De puntillas, casi como un fantasma se escabulló este 14 de enero de la crónica deportiva cubana. Cierto diario deslizó apenas que "en el mismo lugar en el que se tiró hace 53 años la primera bola en nuestras Series Nacionales los Azules derrotaron a la novena yumurina tras una batalla de diez entradas (sic)".
Nada más. La habitual monserga, que orientada "desde arriba" reiteraba entre bostezos el triunfo de la pelota libre sobre la pelota esclava –proclamado hace medio siglo por el máximo líder–, se ausentó, por incongruente, de las gacetillas deportivas.
Si Fidel Castro no se ha reunido con los héroes-espías recién liberados de las prisiones norteamericanas, si no se ha pronunciado acerca del sorpresivo acercamiento de su país a la nación imperialista, y si se afirma que le envió una hipotética carta al ex futbolista Diego Armando Maradona –en lugar de reunirse con él, cuando lo tenía a tiro de piedra de su lecho de convaleciente–, cada uno de estos hechos refuerzan lo que para mí es una certeza: Su total desconexión con el mundo que le rodea.
En 2013, con las primeras contrataciones por parte de clubes mexicanos de peloteros afincados en la Isla, las personas familiarizadas con los entresijos de la política deportiva de Cuba se quedaron de una pieza.
Hablarle al barbudo comandante de profesionalismo era antes como mentar la soga en casa del ahorcado, y a lo largo de los años escuché varias versiones sobre raptos suyos de ira y acerca de burós pateados con su bota militar después de que leyera o escuchara una palabra apartada un milímetro de su rígida ideología. (Por ahí anda un colega periodista, venido a menos y víctima de los truenos del ex mandamás, por haber escrito en una nota para la prensa extranjera el vocablo embargo, en lugar de bloqueo).
Fidel no se ha enterado, claro que no, de que sus atletas (aunque el posesivo haya perdido su significado) son otra vez mercancía, de que acaudalados dueños de clubes mexicanos y asiáticos se sientan ya en los palcos de los estadios de Cuba y admiran el talento que se desenvuelve en el terreno ante sus ojos, chequera en mano para negociar, en este caso –¡siempre el totalitarismo!– con el Gobierno como intermediario, en la novísima feria de nervios y músculos.
(Una vez, cuando clareaban los años 90 y el período especial, el parque Latinoamericano fue testigo de la visita de una parte de la cúpula directiva del béisbol japonés. "Ustedes podrían obviar los gastos de la delegación cubana a los Juegos Olímpicos de Barcelona si nos ceden por un año de contrato a Germán Mesa o a Jorge Luis Valdés", le soltaron entonces al viejo zorro José Ramón Fernández. Una sonrisa y la invitación a degustar algún mojito, esa fue la tímida respuesta que Fernández resultó, entonces, autorizado a ofrecer).
Mucho tiempo después –escaseces, balsas y otras penurias mediante– los deportistas cubanos vuelven a ser mercancía, aunque en un mercado que, por mediatizado –muy lento y bajo el fierro del diezmo estatal– no ha impedido que multitud de hombres, bajo su propio riesgo, continúen abandonando el país.
Ahora mismo, ronda la incertidumbre acerca de la asistencia, por segundo año consecutivo, del campeón cubano de béisbol a la Serie del Caribe, dentro de unos días en San Juan de Puerto Rico.
"La participación de Cuba es "incierta" debido a que aún no han recibido el permiso del Departamento del Tesoro de los Estados Unidos para asistir, declaró hace unas horas, el presidente de la Confederación de Béisbol Profesional del Caribe, Juan Francisco Puello Herrera".
Y a continuación, para recordar que el equipo de Pinar del Río procede de un Macondo real y tangible, Puello Herrera sentenció que "la barrera por el aspecto político no ha cambiado en nada, lo último que nos han pedido es un permiso de exportación para los cubanos poder comprar enseres domésticos, como televisores, etc." publicó el diario El Día, de República Dominicana.