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¿Existe el índice de la censura democrática en Europa y EEUU?


Ni siquiera Mark Twain y su famoso libro Las aventuras de Huckleberry Finn, escapan a la censura.
Ni siquiera Mark Twain y su famoso libro Las aventuras de Huckleberry Finn, escapan a la censura.

El hombre-pez, esencialmente disminuido, piensa que el mundo de la pecera es el mundo, o el mejor de los mundos posibles, peor aún, piensa que piensa pero no lo hace, piensa que es libre y no lo es.

El hombre moderno parece cada vez más un pez en una pecera de deslumbrantes destellos y encendidos colorines, ruidos residuales reciclados como novedosa música, profundidades cavernarias y feroces tiburones, sobreinformado a cada hora de cada día acerca de boberías sin cuento y de la conveniencia de escoger entre un destello y el otro, entre un colorín y el otro, entre un ruido y el otro, entre una profundidad y la otra y, más que nada, sobreinformado acerca de que los tiburones pueden ser sus benevolente hermanos mayores con sólo mostrarles amor infinito y que bajo ningún concepto se les descrimina, faltaba más, pero ciertamente nunca se le informa ni por asomo el modo para que salga de la pecera.

Este hombre-pez, esencialmente disminuido, piensa que el mundo de la pecera es el mundo, o el mejor de los mundos posibles, peor aún, piensa que piensa pero no lo hace, piensa que es libre y no lo es.

Para que el hombre pez de la posmodernidad piense que piensa y que además no es un esclavo es imprescindible que, al mismo tiempo que la dictadura mediática disemina su excreta ideológica mediante un ventilador sobre la plástica pecera, se vayan eliminando mediante censura aquella información de las eras pasadas en que el hombre sería más libre, menos sobreprotegido, menos conformista, más valiente, más él mismo conectado a su tradición, a sus dioses, o a su dios en el pecho, o en la punta de su espada, más crítico, sagaz y aventurero, menos buenista y simplón y feminoide.

Pero no basta con saturar al hombre con información chatarra para mantenerlo como un esclavo feliz, también hay que despojarlo de esos escritores problemáticos y peligrosos, esos que cuentan en sus obras acerca de las almas atormentadasy rebeldes en un mundo anterior al presente, pues su lectura podría remover y renovar el espíritu y agitar violentamente las aguas de la pecera.

Un primer paso para lograr la eliminación de estos autores es no mencionarlos nunca o si se les menciona sería para tildarlos de obsoletos, aburridos y superados por las exigencias de la realidad y, en consecuencia, sus obras no serán editadas o se editarán de manera limitada de manera que alcancen al menor público posible.

La lista de los malditos y marginados es larga, pero mencionemos a algunos de ellos, poetas, pensadores, filósofos, ensayistas y narradores, pertenecientes al ámbito occidental, ese ámbito que ha producido en el pasado una humanidad cercana a los dioses y que ahora es sólo una pecera de hombres disminuidos: Francis Parker Yockey, Ezra Pound, Julios Evola, José Antonio Primo de Rivera, Miguel Serrano, Juan Donoso Cortés, Miguel de Unamuno, Marcelino Menéndez y Pelayo, José Ortega y Gasset, Orestes Ferrara, Eugenio D'Ors, Alberto Lamar Schweyer, Ramiro de Maeztu, Gregorio Marañón, José María Pemán, Leopoldo Lugones, Amado Nervo, Octavio Paz, Robert Musil, Friedrich Hölderlin, Rafael Sánchez Mazas y Louis-Ferdinand Céline.

El poeta Ezra Pound.
El poeta Ezra Pound.

Se trata de conformar un pensamiento único, un no pensamiento más bien, donde el hombre viva olvidado del sí mismo, de las cuestiones trascendentes, obsesionado con la juventud y la moda cada vez más degradante, y obsesionado el obscuro objeto de sus deseos, con llenar los orificios del cuerpo, olvidado del alma, sumiso mientras se cree un rebelde porque es capaz de vivir de espaldas a la divinidad y pasar por encima de cualquier precepto de moralidad y conducta, revolcándose eufórico en su misma abyección. ¿Arte?. Garabatos inextricables. ¿Música? Letanía de ruidos barbáricos. Eso sí, todo ello a precio de oro.

Así en los muy democráticos Estados Unidos de Norteamérica tan reciente como el año pasado se anunció que se retiraría de los programas escolares Matar a un ruiseñor, de la escritora Harper Lee, por ser, dicen, una obra racista. No era la primera vez, años antes el condado de Accomac, en Virginia, también censuraba esta novela ganadora del Premio Pulitzer por las mismas razones.

La censura es como el diablo, no existe.
La censura es como el diablo, no existe.

Tan grave es el asunto en EE.UU que por 37 años se ha venido celebrando la Semana de los Libros Prohibidos, o Banned Books Week, que rinde homenaje a la libertad de expresar todo tipo de ideas, incluso las consideradas poco populares o políticamente incorrectas. El peculiar evento ofrece la mayor visibilidad posible a los libros prohibidos y amenazados por parte de autoridades o directores de bibliotecas y colegios.

Para el índice de la censura izquierdista Mark Twain es un peligroso escritor, situación que el índice viene a disfrazar diciendo que es demasiado ofensivo, motivo por el que han quitado de los programas escolares y de las bibliotecas públicas del condado de Accomack, en Virginia, su famoso y paradigmático libro Las aventuras de Huckleberry Finn.

Para el observador no alerta acerca de la censura democrática pudiera asombrar la prohibición de este libro que es una de las primeras grandes novelas estadounidenses, la cual retrata aspectos del mundo sureño de su tiempo, entre ellos el racismo, la esclavitud o la superstición.

Pero los motivos de los censores fueron los mismos que dieron para censurar a Matar a un ruiseñor, racismo, debido al uso de la palabra nigger para referirse a un negro.

Otro libro problemático en los postmodernos predios occidentales es Tintín en el Congo, de Georges Prosper Remi, Hergué, publicado inicialmente en 1930, nada menos porque muestra a Bélgica como la gran portadora de los valores occidentales en el continente negro. De manera que, ni cortos ni perezosos, EE.UU, Francia, Suecia, Reino Unido y Bélgica obligan descaradamente a los editores a añadir en el comienzo del libro un mensaje explicativo sobre su contexto histórico, es decir, la famosa y afrentosa coletilla.

Sin embargo, ni por asomo se les ocurre censurar los bodrios que escribieron los acanallados capataces al servicio de los dueños de la pecera en que felizmente coletea el hombre-pez, a saber, Carlos Marx, Vladimir Ilich Lenin, Josef Stalin, Ernesto Che Guevara o Fidel Castro.

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