"Todavía estoy esperando un análisis crítico de algún funcionario del régimen sobre la anexión de Crimea por parte de Rusia y la evidente mano de Moscú en las protestas e insubordinaciones pro rusas que están aconteciendo en diferentes ciudades de Ucrania", me dice Manuel, 73 años, profesor jubilado.
Ningún comentarista político en Cuba ha condenado la clamorosa ostentación del mandatario depuesto Víctor Yanukóvich, dueño de una extensa propiedad con campo de golf, zoológico y una despampanante mansión recubierta de mármol a 15 kilómetros de Kiev, mientras el ciudadano promedio en esa nación europea gana poco más de 300 euros al mes.
Las noticias oficiales hicieron hincapié en los grupos nacionalistas radicales que protestaban en la Plaza Maidán. "En la isla se han generado opiniones contra el actual gobierno de Ucrania, describiéndolo como una pandilla de neofascistas", comenta Iraida, 44 años, bibliotecaria.
Ni en el Parlamento Nacional ni en los medios estatales, se explicó por qué Cuba fue una de las once naciones, entre 159, que el 27 de marzo en la Asamblea General de la ONU, votó a favor de la anexión rusa de Crimea.
"No he escuchado a un historiador o politólogo supuestamente independiente, condenar la burda injerencia rusa en Crimea. Tampoco la iglesia católica cubana, protestante o judía han emitido una nota reprobando las políticas de Vladimir Putin", señala un ex militar que estudió en la URSS.
En mi opinión, esto crea un mal precedente. Si el régimen de Raúl Castro ve bien que un imperio -Rusia nunca ha dejado de serlo- u otro centro del poder mundial ocupe un territorio de manera ilegal, el discurso a favor de la independencia de Puerto Rico o las Malvinas evidentemente pierde sentido.
No hay imperios buenos o malos. Si todavía en Cuba se condena la anexión de Texas por Estados Unidos en el siglo 19, también hay que reprobar las políticas injerencistas de Rusia o China.
La autocracia verde olivo no puede justificar una anexión por simpatías ideológicas o conveniencia de Estado. Si se busca como argumento que el 95% de los habitantes en Crimea estaban a favor de asociarse a Rusia, entonces también se debe respetar la decisión en las urnas del pueblo puertorriqueño, que ha votado por mayoría de mantenerse como Estado Libre Asociado.
Entonces, ¿qué argumentos puede esgrimir el gobierno de Castro para apoyar la campaña de la presidenta argentina Cristina Kirchner a favor de la soberanía de las islas Malvinas, cuando el 95% de sus pobladores están a favor de continuar siendo territorio del Reino Unido?
Los países pequeños o que no son pesos pesados en la política internacional, deben calibrar sus decisiones a la hora de votar en litigios territoriales. Es un arma de doble filo.
Si la decisión del régimen de La Habana de apoyar a Rusia se hizo buscando un posterior beneficio, ya sea económico o militar, el discurso oficial, que se proclama antiimperialista, debe cambiar.
En todo caso, la política gubernamental del gobierno cubano es antiestadounidense. Que puede ser una decisión soberana, discutible o no. Pero por favor, háganselo saber a sus ciudadanos.
Ningún comentarista político en Cuba ha condenado la clamorosa ostentación del mandatario depuesto Víctor Yanukóvich, dueño de una extensa propiedad con campo de golf, zoológico y una despampanante mansión recubierta de mármol a 15 kilómetros de Kiev, mientras el ciudadano promedio en esa nación europea gana poco más de 300 euros al mes.
Las noticias oficiales hicieron hincapié en los grupos nacionalistas radicales que protestaban en la Plaza Maidán. "En la isla se han generado opiniones contra el actual gobierno de Ucrania, describiéndolo como una pandilla de neofascistas", comenta Iraida, 44 años, bibliotecaria.
Ni en el Parlamento Nacional ni en los medios estatales, se explicó por qué Cuba fue una de las once naciones, entre 159, que el 27 de marzo en la Asamblea General de la ONU, votó a favor de la anexión rusa de Crimea.
"No he escuchado a un historiador o politólogo supuestamente independiente, condenar la burda injerencia rusa en Crimea. Tampoco la iglesia católica cubana, protestante o judía han emitido una nota reprobando las políticas de Vladimir Putin", señala un ex militar que estudió en la URSS.
En mi opinión, esto crea un mal precedente. Si el régimen de Raúl Castro ve bien que un imperio -Rusia nunca ha dejado de serlo- u otro centro del poder mundial ocupe un territorio de manera ilegal, el discurso a favor de la independencia de Puerto Rico o las Malvinas evidentemente pierde sentido.
No hay imperios buenos o malos. Si todavía en Cuba se condena la anexión de Texas por Estados Unidos en el siglo 19, también hay que reprobar las políticas injerencistas de Rusia o China.
La autocracia verde olivo no puede justificar una anexión por simpatías ideológicas o conveniencia de Estado. Si se busca como argumento que el 95% de los habitantes en Crimea estaban a favor de asociarse a Rusia, entonces también se debe respetar la decisión en las urnas del pueblo puertorriqueño, que ha votado por mayoría de mantenerse como Estado Libre Asociado.
Entonces, ¿qué argumentos puede esgrimir el gobierno de Castro para apoyar la campaña de la presidenta argentina Cristina Kirchner a favor de la soberanía de las islas Malvinas, cuando el 95% de sus pobladores están a favor de continuar siendo territorio del Reino Unido?
Los países pequeños o que no son pesos pesados en la política internacional, deben calibrar sus decisiones a la hora de votar en litigios territoriales. Es un arma de doble filo.
Si la decisión del régimen de La Habana de apoyar a Rusia se hizo buscando un posterior beneficio, ya sea económico o militar, el discurso oficial, que se proclama antiimperialista, debe cambiar.
En todo caso, la política gubernamental del gobierno cubano es antiestadounidense. Que puede ser una decisión soberana, discutible o no. Pero por favor, háganselo saber a sus ciudadanos.