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Lo ruso que llevas dentro


Sólo un glosario de memorias es el saldo de tres décadas de férrea relación entre La Habana y Moscú.

Se calcula que hasta unos 300 mil jóvenes cubanos pasaron por las aulas de la Unión Soviética en un periodo de 30 años, tiempo en que la isla completa vivió bajo la égida de Moscú con casi 20 mil soviéticos que respiraron bajo el sol isleño; por tanto todos los que vivieron en el país en los últimos 50 años tuvieron de una manera u otra relación con el imperio que este mes cumple dos décadas de haberse desmoronado.

Educación, economía, cultura, política y relaciones familiares entre rusos y cubanos dejaron una huella que hoy unos miran con nostalgia, otros con amargura y todos con cierta ironía. Las ataduras político-militares entre ambos países, la dependencia económica y el "futuro común" de compartir el socialismo fueron las especias con que cocieron el caldo que tomaron varias generaciones.

Los “bolos”, como los cubanos bautizaron a los soviéticos, viajaron a Cuba en calidad de asesores, instructores, maestros, y militares. Estaban no sólo en el MINFAR o el MININT, también en el Ministerio de Comunicaciones, en el de Cultura, y hasta en el de Agricultura. Venían con manuales de economía política, filosofía y comunismo científico y sus clases de teatro, cine o arte circense.

La película “Soy Cuba”, del director Mijail K. Kalatozov, transformó el cine soviético, sin embargo, al decir popular, pocos cubanos pudieron ver hasta el final una película soviética sin morir de aburrimiento o compararlas con las memorias que tenían de Hollywood. Ya en los setenta las películas americanas que regresaron por la televisión los sábados a medianoche sepultaron a los “clavos” rusos por completo.

Hurgando en la memoria aparecen desde payasos rusos, osos del circo moscovita en la carpa repleta frente a la Terminal de Ómnibus de La Habana, hasta manuales de instrucción que eran verdaderos ladrillos.

Víctor G. Afanasiev con su dirección científica de la sociedad y su viaje seguro del socialismo utópico al comunismo científico y Fiodor V. Konstantinov era obligado con su manual de materialismo histórico y sus fundamentos de la filosofía marxista-leninista.

Lo soviético inundaba cualquier calle de Cuba, cualquier casa. Para comer había carne rusa, latas de leche rusa. Los niños veían muñequitos rusos en televisores rusos (Rubin, Krim o Electrón) y por las calles transitaban en su mayoría autos rusos (Lada y Moskovich). Para el calor tropical estaban los ventiladores Orbita, que lo mismo giraban de derecha a izquierda que de izquierda a derecha. Como eran de material plástico las aspas eran detenidas con los dedos o la cubierta del motor se derretía cuando la temperatura superaba los 35 grados centígrados. Los receptores Selena o VEF te permitían escuchar la música y noticia de estaciones extranjeras.

Nadie apostaba por la desaparición de la potencia cuya amistad y cooperación estaba plasmado en la constitución hasta que se arrió la bandera de la hoz y el martillo del Kremlin una noche de diciembre de 1991, cuando todavía nevaba.

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