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Fantaxy, discoteca habanera de la familia Castro obra con impunidad


Discoteca Fantaxy en La Habana.
Discoteca Fantaxy en La Habana.

Sandro Castro Arteaga, el nieto DJ de Fidel Castro, extiende la jurisdicción del poderío familiar al gremio del ocio, el consumo, el servicio y el entretenimiento.

Sandro, hijo de Alexis Castro Soto del Valle, aprovechó las reformas impulsadas por su tío abuelo, el general Raúl Castro, e invirtió su dinero (o quizás el nuestro) en Fantaxy, un moderno restaurante ubicado en la intersección de 7ma A y calle 70, Miramar, que aún sin tener licencia para operar como centro nocturno, es la discoteca de moda donde la élite juvenil cubana y extranjeros selectos, pueden disfrutan, sin inconveniencias, el escandaloso encanto de las noches habaneras.

Fantaxy, a modo de aclaración, fue un restaurante de comida italiana que cerró y, curiosamente, recuperó su licencia en septiembre del 2016, justo cuando no había terminado el proceso de fiscalización contra drogas, prostitución y fraude, mediante el cual la señora vicepresidenta en funciones del Consejo de la Administración Provincial, Isabel Hamze Ruiz, ganaba su efímera notoriedad al suspender, lo dijo en público, la emisión de licencias para apertura de nuevos restaurantes privados.

Pobre mujer. Funcionaria, sudorosa, emotiva y al parecer convencida, no ha tenido más opción que tragarse sus palabras y ceder frente al poder. Y es que la discoteca de Sandro, no solo recibió licencia en medio de tan mediática campaña de cierres, también amoldó el objeto social. Imposible de encasillar, donde se violentan e incumplen tonga de regulaciones.

Los vecinos del lugar envían quejas sin respuestas porque aseguran que Fantaxy nunca cierra antes de las 5:00 am. Obstruye toda la cuadra porque no tiene establecido, ni respeta, el espacio de parqueo; ni siquieracumple con ninguna de las normativas que regula la bullanga citadina.

En la disco Fantaxy, el número de sillas sobrepasa por mucho, lo establecido por la ley para restaurantes privados. El mobiliario del local, y gran parte de los productos que allí se ofertan, no son nacionales, pero tampoco se venden en la red nacional de tiendas. Igual, no existe evidencia que el lugar quebrante los estatutos que regulan la importación de mercancías para uso comercial. Pero eso no tiene mayor trascendencia y nada de importancia. El sitio se reserva el derecho de admisión para clientes, y también para inspectores que no traspasan el umbral de la puerta.

Se habla de prostitución, de escándalos, de adquisición de mercancías ilícitas y de consumo de sustancias prohibidas; pero inviable de probar, porque aunque frente al afamado inmueble siempre hay presencia policial, en este caso, la gendarmería revolucionaria no está para salvaguardar el orden, la disciplina, los intereses económicos del Estado ni de la ciudadanía; el cometido es custodiar al dueño de la disco paladar.

Si existe un negocio en la isla que ofrece mínimo riesgo y envidiables dividendos, es el apellido Castro, que desde hace algún tiempo a la fecha actúa con exuberante y despechugada impunidad.

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    Juan Juan Almeida

    Licenciado en Ciencias Penales. Analista, escritor. Fue premiado en un concurso de cuentos cortos en Argentina. En el año 2009 publica “Memorias de un guerrillero desconocido cubano”, novela testimonio donde satiriza  la decadencia de la élite del poder en Cuba.

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