Una vez más ese inquieto y ahora olvidadizo músico cubano que es José Luis Cortés “El Tosco” ha insistido en que el fenómeno musical que conocemos como Buena Vista Social Club (BVSC) fue “una mentira”.
Las declaraciones del líder de NG La Banda las hizo al periódico Salserísimo Perú esta semana, y van a acompañadas de la nota melosa de que la Timba, como subgénero musical, se vio frenada por la aceptación que hubo en el mundo de los “viejitos de BVSC”. Nada más tomado por los pelos que esta aseveración. Él tal vez no lo necesite, quienes se creen su cuento sí, por eso son necesarias un par de aclaraciones.
La perorata la viene apuntando sin censura Cortés, lo mismo en la Gaceta de Cuba, El Caimán Barbudo que en el periódico oficialista Juventud Rebelde.
El Tosco no puede con el argumento de que hubo una tonelada del mejor ‘marketing’ por parte de Ry Cooder y otra del talento de una decena de músicos cubanos que se iban ya a la tumba sin que los volvieran a ver en los escenarios del mundo.
El ostracismo y mala memoria
El periodo de actividad de BVSC empezó en 1997, exactamente con un disco grabado por Worl Circuit, y al año siguiente un concierto en Nueva York y así, desde el documental de Wim Wenders hasta la primera vuelta al mundo que le diera esa agrupación cubana en 40 años de dictadura castrista.
Vamos por paso, para refrescar lagunas de las que no se hablan en la referida entrevista: esos “viejitos”, lo sabe El Tosco, vivieron la ignominia, el silencio y prácticamente la sepultura en vida antes que en los 90 comenzara a fraguarse el fenómeno de la Timba.
Excepto Omara Portuondo -que cantó sin remordimientos ni sentido de culpa, las canciones del comandante Juan Almeida (“No se rinde nadie”), Silvio Rodríguez y otros himnos de ocasión)-, y Eliades Ochoa, que campeaba como un rey desde su Santiago de Cuba y los afilados dientes de las instituciones culturales, los demás sufrieron el peso de la burocracia estatal, el ninguneo de los ministerios públicos y el sambenito de venir de “una época pasada”.
Antes que Compay Segundo, Ibrahim Ferrer y Rubén González pisaran el suelo de Amsterdam, París y el Vaticano, tuvieron que torcer tabaco por veinte años, limpiar zapatos y entrar a hurtadillas en las noches a un local para tocar un piano (respectivamente).
Los tres (Segundo, Ferrer y González) fueron borrados de la faz de la historia musical cubana cuando El Tosco se graduaba en una escuela de Arte, ascendía a una butaca de la Orquesta Sinfónica Nacional, entraba en Irakere y luego fundaba NG La Banda, sin que nadie lo molestara, -más allá de un par de opiniones, siempre permitidas, en la exigua prensa cubana.
Pero los viejitos de BVSC todavía no calentaban los motores, y ya orquestas como la Charanga Habanera, de David Calzado, Manolito Simonet y Su Trabuco, Manolín “El Médico de la Salsa”, Issac Delgado y Pachito Alonso y sus Kini-Kini llenaban los mejores espacios de música popular en toda Cuba, grababan con las sacrosantas (y únicas casi) EGREM y BIS MUSIC. Eran ellos los que se llevaban los viajes al exterior y conseguían el mejor tajo.
A río revuelto… ganancia para los timberos
Cuando a la isla entraron a camisa quitada los sellos EuroTropical, Karlyor, Caribe Productions, Magic Music, Tumi Music y Ahí Mamá fueron los ‘timberos’ los que se entregaron a ellos ante las leoninas propuestas que hacía la Empresa de Grabaciones y Ediciones Musicales (EGREM) a los pocos agraciados –El Tosco entre ellos.
Cortés califica de “mentira maldita” que el mundo redescubriera Cuba por BVSC sin antes decir que Ibrahim Ferrer debió pasar por una de las “evaluaciones” que hacía el Ministerio de Cultura, y que de nada le sirvió haber cantado en la banda del Mítico Benny Moré y en Los Bocucos.
Hay dos o tres líneas refunfuñonas más en la entrevista de Cortés, pero no tiene sentido si no se ha parado nunca a hablar de la lista negra que todo el mundo sabe –la que prohibió no solo a Celia Cruz, que él menciona, sino a decenas de buenos músicos cubanos que salieron al exilio.
Tampoco indica José Luis Cortés cuánto le han pagado –ni con qué- por orquestaciones a temas musicales por los cumpleaños del dictador Fidel Castro, el aniversario de los paramilitares Comité de Defensa de la Revolución (CDR) o las galas por la asonada del “26 de Julio”.
Por cierto, El Tosco califica a Miami de “cementerio de músicos cubanos” -algo así como un lugar a donde van a morir los elefantes- y llama “bloqueo” a las medidas impuestas por Estados Unidos ante las confiscaciones de propiedades norteamericanas, luego que la revolución de 1959 acabara, precisamente con empresas disqueras como la Panart, Gema, Kubaney, Maype, Modiner, Velvet, Rosell Record y Discuta.
Los viejitos de BVSC salieron de ultratumba de la mano de Juan De Marcos González y Ry Cooder, gracias a Dios. No creo que eso pudiera parar las dentelladas que se tiraban quienes gozaban de los permisos especiales para viajar o para regresar al país, -“conseguidos” por Abel Prieto al frente de la UNEAC.
La Timba sigue con las puertas abiertas en Cozumel, Medellín y Mallorca, y ya los viejitos no están, ya lo decía I. Ferrer: “Compay, yo no dejo el trillo/ Para meterme en cañada… !Óígame compay! No deje el camino por coger la vereda”.
La mala memoria, también puede hacer un país.
Este artículo fue publicado en el blog Cruzar las alambradas el domingo 28 de agosto de 2016.