LA HABANA, Cuba. La noche del 31 de julio de 2006, poco después de las 8:30, Cuba quedó en suspenso. “Como nuestro país se encuentra amenazado por el Gobierno de Estados Unidos, delego con carácter provisional mis funciones como primer secretario del Comité Central del Partido Comunista en el segundo secretario, compañero Raúl Castro Ruz”.
La histórica proclama de Fidel Castro, tras una enfermedad que lo tuvo al borde de la muerte, fue leída al país por Carlos Valenciaga, en aquel momento secretario del autócrata verde olivo y posteriormente purgado por el sucesor.
Desde entonces las apariciones de Castro I en los medios oficiales son milimétricamente calculadas. En su aparente retiro, escribió algunas notas vaticinando una hecatombe nuclear del ‘imperialismo yanqui’ con Irán o el Estado gamberro de Corea del Norte.
En determinados momentos, durante la excarcelación de los 75 disidentes de la Primavera Negra (2010), el restablecimiento de relaciones con Estados Unidos (2014) o la visita del presidente Barack Obama (2016), el monopolio mediático del partido comunista lo rescató al estilo de un padre de los dioses, con la intención de poner punto final al debate intelectual o señalar el camino a seguir.
Fidel Castro es un futuro caso de estudio para psiquiatras y politólogos. En igual proporción, despierta odio desmesurado en sus adversarios o una idolatraría ridícula entre sus seguidores.
A los cubanos de a pie, le ha quedado la duda si el anciano ex guerrillero, desde su residencia en Punto Cero, no continúa diseñando las líneas maestras de la política nacional e internacional del país.
Los nacidos después del año 2000 están inmunizados del virus ‘fidelista’. Ellos crecieron bajo el gobierno de Raúl Castro, un tipo casi invisible que ofrece un par de discursos al año y no ha sido tan invasivo en sus vidas privadas como su hermano Fidel.
La desideologización de la sociedad cubana es proverbial. Casi ningún joven ha leído obras marxistas, no cree en el Hombre Nuevo ni tampoco en la construcción de un paraíso comunista.
Para un segmento de ciudadanos, Fidel Castro ya es un tipo lejano. Una voz en fade. Un abuelo con demencia senil que cuando abre la boca se le escucha por obediencia, pero luego olvidan sus monsergas.
Fidel Castro es el pasado incrustado en el presente e hipotecando el futuro.
Aparte de los idiotas de siempre, oportunistas, extremistas y amanuenses comprometidos, cualquier persona sensata, al leer alguno de sus más de dos mil extensos discursos, puede llegar a una conclusión demoledora: más que un trastornado absolutista, fue un maestro del engaño y la manipulación.
Los invito a ver el documental 'FIEL' CASTRO, del realizador Ricardo Vega. La comparación con el nazismo alemán o la peor etapa del franquismo español es inevitable.
Esas imágenes en blanco y negro, de un Fidel Castro desde una tribuna con su gestualidad intimidante, asegurando que la Isla exportaría carne de res y detallando un plan para mejorar el ganado vacuno, lleva a meditar a cualquier persona mayor de 40 años cuánto tiempo Castro nos mintió y cuáles fueron las causas para qué aplaudiéramos a un tramposo.
Releer la obra discursiva de Fidel Castro es comprobar que el tipo fue un mitómano. Probablemente padece del Síndrome de Münchhausen. Esta enfermedad epónima toma su nombre del excéntrico Karl Friedrich Hieronymus, “Barón de Münchhausen” (1720-1797), quien se hizo famoso por contar historias de aventuras fantásticas que nunca le habían sucedido, como haber bailado en el estómago de una ballena o haber viajado a la luna.
Desde luego que Fidel Castro tuvo talento político y astucia suficiente para derrotar al ejército del dictador Fulgencio Batista, seducir al pueblo cubano, desmontar sin demasiada oposición las estructuras institucionales, jurídicas y la prensa libre.
La mayoría del pueblo aplaudió el entierro simbólico de los medios privados y gritaban paredón exigiendo castigo a sus oponentes. No es que fuéramos una sociedad diferente. Es que los autócratas tienen la virtud de robotizar a las masas.
Alemania, Italia, la antigua URSS -donde un pionero delató a sus padres por traición- Corea del Norte o la China de Mao, son ejemplos de sociedades controladas por un 'iluminado padre de la patria'.
Ahora, con motivo de su noventa onomástico, Fidel Castro aparece por todos lados. Hasta en la sopa. Es parte de la narrativa de sociedades autoritarias y absurdas. Al líder hay que adorarlo.
El Estado cubano, con el dinero del erario público, organiza veladas culturales, debates y fiestas para agasajar al otrora máximo líder en sus 90 años. Pero este guateque tiene un leve tufillo a despedida.