El cardenal Jaime Ortega relató a medios de prensa cubanos su experiencia de ocho meses en las Unidades Militares de Apoyo a la Producción (UMAP), unos campos de reclusión a los que el gobierno cubano en la década del 60 envió a religiosos, homosexuales y opositores al régimen.
Fragmento de la entrevista publicada en el diario provincial Girón:
"Después de los acontecimientos de Camarioca (se refiere al éxodo de cubanos hacia Estados Unidos en 1965 por esa porción de la costa norte matancera), que viví yo en Cárdenas, casi en el foco de aquello, hubo un momento de radicalización de nuevo de todo el proceso y fue cuando vinieron las UMAP. Aparecieron nuevas limitaciones muy difíciles para la Iglesia en el 66. En medio de todo eso, gracias a Dios, yo no perdí la capacidad de considerar mi amor al país, a mi tierra, a mi Patria, a esta realidad, a su gente, aunque se fueran muchos, aunque no pensaran muchos como nosotros, aunque fueran opositores nuestros en cuanto a la fe y a nuestra misión aquí, pero no tenía si no el deseo de contribuir a que se superaran todas esas miserias.
Fueron 8 meses los que yo pasé allí. No creo que me marcara negativamente en el sentido de tener después recelos y rencores. En medio de todo eso fue una experiencia tremenda de conocer la vida como no la puede conocer uno en los estudios de Teología. Sería increíble el anecdotario de lo que era la presencia de un sacerdote en medio de aquellos hombres desesperados. Yo era un muchacho.
“Me acuerdo que cuando acabo de llegar bajo un aguacero -me llevaron en medio de un aguacero en el que caían truenos- uno de aquellos reclutas estaba parado en medio del agua pidiendo que me partiera un rayo. Después viene un grupo y me rodea a mí. Uno de ellos me dijo: “usted ha venido aquí para darnos consuelo” y yo dije “…ah ya, aquí habló la voz de Dios, para eso estoy yo aquí. ’’ Para eso estaba yo allí.
“Un hombre que no sabía leer ni escribir me pedía que yo le leyera las cartas de su mujer, más nadie que usted me las lee. Después él me decía lo que quería ponerle a la mujer en las cartas.
“Recuerdo que en cierta ocasión el político de la unidad dijo: “le llaman por el nombre o el número” Mi número era el 36. “O 36 o el nombre” Y ellos dijeron: “No, le vamos a seguir diciendo Padre, porque él es nuestro Padre”
“Mi experiencia de allí es todo eso. Fue una experiencia única en la vida para un sacerdote que comienza la oportunidad en Cuba de estar en medio del pueblo. Desde el punto de vista humano es algo quizás tremendo, considerado así desde fuera. Pero todo hay que mirarlo, en la fe lo miramos todo así, bajo la luz de Dios. Si Dios quiso que esto fuera así, entonces, ¿qué quisiera él de esto? Ah, que yo sacara una lección tremenda de lo que es el ser humano, de la misericordia que hay que tener con la gente, de lo que sufre la gente y eso es importante. Ese es el balance que yo saco, desde el confesionario cuando confieso, hasta la comprensión que hay que tener habitualmente al hablar con una persona”.