en una isla
donde vuelve a darse la guerra
de los mundos.
todo dependerá de cuál venza
en tus adentros.
En los meses de marzo y abril de 1990 permanecí ingresada en el policlínico Luis de la Puente Uceda, en el municipio de 10 de Octubre, a la espera de que mi salud se fortaleciera y poder someterme en el hospital Ameijeiras a una litotricia para eliminar diminutos cálculos renales. Al policlínico, Aldana me hizo llegar su libro El río que nos lleva, con esta dedicatoria: “Tania, nunca te perdonaré si nos abandonas en este momento. Saludos, Aldana, 5/4/90”.
Ese año, el ideólogo del partido me había enviado por correo, a mi domicilio, otra pequeña postal, esta vez la reproducción de una pintura con una de las tantas escenas de masas con banderas cubanas, reflejo del realismo socialista imperante en la época. A la izquierda escribió: “Tania, si tu no existieras, Dios tendría que inventarte o declararse incompetente. No nos abandones. Cree en nosotros como todos acá en ti. Te felicito por un año fecundo”. A la derecha, impresa, una consigna:
1990
con Fidel,
por nuestro socialismo,
pase lo que pase.
Aldana
¿Quién iba a imaginar que sus días como número tres del régimen estaban contados? ¿Y que yo en 1995 pasaría a la disidencia como periodista independiente?
La felicitación de Aldana por el “año fecundo” se refería a que en 1990 fui elegida trabajadora destacada del ICRT, pero a ninguna de las actividades organizadas para homenajear a los destacados de todo el país pude asistir, por encontrarme hospitalizada. Ese año, al frente del ICRT se encontraba Gary González.
En 1989-90, como periodista-realizadora del programa Puntos de Vista, me había llegado la informacion de que Fidel Ramos, primer secretario del partido en Pinar del Río, estaba llevando a cabo un proceso de apertura y democratización, una variante criolla de la perestroika que contaba con el visto bueno de Aldana.
Antes de viajar a la más occidental de las provincias, me fui al DOR (departamento de orientación revolucionaria) y alli el vicejefe, Raúl Castellanos, médico de profesión, me dio a leer una serie de documentos, casi todos actas de reuniones del partido pinareño. Ya con suficientes datos, hice un viaje de coordinación y preparación y cuando el esquema de grabaciones y entrevistas estuvo listo, allá me fui, con un equipo de la televisión.
Era el segundo viaje que hacía a Pinar del Río para un Punto de Vista: después de la repercusión que tuvo El Servicio Militar, estrenado la televisión cubana en noviembre de 1988, de la dirección política de las FAR me propusieron hacer un programa en el municipio San Cristóbal, el más preparado para enfrentar el "período especial". También debía plasmar cómo los pinareños habían hecho suyo los “domingos de la defensa”. Me asignaron el mismo asesor que había tenido para el programa sobre el servicio militar, Bienvenido Rojas.
Las fuerzas armadas no sólo jugaron un papel fundamental, decisivo, en la implantación del “período especial en tiempos de paz”: tampoco estuvieron al margen del proceso democratizador que se quiso poner en práctica en Pinar del Río antes de extenderlo al resto del país. Hasta donde sé, aupando ese proceso no estaban solamente Aldana y su equipo más cercano en el DOR, sino el propio Raúl Castro.
Ninguno de los dos Puntos de Vista realizados en Pinar del Río salieron al aire, uno por un motivo, otro por otro. Pero me consta que en ninguno de los dos casos el censor fue Aldana. De él y de sus allegados casi siempre tuve apoyo y vía libre en mi labor como periodista, aunque no pocas veces con fricciones y situaciones un tanto raras.
En 1986-87 se produjeron dos de esas situaciones raras. Una de ellas ocurrió una noche, en un estudio de la televisión donde se iba a celebrar una asamblea presidida por Aldana. Llegué y me senté al final y antes de dar inicio a la reunión, Aldana recorrió con la vista los asistentes y al divisarme en voz alta dijo: “Uf, aquí está Tania Quintero, una terrorista de izquierda”. Sabía de mi fama de 'conflictiva', por decir lo que pensaba, pero ¿terrorista y de izquierda?
En otra ocasión, fui citada a su despacho. No tenía la menor idea de los motivos. El encuentro duró cerca de una hora y casi todo el tiempo Aldana estuvo 'descargando' (diciendo cosas), sin dejar de dar pasos de un lado a otro de la oficina. Mientras, yo aprovechaba para tomar del vaso de jugo de naranja que me habían servido y mirar de reojo sus botines de piel negra. En un momento se detuvo y en tono amenazante me dijo: “Fijate, Tania Quintero, aquí oposición sólo se va a permitir la de Fidel Castro”.
Siempre me quedé pensando por qué Aldana me citó a su despacho y me dio aquella perorata. Cuando después pasó lo que pasó, o sea cuando lo botaron, me di cuenta que mi presencia fue un pretexto y que Aldana habló para los micrófonos que ya por entonces debió haber tenido instalado en su amplio y cómodo despacho, donde siempre estaban encendidos dos televisores: uno con las noticias nacionales y otro con la CNN en español.
En noviembre de 1994 servía de guía a una comitiva formada por cuatro abogados españoles, entre ellos Jesús María Zuloaga, hermano de José María Zuloaga, periodista de ABC, y José María Fuster-Fabra Torrellas. Alquilaron un yipi y debía ayudarles a que no se extraviaran por la ciudad. No sabía exactamente a qué habían viajado a La Habana: me decían que querían ir a tal calle y les orientaba. Tomaban fotos, muchas fotos.
Sólo supe sus verdaderos propósitos cuando regresaron a España y en la prensa vi lo que publicaron: pertenecían a la AVT (Asociación Víctimas del Terrorismo) y en sus cámaras fotográficas y de video quedarían captados lugares donde trabajaban y vivían algunos de los etarras refugiados en la isla con el consentimiento del gobierno cubano.
En 1994 me encontraba en una paradójica situación: continuaba cobrando mi salario por los Servicios Informativos de la Televisión Cubana, pero éstos no me asignaban contenido de trabajo. Desde marzo de 1991, cuando mi hijo Ivan había sido detenido casi dos semanas por la Seguridad del Estado y había salido al aire mi último programa realizado, Guajirito soy, había pasado a una 'lista negra'.
No obstante las adversidades, no me limité a mi papel de abuela y ama de casa en "período especial". Desde mediados de 1991 y hasta marzo de 1993 con autorización del presidente del ICRT, Enrique Román, cogí un año sabático y me dediqué a investigar la vida, obra y estancia en Cuba del director austríaco Erich Kleiber y su familia.
De lunes a viernes, indistintamente trabajé en el Instituto de Historia, la Biblioteca Nacional y el Museo de la Música. Cuando finalicé el trabajo presenté un proyecto de serial televisivo que, por supuesto, no fue aprobado. Se titulaba Escalas hacia el fuego y pueden leerlo en mi blog. Logré salvarlo porque lo guardé en la misma carpeta verde donde tenía las 61 cuartillas escritas de Periodista, nada más.
Al constatar que mi propuesta televisiva había caído en saco roto (no olvidar que formaba parte ya de una 'lista negra'), el domingo 28 de marzo de 1993 a iniciativa mía y gracias al apoyo de Ligia, hija del maestro Adolfo Guzmán, en el Museo de la Música fue inaugurada la exposición “Erich Kleiber: 50 años de su debut artístico en Cuba”.
Entre otros invitados asistieron músicos fundadores de la Orquesta Filarmónica de La Habana; la embajadora de Austria, Heide Keller y la directora del museo, María Teresa Linares. De recuerdo conservo dos fotos de baja calidad, realizadas por uno de los presentes con su cámara soviética.
Ese año sabático, el primero que tomaba en mi vida, lo cerré escribiendo “Presencia de Kleiber”, reportaje que en cuatro páginas publicaría la revista Bohemia en junio de 1993 y resultara seleccionado entre los destacados de esa semana.
De todo esto y más pensaba escribir si no me lo hubiera impedido la represión de marzo de 2003.
Nota.- Este texto lo escribí el 4 de abril de 2006, en Lucerna, Suiza, donde vivo como refugiada política desde diciembre de 2003. En enero de 2008 se publicó por primera vez en Cuba Puntos de Vista, web que desapareció en diciembre de 2009. Por segunda vez se publicó en mi blog, el 3 de junio de 2011. La foto me la tiró mi nieta Yania el 10 de noviembre de 2010, día de mi 68 cumpleaños.