Tenía, Laura, que llover. Llover con esa música con que lloran los ángeles. Era tu voz la lluvia repicando en La Habana. El susurro valiente de tu cuerpo menudo cantando en la ciudad. Diciéndole a los vivos que eras tú la más viva.
No pudieron callarte. Era tu voz la lluvia y ellos muertos de miedos.
A la siete y cincuenta se detuvo tu aliento. Un silencio rotundo se impuso en el crepúsculo. Un nudo en la garganta de las aves. Una quietud sin fondo en el follaje. Y entonces fue la lluvia quien instaló tu voz sobre los árboles, las aceras, los parques, el hospital inmundo, los turbios uniformes trafagando bacterias.
Ellos muertos de miedo robaron tu cadáver. Prohibieron miradas sobre tu frente clara. Ordenaron tu soledad cuando ya habías partido hacia la vida donde creciste tanto, cuando ya caminabas –una flor por espada- de nuevos por las calles.
Ellos muertos de miedo decretaron silencio. Pretendieron que nadie se enterara de tu gran nacimiento. De tu ascenso al pico de luz, a la cumbre del sueño. De tu entrada, riendo, al palco de los siglos.
Ellos muertos de miedo te quisieron cenizas antes que amaneciera. Como truhanes torvos de tiniebla enfundados, prefirieron la noche para prenderle fuego al fuego de tu ejemplo.
Ellos muertos de miedo te quisieron olvido. Te quisieron ausencia. Y volviste a burlarlos. Tú siempre los has burlado.
Allí estaba Yoani Sánchez con su trinar en alto. El pajarillo azul partió bajo la lluvia y nos trajo el mensaje como un rayo a las venas, como un golpe brutal contra el asfalto. “Laura Pollán acaba de fallecer”.
Fue “un hachazo invisible y homicida" disfrazado de virus. No me hacen falta datos. No saben lo que han hecho. Polvo serás, mas polvo enamorado, de donde empieza el mundo –el mundo que soñaste- a conformarse.
Ellos muertos de miedo. Tú cantando como una lluvia tenue en el alto estandarte de un gladiolo.