En Cuba, el desabastecimiento tanto en las tiendas que venden en divisas como en las que lo hacen en moneda nacional, ha sido durante más de 50 años un problema irresuelto. Aun así, al mirar el pasado reciente, muchos cubanos, a causa de las penurias actuales, tienden a ver la década de los 80 –clímax de una época donde los hilos de la economía y la política cubanas eran movidos desde la extinta Unión Soviética– como años de abundancia aun cuando se sabe que en realidad jamás, en medio siglo de dictadura, los salarios han rendido para alimentar a las familias.
En los últimos meses, la crisis por la carestía ha alcanzado niveles alarmantes, muy similares al panorama de desolación de los años 90, la peor etapa del eufemísticamente llamado "Período especial" y que las cifras reales manipuladas por el Gobierno –en cuanto a problemas de desnutrición, enfermedades y muertes asociadas al fenómeno–, reconocerían como una de las más devastadoras hambrunas que ha sufrido la población cubana.
Aun cuando proyectos como los del Mariel y las construcciones de lujosas dársenas para yates en Varadero y la cayería norte continúan ejecutándose, los directores de empresas han sido notificados de las inmovilizaciones urgentes, según hemos conocido a partir de las asambleas sindicales que se han efectuado en varios organismos donde se les ha comunicado a los trabajadores las nuevas medidas de recorte de salario que han comenzado a afectar sus ingresos a partir del pasado mes de enero.
Por otra parte, los administradores de las redes de comercio del país han sido notificados con una sarta de medidas para disimular la crisis de desabastecimiento que es ya palpable pero que se avizora su agravamiento para la segunda mitad del presente año.
La realidad de las tiendas habaneras
"No solo debemos evitar que las personas tomen fotos en el interior (de la tienda) sino que nos han ordenado cerrar las vidrieras de exhibición. En los anaqueles, cuando van quedando vacíos, nos han dicho que coloquemos el mismo producto, el que haya, en una sola fila, para que no se vea el fondo del anaquel. Lo que estamos vendiendo es lo que va quedando en los almacenes nuestros y lo poquito que nos traen de la reserva. En el mercadito del sótano la mitad de los productos están a punto de vencer y aun así no les bajan el precio. Ya deberían estar en la segunda rebaja pero no nos han permitido hacerla. Otros productos llevan años en los almacenes centrales y es ahora que los traen, como las latas de calamares, las sardinas y otras laterías. Yo les advierto a los que compran porque es criminal que alguien gaste el poco dinero que lucha en enfermarse con algo en mal estado".
En la tienda La Época, una vendedora que, como en el caso anterior, preferimos ocultar su identidad para no perjudicarla, nos explica:
"Esto que tú ves es todo lo que hay y parece que no van a traer más cosas en mucho tiempo. Los almacenes están vacíos. Me da mucha pena ver cómo la gente viene preguntando por el picadillo de pavo o los perritos (salchichas), que es lo más barato, y se van con las manos vacías porque en cuanto llegan se agotan. (…) Yo misma casi tengo que hacer magia para cocinar todos los días porque la cosa está muy mala. Tenemos que arreglar los anaqueles todos los días para que parezca que hay mucho pero, como puedes ver, es lo mismo y son cosas muy caras, a punto de vencer y que todos sabemos que vienen de las reservas de quién tú sabes (se toca el hombro en un gesto que en Cuba todos usan para referirse al gobierno sin tener que mencionar nombres en voz alta)".
Lo que trae la libreta de abastecimiento
En cuanto a las bodegas donde se venden los productos racionados, el panorama es mucho más deprimente. Oscuras, malolientes, desoladas, en sus anaqueles solo exhiben rones baratos y algunas chucherías a precios mucho más alto que las que vende la gente por ahí, incluso a escondidas de los inspectores. Las bodegas que no ofrecen este tipo de productos, permanecen cerradas durante gran parte del día porque no tienen nada que ofertar más allá de las dos o tres mercancías que apenas alcanzan para los primeros días del mes: Unas pocas libras de arroz, otras de azúcar, un puñado de sal y unos cuantos frijoles. También cinco huevos al mes por persona más unas onzas de pollo, el resto hay que salir a buscarlo en el mercado negro o, cuando aparece, comprarlo en divisas en las tiendas que administra el Grupo Empresarial de las Fuerzas Armadas, dirigido por Luis Alberto Rodríguez, el yerno de Raúl Castro.
Un litro de aceite vegetal consume el 10% del salario promedio que no supera los $20 al mes. Una bolsa de leche de las que rinde apenas cuatro libros al reconstituirla, puede absorber el 30% de los ingresos de un trabajador estatal. Una docena de huevos de los de "venta liberada" cuesta casi el 5% del salario de un profesional; una libra de carne de cerdo dobla la misma cifra, muy similar a lo que cuestan cuatro rollos de papel higiénico que, dicho sea de paso, por su ausencia casi perpetua, las personas han sustituido en sus baños por trozos de periódicos.
A la entrada de una bodega en la Habana Vieja, encontramos a un señor vendiendo unas bolsas de leche en polvo. Cuando le preguntamos por los precios y dónde las consigue, nos responde:
"Las vendo a 80 pesos (aproximadamente $3) la amarillita (leche entera) y a 60 (poco más de $2) la blanca (descremada). (…) Esas no son mías sino de gente que me las da a vender. (…) Se las dan por dieta pero tienen que venderla porque de qué modo llegan a fin de mes sin dinero. Yo las vendo a ese precio porque no la hay, y en la shopping (tiendas en divisas), cuando aparece, vale muy cara. Así que te sale más barata. (…) También están los que venden para comprar ron pero hay que entenderlos, porque solo borracho se puede aguantar esto. Para el hambre, mucho ron y cigarro (se ríe)".
Derroche e indolencia
Mientras tanto, en el centro de la capital, en contraste con el hambre de millones de trabajadores, los camiones descargan toneladas de piezas de mármol importado, miles de metros cuadrados de maderas preciosas, cristales, lámparas lujosas y piezas de bronce para restaurar lo que habrá de ser la sede de esa enrarecida corporación política que el Gobierno osa llamar Parlamento y que todos saben que es otro de los tantos instrumentos para silenciar y fingir democracia.
Un trabajador de la obra, que ha pedido no ser identificado, nos comenta: "Hay pisos que hemos tenido que sustituir varias veces solo porque llega un jefe y nos dice que no le gusta un detallito. Entonces se ha tenido que levantar todo y volver de nuevo. Todo es mármol y materiales de primera. Es criminal lo que se ha gastado aquí y lo que falta todavía. Aun así nos recortan en la comida y en los medios de protección. Ya ha habido varios trabajadores muertos por caerse de los andamios".
Mientras la construcción del megapuerto del Mariel y la reparación del Capitolio Nacional consumen las arcas del Estado, los escuálidos comercios de La Habana exhiben con sus desolaciones las consecuencias del manejo antojadizo de los recursos.
Mientras los salarios de los obreros se esfuman, los ingresos de los militares aumentan cada año así como los cientos de prebendas que retribuyen la sumisión. Mientras dos de los hijos de Fidel Castro, tanto Antonio como Alex, ganan torneos de golf en Varadero o pescan en lujosos yates o viven del negocio de hacer fotos al "querido papá" o, por otro lado, las familias de los principales dirigentes y militares de alto rango disfrutan de becas en universidades extranjeras o se casan con ricos empresarios europeos para asegurar un buen refugio en caso de una emergencia política, en las calles de la isla hay multitudes pensando qué y cómo van a darles de comer a los hijos.
[Este artículo fue publicado originalmente en Cubanet, portal de asuntos cubanos, el día 16 de enero de 2014].