Talentoso, honesto, profundo y viajero de la imagen, que empezó su periplo en la humilde ciudad habanera de Alamar, el cineasta, poeta y escritor Ernesto Fundora es el invitado de esta semana a Dile que pienso en Ella, donde comparte con los lectores sus puntos de vista desde la entera libertad que le asiste al humano cuando puede vivir en democracia.
¿Cuál fue el detonante que te impulsó a marcharte de Cuba?
El hambre y la represión. El período especial fue desgarrador y puso en evidencia el fracaso administrativo de una dictadura. Llegué a comer gato, paloma silvestre, cocodrilo, aura tiñosa. Pero el hambre no fue mi único detonante, también me empujaron la necesidad de autorrealización profesional y humana.
Quería tener mejores oportunidades económicas, crecer como cineasta y escritor. Yo era muy joven y sentía que las paredes y los techos se achicaban, que había un tope. Por otra la parte, soñaba con mejores condiciones de vida: casa propia, automóvil, buen salario, vacaciones, poder viajar, comprarme la ropa de mi gusto, conocer el mundo.
Quería vivir por experiencia propia la crueldad del capitalismo neoliberal. Ya no le creía ni una palabra a Fidel Castro. Sus discursos reiterativos me tenían loco. Yo estaba tan flaco que llegué a sentir vergüenza frente al espejo y escribí un verso que decía: “me estoy dejando crecer los huecos de la cara, para que mis hijos no tengan que dormir a la intemperie.” Pero ya todo eso para mí quedó en la caja fuerte del pasado, y por honor, no suelo hacer leña del árbol caído. Agradezco a todos mis verdugos. A fin de cuentas, no huimos de un sitio, escapamos de todas partes.
¿Qué esperabas encontrar del otro lado?
Una sociedad mejor organizada, con una repartición más equitativa de la riqueza y de las oportunidades a favor del desarrollo individual y colectivo. Una humanidad espiritualmente evolucionada, dado el hecho de que yo suponía, ingenuamente, que la sociedad capitalista tenía garantizada las necesidades fundamentales de la ciudadanía: vivienda, agua, electricidad, transporte, alimentación, salud pública, educación, diversión, libertades políticas, existenciales y económicas, etc.
Emigrar fue una permuta de problemas, gané en algunas cosas , perdí en otras. Hoy puedo imaginar un mundo que sintetice lo mejor de ambos. Ya no practico ni devociones ni asepsias por los modelos sociales. Soy por dentro el mundo que me gustaría tener. Para evitarme desaires, percibo la realidad 360 grados.
¿Qué encontraste?
Un naipe de dos caras. Por un lado, el as de la vidriera exquisita, excesivamente cargada de representaciones del progreso y del bienestar que, cuando escarbas a fondo, son meros señuelos de otra forma del desastre. Hay que trabajar como un esclavo a tiempo completo para conseguir el idilio que te venden los medios y la publicidad.
La ansiedad por tenerlo todo resulta imparable. Así confrontas la otra cara del naipe, el envés, una escenografía del infierno pero con abundante comida y objetos finamente diseñados para encantar. Nada te colma porque todo se vuelve desechable antes de saborearlo. La obtención de bienes presume una prosperidad falsa en medio de una calamidad espiritual.
El aliciente te lo produce el tener a tu disposición un mayor número de puertas que puedes atravesar para alcanzar parte del destino soñado. Te subes al tiovivo del mercado y cuesta trabajo bajarse. Hasta que un día llega alguien como salido de la nada o de una película de Charlot, te regala un beso, y sientes que toda la lotería del mundo estaba en esa boca.
¿Qué has aprendido durante el proceso?
Que hay fuego en todas partes y nadie tiene el don de poder apagarlos. Que todo lo que he vivido mereció la pena, y a medir por el aprendizaje, volvería a repetirlo si fuera necesario. El proyecto humano tiene más de fracaso e incineración que de victoria regenerativa.
El hombre es el lobo del hombre, mientras el Estado es la hiena del lobo, y los bancos, el cáncer del mundo que exterminará al hombre, al lobo, al Estado y a las hienas. La salvación es un proceso individual que depende del grado de consciencia y de iluminación que cada quien pueda alcanzar.
La vida es un periplo heroico contra la monstruosidad del caos, donde tenemos algunas noches de fiesta que nos permiten olvidar la pesadilla diaria. La felicidad es una invención del espíritu a contrapelo de los barrancos que nos carcomen. La humanidad, si acaso, se salva en el amor, el trabajo, el conocimiento, la poesía y la calidad de la hoguera que sea capaz de construir con su tribu.
Ninguna dicha personal es redituable si no se comparte en colectivo. El bien común es la gran utopía salvífica del mundo. De Dios no debemos esperar tanto, está demasiado compungido con la perplejidad que le produce su propia obra.
¿Qué es para ti la Libertad?
Haber podido ayudar a mi familia a brincar el muro que le pusieron al mar. Ver sonreír a mi hija, indiferente a las tantas catástrofes. Sobrevivir a toda certeza, a toda ideología, a todo apego. Cosechar un orgasmo, que resulta una alocada empresa emprendida a favor de lo efímero entre dos almas que se diluyen, que se olvidan de ellos mismos, que no temen si van o si regresan.
Disfrutar la luz del sol cuando me acaricia o cuando salpica cachonda las copas de los árboles. Escuchar música, perderme en el laberinto de un poema, inventar o descubrir una imagen, pellizcarle a la vida un pedazo de ternura. Haber conquistado un universo interior a imagen y semejanza de ese infinito universo que insinúan las estrellas.
¿Las experiencias vividas han cambiado en ti el concepto Patria? ¿Piensas a menudo en Ella?
Patria es lo que uno vio primero, el primer olor a mundo, el pecho de mi madre. Patria es el teatro de mi primer beso, donde se inició esta película que me ha tocado actuar y dirigir, la única fiesta donde no se aburre mi fascinación.
Todos los días del mundo pienso en Cuba, la respiro, la disfruto, le hago el amor, me trepo a sus palmeras, camino con guapería por las calles de mi Habana junto a mis amigos, la ausculto en el cuero de un tambor y en la vagina sagrada de una guitarra. Nadie puede arrebatarle a un hombre la tierra de sus primeros pasos. De algún modo, todos somos una isla. Yo estoy feliz de ser el náufrago que se aferra a Cuba como quien se abraza a un relámpago buscando electrizarse, anhelando la consagración de un fundamento, tal vez, sanar todos mis abismos.