Un repaso a la prensa después de las elecciones autonómicas y municipales del pasado domingo en España presagia un optimismo del que no soy partidario. La lectura de los resultados permite celebraciones de todo tipo independientemente de la militancia política; pero esto siempre ha sido así. En contadas ocasiones vemos discursos post electorales de reconocimiento a un batacazo o descalabro electoral. La lectura que hacen los partidos políticos, siempre o casi siempre, son alentadores a sus propios intereses.
El PP a pesar de haber perdido casi dos millones y medio de votos, están satisfechos pues siguen siendo el partido más votado con un 27% del cómputo general. Los socialistas en pleno proceso de renovación, también han perdido muchos votos (700.000), pero siguen siendo la segunda fuerza política con un 22%, y están complacidos puesto que la suma global de la izquierda supera a la derecha en muchos municipios creando una amplia posibilidad de alianzas que le permitirá gobernar en varios ayuntamientos y hasta recuperar alguna Autonomía como Extremadura.
Ciudadanos y Podemos con sus "aliados" son los claros vencedores con su irrupción en el escenario político español. Los votos que han perdido los grandes partidos han ido a parar a sus filas. El más perjudicado, sin posibilidad de discurso alentador, es la organización de Rosa Diez UPyD, situación que se veía venir desde antes de las elecciones.
Ahora toca configurar gobierno y gobernar de acuerdo a los programas. Materializar los cambios con vistas a las próximas elecciones generales que tendrán lugar como mucho dentro de seis meses.
El Gobierno del Rajoy aún no ha puesto fecha pero, para entonces, habrá que tener bien presente a lo que en su momento denominó eufemísticamente "mayoría silenciosa", es decir: los que no acuden a las urnas, porque no se ven reflejados en ninguno de los partidos, porque han perdido la fe en los políticos y sus instituciones; pero seguro sus votos valdrán su peso en oro.
Todos los partidos, grandes o pequeños, viejos o nuevos, están obligados a salir a la calle a por ellos y llevarlos hasta las urnas con sus "promesas". Será complicado, pero en ello les va la supervivencia a algunos. Izquierda Unida (IU) es el ejemplo sintomático.
Tampoco debemos olvidar las elecciones catalanas previstas para el 27 de septiembre. Barcelona junto a Madrid, en las presentes elecciones han sido el ejemplo más claro del cambio. La esperanza de que se pueda hacer política de forma diferente; de que a fin de cuentas son los votantes los que otorgan a los políticos la potestad de gobernar. Pero las elecciones catalanas, si al final consiguen los independentistas acuerdo de candidatura única, serán básicas para dibujar el mapa de las futuras relaciones entre el Gobierno central y las autonomías.
Estas elecciones han servido para demostrar que los españoles están hartos de que les engañen. Hartos del clásico PP vs PSOE, de la corrupción y el listado de despropósitos puede ser muy largo. En comunidades como Cataluña, además de los típicos problemas hay que sumar la carta del independentismo. Lo más destacado es que los ciudadanos han cumplido con su cometido. Ahora es cuando viene lo verdaderamente difícil: gobernar y hacerlo en coalición. La lectura general de las elecciones es positiva en cuanto a la desaparición de las mayorías absolutas y el bipartidismo.
Hasta ayer, el PP y el PSOE jugaban el mismo juego con diferentes cartas. En los últimos 30 años, la partida siempre ha sido la misma; unas veces eran Bastos vs Espada y otras Diamantes vs Tréboles en dependencia de la baraja pero siempre, el mismo juego. Todo hace pensar que los nuevos invitados a las partidas no siempre querrán jugar el mismo juego. Están para cambiar no solo las reglas, sino hasta el propio juego.
Recordemos que una parte importante del electorado español quiere ver cómo se acaba con los privilegios de la clase política. La formación Podemos les llama "La Casta" y esto es un mensaje barato y populista pero que ha calado en parte del electorado. Muchos otros esperan cambios más específicos de carácter institucional. Votantes a los que les gustaría que los partidos políticos dejaran de financiar con dinero público sus fundaciones, los sindicatos, sus propias organizaciones y las campañas publicitarias. Españoles que desean ver el dinero público empleado en infraestructuras, en políticas sociales como sanidad, educación, pensiones y demás, y aquí es donde radica la dificultad de gobernar en coalición. Las nuevas fuerzas políticas están obligadas a entenderse con las antiguas o consagradas. La dificultad es mutua, puesto que el entendimiento tiene que ser en ambas direcciones.
Ahora Ciudadanos tendrá que gobernar en alianza con el PP y los de izquierda con el PSOE. Los partidos tradicionales están podridos, pero dominan las reglas del juego y aún tienen votos suficientes para hacerse notar. Miremos el ejemplo de Andalucía donde aún no han sido capaces de configurar gobierno desde las pasadas elecciones del 22 de marzo. Los españoles no tienen la suficiente cultura política para, como los belgas, vivir sin gobierno más de un año.
A pesar de todo no se debe ser tan pesimistas y ver el vaso medio lleno. Demos a los nuevos inquilinos en la política española, los primeros 100 días de confianza y rigor no solo para gobernar sino para configurar dichos Gobiernos. Del éxito de los mismos depende el verdadero cambio en la vida política española, y esperanza para que en las próximas elecciones generales, los españoles recuperen la fe no solo en sus gobiernos e instituciones, sino también en la propia democracia, que es lo que verdaderamente importa.