Con un triunfo dominical de 5-4 sobre Venezuela, México se coronó campeón invicto de la Serie del Caribe de béisbol con asiento en la capital de República Dominicana y donde Cuba concluyó injustamente, en el cuarto puesto entre cinco concursantes.
No es que yo quiera apropiarme del lenguaje del periódico Granma, que a estas alturas del siglo XXI emula --y supera estrechamente-- a la prensa norcoreana. Como botón de muestra, les cuento que en vísperas de la salida del elenco cubano hacia Santo Domingo, el panfleto del partido comunista tituló en La Habana algo así como "De la manigua redentora a la Serie del Caribe".
Tampoco quiero igualar el absurdo de otro diario editado en la Plaza de la Revolución, que afirmaba hace solas horas, en referencia al abrupto final de los peloteros representantes de Ciego de Ávila, cosas como: "… ( ) durante esta semana ( )…. Lucharon, y en esa batalla constante en la que se convirtió su tránsito por la presente Serie del Caribe, cedieron ante el que, hasta el momento, ha sido el mejor del torneo". (SIC)
Todo el que haya estado mínimamente al tanto del torneo efectuado en Quisqueya sabe que --desgraciadamente-- Cuba sólo luchó (y se impuso, 4-2) durante el desafío contra los dominicanos, prolongado en extrainnings.
El resto del tiempo fueron vapuleados por México (9-3) y Puerto Rico (12-1), cayeron con un marcador decente a los pies de Venezuela (3-1) y se inclinaron de nuevo ante los aztecas, 7-2.
A partir de los numeritos, Cuba no mereció el cuarto lugar de la lid, sino que debió ser clasificada allí como la última selección.
Sin duda en la peor faena de un equipo de Cuba durante los pasados 50 años, fueron últimos en promedio ofensivo (.203), en slugging (.243) y en carreras anotadas (11, una menos que República Dominicana, que disputó un juego menos pero marcó 12 rayitas).
Los cubano-avileños ocuparon igualmente la peor plaza en ponches recibidos (35), OPS (.518), hits (36, los mismos que Quisqueya), bases alcanzadas con sus batazos (solo 43) y tuvieron el raro mérito de no conectar ningún jonrón.
Desde la lomita, su "efectividad" fue de 6,40 carreras limpias (el otro peor resultó Puerto Rico, con 3,56) encajaron 33 anotaciones, dieron 29 bases por bolas (les siguió México con solo 14) y tuvieron un WHIP de 1,71, en todos los casos en la parte final de la cola de participantes.
En lo individual, Yulieski Gourriel resultó cuarto entre los toleteros con .450, pero propulsó tan solo una carrera (ora porque lo dominaron, ora porque no encontró corredores por delante), la misma producción del cuarto bate Alfredo Despaigne, que sumó un lastimoso .167. Otro fiasco de la tanda central del line up fue Yosvany Alarcón (.071).
Ahora comienzan a llegar, entre otras lamentaciones, aquella de la fuga de talentos hacia el béisbol de las Grandes Ligas, una situación real pero que enfrentan también los demás elencos del área.
Hay que rebajar de una vez y por todas la inflada nómina de participantes en las Series Nacionales de Cuba (allí sí está la manigua, pero en modo alguno redentora) y abrir los brazos ante los peloteros que están afuera pero nunca han renegado de sus raíces.
Como ese Yunieski Betancourt, descartado hace rato del Big Show y que a sus 34 años les demostró a sus compatriotas, esta vez con la franela de México, cómo se batean las pelotas de béisbol.
O al igual que los tres cubanos que, dentro del equipo de Venezuela, integraron el corazón del ataque: Adonis García, Félix Pérez y Dariel Álvarez.
Que la pelota vuelva a ser, como hasta 1959, posibilidad de todos y disfrute de todos.