Están quienes le llaman Fidel y quienes se refieren a él como Castro. Con Raúl pasa algo similar pero mucho más atenuado, desde que es Presidente se dice en los medios del exterior los “Castro”, pero también está permitida la acepción Raúl, por dos razones, la primera es para diferenciarlo del hermano mayor y la segunda es porque con él no existió el mismo encono histórico que con Fidel.
Quienes le llaman Castro son los que se fueron a primera hora. Incluso dentro de ellos hay muchos que le llamaron Fidel durante un tiempo ya que formaron parte de la lucha contra Batista o simplemente simpatizaban con su campaña inicial pero rápidamente una vez arribado al poder el célebre hijo del hacendado de Birán y cambiado todo el sentido de sus planes declarados, cual Rajoy de los años cincuenta en el Caribe, acabaron girándose en contra y llamándolo por su apellido estableciendo así una similar distancia en la familiaridad, en la simpatía y por ende en la ideología, que los primeros enemigos de Fidel Castro.
Quienes le llamaban Fidel, fueron tanto de dentro del proyecto revolucionario como de fuera de éste que sentían algún grado de simpatía por el mismo o por el pintoresco personaje.
Con el paso del tiempo se fue afianzando la denominación de Fidel como el primer sello irrenunciable de alineación en sus políticas y de simpatía por sus ideas, así como de pretendido amor de masas. Convivía la contradicción de que en cualquier acto público, en cualquier discurso, para llegar a nombrar a Fidel había primeramente que hacer un recorrido verbal de amplio espectro, había que decir algo así como el nombre barroco completo de un Rey en la época del Renacimiento, había que decir: Primer ministro y Presidente del Consejo de Estado y de ministros, del Buró Político y del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz.
Pero coloquialmente se lo llamaba Fidel.
Como dijo Fidel.
Lo que Fidel quiera.
Lo hacemos por Fidel.
¡ Viva Fidel!
Los deportistas lo primero que debían hacer al llegar al aeropuerto José Martí con una medalla en el cuello era decir: Le dedico esta al Comandante en Jefe.
Mientras más se acercaba la posibilidad de tener un verdadero contacto con él, más había que ir adornando aquel “Fidel” pelado, escueto, que presentaba el amor popular refiriéndose a él como a un padre, pero en la medida que se acercaba físicamente, como un deportista con medalla quien bordeaba la posibilidad de un encuentro fortuito con la deidad, debía revestir ese solitario nombre de pila. “Se la dedico al Comandante en Jefe”. Y evitar el Fidel y desde luego el Castro.
Para los artistas muy afines era definitivamente Fidel. Cuando se referían a él sin él presente, incluso en las canciones se le podía tutear. ¡ Se le debía tutear! Pero en un encuentro de primer tipo había que usar el Comandante y por supuesto precedido del usted.
Así como la Iglesia quiere que nadie sea blasfemo, pero prefiere que alguien se defeque en el Padre y en todos los Santos antes de que los ignore, la inteligencia del Estado igual, si alguien manifiesta defecarse en todos los antepasados de Fidel, toma represalias, pero prefiere con creces ese enfado que lo mantiene presente al que lo logra olvidar, al que lo retira de sus maldiciones.
¡ Abajo Fidel!
Los que le tomamos animadversión por diferentes razones viviendo en Cuba, luego de haberlo respetado como presidente o de haberle temido como comandante del bien y del mal, siempre lo hicimos pensando y hablando de Fidel. Tanto en los chistes como en las críticas era y es Fidel.
Sin embargo aquellos de la generación “Fidel” que emigraron a Miami de repente se vieron en la tesitura de verse compelidos a llamarle por su primer apellido, ya que llamarlo por su nombre era una muestra de sospechosa cercanía. Y pasaron a hacerlo subordinándose de un modo poco meditado a las razones de los primeros inmigrantes exiliados, cuando en realidad existí y existe un crisol y un abanico amplio de razones para la disidencia , muchas de ellas de índole sensiblemente diferente.
Y dicha impostura los dejó huérfanos de sus razones y de sus conquistas personales en el terreno de la insumisión, ya que toda su bronca genuina se la sentían a “Fidel” por sus traiciones e incumplimientos , y no a “Castro” por el calado de sus promesas.
Una crítica hecha desde el peso semántico y simbólico del nombre Fidel, en apariencia no difiere de si está construída en torno al apellido Castro. Pero la diferencia existe, y radica en la finalidad y en la génesis misma de la crítica.
Publicado en el blog de Martin Guevara el 10 de marzo del 2013
Quienes le llaman Castro son los que se fueron a primera hora. Incluso dentro de ellos hay muchos que le llamaron Fidel durante un tiempo ya que formaron parte de la lucha contra Batista o simplemente simpatizaban con su campaña inicial pero rápidamente una vez arribado al poder el célebre hijo del hacendado de Birán y cambiado todo el sentido de sus planes declarados, cual Rajoy de los años cincuenta en el Caribe, acabaron girándose en contra y llamándolo por su apellido estableciendo así una similar distancia en la familiaridad, en la simpatía y por ende en la ideología, que los primeros enemigos de Fidel Castro.
Quienes le llamaban Fidel, fueron tanto de dentro del proyecto revolucionario como de fuera de éste que sentían algún grado de simpatía por el mismo o por el pintoresco personaje.
Con el paso del tiempo se fue afianzando la denominación de Fidel como el primer sello irrenunciable de alineación en sus políticas y de simpatía por sus ideas, así como de pretendido amor de masas. Convivía la contradicción de que en cualquier acto público, en cualquier discurso, para llegar a nombrar a Fidel había primeramente que hacer un recorrido verbal de amplio espectro, había que decir algo así como el nombre barroco completo de un Rey en la época del Renacimiento, había que decir: Primer ministro y Presidente del Consejo de Estado y de ministros, del Buró Político y del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz.
Pero coloquialmente se lo llamaba Fidel.
Como dijo Fidel.
Lo que Fidel quiera.
Lo hacemos por Fidel.
¡ Viva Fidel!
Los deportistas lo primero que debían hacer al llegar al aeropuerto José Martí con una medalla en el cuello era decir: Le dedico esta al Comandante en Jefe.
Mientras más se acercaba la posibilidad de tener un verdadero contacto con él, más había que ir adornando aquel “Fidel” pelado, escueto, que presentaba el amor popular refiriéndose a él como a un padre, pero en la medida que se acercaba físicamente, como un deportista con medalla quien bordeaba la posibilidad de un encuentro fortuito con la deidad, debía revestir ese solitario nombre de pila. “Se la dedico al Comandante en Jefe”. Y evitar el Fidel y desde luego el Castro.
Para los artistas muy afines era definitivamente Fidel. Cuando se referían a él sin él presente, incluso en las canciones se le podía tutear. ¡ Se le debía tutear! Pero en un encuentro de primer tipo había que usar el Comandante y por supuesto precedido del usted.
Así como la Iglesia quiere que nadie sea blasfemo, pero prefiere que alguien se defeque en el Padre y en todos los Santos antes de que los ignore, la inteligencia del Estado igual, si alguien manifiesta defecarse en todos los antepasados de Fidel, toma represalias, pero prefiere con creces ese enfado que lo mantiene presente al que lo logra olvidar, al que lo retira de sus maldiciones.
¡ Abajo Fidel!
Los que le tomamos animadversión por diferentes razones viviendo en Cuba, luego de haberlo respetado como presidente o de haberle temido como comandante del bien y del mal, siempre lo hicimos pensando y hablando de Fidel. Tanto en los chistes como en las críticas era y es Fidel.
Sin embargo aquellos de la generación “Fidel” que emigraron a Miami de repente se vieron en la tesitura de verse compelidos a llamarle por su primer apellido, ya que llamarlo por su nombre era una muestra de sospechosa cercanía. Y pasaron a hacerlo subordinándose de un modo poco meditado a las razones de los primeros inmigrantes exiliados, cuando en realidad existí y existe un crisol y un abanico amplio de razones para la disidencia , muchas de ellas de índole sensiblemente diferente.
Y dicha impostura los dejó huérfanos de sus razones y de sus conquistas personales en el terreno de la insumisión, ya que toda su bronca genuina se la sentían a “Fidel” por sus traiciones e incumplimientos , y no a “Castro” por el calado de sus promesas.
Una crítica hecha desde el peso semántico y simbólico del nombre Fidel, en apariencia no difiere de si está construída en torno al apellido Castro. Pero la diferencia existe, y radica en la finalidad y en la génesis misma de la crítica.
Publicado en el blog de Martin Guevara el 10 de marzo del 2013