En Cuba se fusiló, se masacró en sitios inimaginables, no solo en campamentos militares o lugares previamente designados para tan macabra acción. Las ejecuciones tuvieron lugar en patios de escuelas, en curvas de carreteras, en parques, farallones de las sierras, en cementerios y patios de viviendas, en esa gestión fueron alumnos aventajados del nazismo y del estalinismo, los engendradores del totalitarismo cubano.
Matar para el régimen castrista fue una especie de acto de purificación porque la muerte de los otros le afianzaba en el poder, en consecuencia, cuando el pueblo cubano pueda acceder sin restricciones al conocimiento pleno de los trágicos sucesos con los que la dictadura dinástica de los hermanos Castro ha marcado al país, de seguro quedará profundamente conmovido ante el costo humano a la nación del experimento revolucionario.
Conmoción que tendrá que sumar a las ya acumuladas precarias condiciones de vida que padece, a la destrucción material del país y a los constantes fracasos de todos los proyectos gubernamentales, a pesar del gran esfuerzo realizado por el sector de la población que creyó fervientemente en las promesas del caudillo.
No pocos “compañeros” participaron en las depredaciones de la dictadura, pero son escasos los que tienen una visión integral del pasado sangriento, ya que el control ejercido sobre la información ha sido muy estricto a la vez que ha estado fundamentado sistemáticamente en una campaña de intimidación de la que se requiere mucha entereza para sustraerse.
Esa puede ser una de las causas por las que más de un victimario cree ciegamente que los abusos fueron aislados y los crímenes inexistentes, tal y como muchos respetables ciudadanos alemanes negaron frenéticamente el Holocausto.
Los crímenes de sangre de la dictadura castrista se remontan a las numerosas ejecuciones realizadas en el periodo insurreccional en llanos y montañas, también, a los actos terroristas contra la población civil que ejecutaron los insurgentes, sin embargo, después del triunfo de la insurrección, cuando el país estaba presto para sembrar la paz y cosecharla abundantemente, la nación se introdujo en una vorágine de asesinatos masivos, apuntalados en ejecuciones sumarias individuales, razón por la cual los expresos políticos Miguel Guevara y Santiago Díaz Bouza, escribieron un libro que titularon “La Muerte se viste de Verde”, ya que aquellos horrendo asesinatos colectivos se apuntalaban en ejecuciones individuales, encierros de miles de personas además del desplazamiento forzoso de campesinos.
El primer asesinato en masa del nuevo régimen ocurrió en la madrugada del 11 de enero de 1959. Raúl Castro, ordenó la ejecución de 71 personas acusadas de haber cometido crímenes durante su asociación al depuesto régimen de Fulgencio Batista. La orden fue cumplida. Varias excavadoras abrieron una zanja, los hombres fueron parados ante la misma y asesinados despiadadamente, después, la tumba colectiva fue cubierta con tierras por las misma máquinas que la habían abierto.
Dos años después, abril de 1961, fueron fusilados en el Panteón Nacional de La Cabaña ocho patriotas, una cifra superior al promedio diario de los hombres que allí eran ejecutados.
En 1962, según diferentes fuentes, muchos cubanos fueron fusilados como consecuencia de los arrestos de los complotados en la fracasada conspiración cívico-militar de agosto de ese año.
En junio de 1963, los fusilamientos eran prácticamente diarios, 21 hombres fueron ametrallados frente a una loma de hierba y tierra en la Ceiba, montañas del Escambray. Llevaban casi tres años presos sin juicio.
En 1964 la Fortaleza de La Cabaña fue sede de otro fusilamiento en masa: 14 guerrilleros, algunos llevaban más de cuatro años alzados en armas, fueron capturados gracias a una hábil maniobra de la seguridad del estado castrista y a la traición de uno de los colaboradores de los insurgentes, el tristemente famoso Alberto Delgado y Delgado.
La ejecución de 1964, al parecer, fue la última masacre ante el paredón, aunque los crímenes de grandes grupos continuaron como se puede apreciar en el asesinato de más de cincuenta personas al hundir la embarcación XX Aniversario en el Río Canimar, 1980, y posteriormente los 41 asesinados, entre ellos 10 niño, embarcados en Remolcador Trece de Marzo el 13 de julio de 1994.