El economista independiente Oscar Espinosa Chepe acaba de fallecer en Madrid. Una antigua enfermedad del hígado fue el detonante para que sus signos vitales fueran declinando de manera irreversible.
El viaje a la capital española en busca de una mejor atención médica no alteraría el desenlace marcado por el destino. Allí, lejos de su tierra natal y en compañía de su esposa, le ha tocado despedirse de un mundo cada vez más convulso.
Los puntos de vista críticos hacia el gobierno que reflejó en centenares de artículos y enjundiosos análisis económicos, le reportaron acosos, campañas de descrédito, detenciones, actos de repudio y una temporada en la cárcel como parte del Grupo de los 75.
Recuerdo que juntos llegamos a la prisión de Guantánamo a finales del mes de abril de 2003, tras ser condenados a largas penas de prisión por nuestras actividades a favor de la democracia. Él había sido condenado a dos décadas de privación de libertad, y yo a 18 años.
Desde que, esposados y bajo fuerte vigilancia, abordamos el ómnibus rumbo a Guantánamo, más de 900 kilómetros al este de la capital, eran visibles sus graves problemas de salud. Varias veces durante el viaje requirió asistencia médica. Tanto fue así que al llegar a la prisión tuvo que ser internado en la sala para reclusos del hospital provincial.
En la travesía apenas pudimos intercambiar unas pocas palabras Los agentes del Ministerio del Interior nos prohibían hablar, pero las dificultades de Chepe para comunicarse eran notorias. Sus quebrantos de salud me hicieron pensar en un desenlace fatal antes de llegar al destino fijado por nuestros verdugos.
En la soledad de la celda de aislamiento pude enterarme de su traslado a un hospital de la ciudad de Santiago de Cuba a los pocos días de haber llegado a Guantánamo. Supe posteriormente que, a causa de su gravedad, la policía política había decidido traerlo a una cárcel capitalina.
Aun así, antes que le otorgaran una Licencia Extrapenal por motivos de salud tuvo que padecer un encierro de casi 19 meses.
La recuperación después del retorno a su hogar fue efímera. El impacto del encierro dejó serias huellas que contribuyeron con el tiempo a acelerar su declive.
Sin esperarlo a mí también me liberaron por motivos de salud semanas después de que él abandonara el hospital del Combinado del Este, la mayor prisión de Cuba, situada en las afueras de La Habana.
En mi memoria permanecen las esporádicas conversaciones que sosteníamos sobre diversos temas de la realidad nacional.
Tuve el privilegio de disfrutar de sus cualidades como anfitrión, también puedo dar fe de su capacidad para asumir con responsabilidad y entereza los retos impuestos por las circunstancias, y de su indeclinable virtud de no hacer concesiones en lo que creía era lo mejor para el futuro del país.
Entre sus mejores cualidades políticas habría que mencionar su moderación, sus apuestas por los cambios graduales, y su claridad para desmontar las falacias que el régimen continúa articulando a golpe de estadísticas falsas y retórica vacía.
No quiero fijar en mis neuronas el hecho de que retornará a Cuba hecho cenizas. La imagen que he elegido para recordarlo es la del hombre íntegro que no rehuía el debate y que nunca declinó en sus convicciones, la de aquel anciano lánguido pero impertérrito que me acompañaba en el ómnibus que nos repartía por diversas prisiones en la primavera de 2003.
(Publicado originalmente en Cubanet el 09/23/2013)