Era hijo de mambí. Compositor. Guitarrista. Bohemio. Torcedor de tabacos. Las mujeres, el amor y los desengaños fueron su vida y sus temas musicales. Murió en la más extrema de las pobrezas a pesar de ser reconocido junto a Sindo Garay, Alberto Villalón y Rosendo Ruiz como uno de los cuatro grandes de la trova cubana. Se llamaba Manuel Corona.
Había nacido en Caibarién, antigua provincia de Las Villas, el 17 de junio de 1880. Pero el pueblito pesquero le pareció poco camino. Se echó sus escasos bártulos al hombro y carenó en La Habana, donde no halló mejor suerte, pero sí la inmortalidad.
Desempeñó los más modestos oficios en el taller de cigarros “La Eminencia”, donde adquirió una notable habilidad para torcer tabaco y pulsar la guitarra que, para entonces, ya lo acompañaba.
En María Teresa Vera y Rafael Zequeira encontró a los más entusiastas difusores de su obra. Cultivó el bolero, la criolla, la guaracha, el punto cubano. Sin embargo, jamás lucró de sus canciones. Nunca aceptó ataduras ni contratos que limitaran la libertad de su expresión musical ni de su estilo de vida.
Toda su obra se desarrolló a comienzos del siglo XX, una época realmente floreciente en el pentagrama nacional. Un tiempo cundido de figuras de primer orden como Ernesto Lecuona, Jorge Anckermann, Gonzalo Roig, Luis Casas Romero, Eduardo Sánchez de Fuentes, Miguel Matamoros, Moisés Simons, Eliseo Grenet, por mencionar lo más selecto del entorno.
Su catálogo musical, repleto de nombres de mujeres, está nutrido con canciones como Adriana, Graciella, Confesión a mi guitarra, Una mirada, Las flores del Edén, Acelera, El servicio obligatorio. Pero no es a ninguna de ellas que Manuel Corona debe su notoriedad y permanencia en el tiempo. De eso se encargaron Longina y Aurora.
Cual flor primaveral
Los que le conocieron dejaron testimonio de que Longina es una canción hecha por encargo, dedicada a Longina O’Farril, una especie de Venus afrodescendiente nacida en Madruga, un poblado de las afueras de La Habana perteneciente a la actual provincia Mayabeque.
Longina falleció en la década de 1970 y sus restos fueron traslados a Caibarién, donde reposan junto a los de Manuel Corona, aunque en vida, según recuerdan algunos, ella lo tratara con frialdad y distancia.
Una anécdota adjudicada a María Teresa Vera narra que el nacimiento de la canción ocurrió en octubre de 1918, y se debe a una petición del excomandante del Ejército Libertador, Armando Andrés, quien a la sazón era un conocido político habanero y director del periódico El Día ,y se apareció con ella prendida del brazo a una tertulia donde estaban presentes, entre otros, el poeta Emilio Ballagas y el propio Corona.
Fue, precisamente, María Teresa Vera quien grabó por vez primera Longina en los Estudios RCA Víctor de Nueva York. Después, ha llovido tanto como llovía aquella mañana de octubre en que Longina O´Farril deslumbrara, vestida de seda y con un turbante azul, al trovador que la inmortalizó y se inmortalizó a sí mismo.
Manuel Corona murió el 9 de enero de 1950, con 69 años, en un cuartucho en el trasfondo de un bar de la barriada de Marianao, en La Habana. Longina lo sobrevivió, y tal vez nos sobreviva a todos en la voz de los que vendrán.