Ante el asombro de muchos, Fidel Castro ha vuelto a cumplir años y como de costumbre, tal y como exige el guión revolucionario, se le han lanzado todo tipo de elogios, no solo desde los medios de propaganda del régimen, si no también por Telesur, en las redes sociales y en todos esos espacios donde se reproduce la mentira cubana. A estas alturas, Fidel Castro y Cuba ya solo puede ser materia de consumo para devotos del comunismo, gentes sectarias de partidos de izquierda retrógrada, de aquellos que no atienden ni a razones ni a argumentos, u otros instalados en la inopia que dicen que viajan a Cuba porque no quieren dejar pasar la oportunidad de ver "cómo es la Cuba de Castro, antes de que muera". Pues no bastan muchas pistas para saberlo: un horror. Hay miles de vídeos en Google, millones del cubanos en el exilio dispuestos a explicar la experiencia, así como blogs y prensa independiente.
Pocos casos quedan en el mundo en que un personaje político sea todavía entronizado por los aires como si se tratara de un ser de otro mundo. Mal está el mundo que ha llegado a esa necesidad de poner a gente de carne y huesos en pedestales que no se merecen para adularles de forma eterna. Qué más da que los datos, que la historia, que lo testimonios, nos indiquen que la obra de ese personaje ha supuesto una debacle para muchos, que sus políticas han acarreado para Cuba una infinidad de muertes, dolor, escapadas, injusticias en cantidades industriales. Algunos seres humanos siguen sintiendo, a pesar de todo, la necesidad de adorar y creer en cosas que no existen. Para algunos puede que se trate de una necesidad casi fisiológica, si no tienen un líder que los guíe se sienten huérfanos. Comprensible: vivir en este mundo produce vértigo y, cobardes como somos, queremos alguien que se encargue de manejar el timón.
Los liderazgos no deberían derivar en autoritarismos. Hay que valorar a cada persona en su justa medida, olvidarse del jardín de esculturas y pensar que todo líder es un ser humano. Hay gente excepcional en este mundo, por supuesto, y Fidel Castro lo es. Sí, es un ser excepcional en su perfídia. Hablemos claro. Y de esa manera merece ser instalado y recordado en los libros de historia. Podrán colgar mil retratos suyos en La Habana, dedicarle miles de altares en países de la órbita bolivariana, dedicarle dos mil canciones e himnos, pero lo cierto es que su legado no es más que una acumulación de dolor, que se extiende todavía en esta transición consumada por Raúl Castro con el beneplácito de todo el mundo, incluso del de muchos cubanos.
Cuba no es libre por obra y gracia de Fidel Castro. Y esto habrá que recordarlo hasta que lo sea finalmente. Por mucho que les pese a su ejército de aduladores en todo el mundo y a pesar de que sean tachados de radicales los que se empecinan a recordarlo. Con mucho gusto, soy radical en la reivindicación de la libertad. ¡Bienvenidos sean todos estos radicales!