Consejos útiles para turistas que visiten la última barricada comunista de la Guerra Fría en el Caribe.
Si usted habla español, lo aconsejable sería conocer La Habana viajando en taxis particulares. En un auto rentado, climatizado y con un mapa de la capital es más placentero. Pero también más caro y no podrá charlar con los habaneros.
Si solo conoce la ciudad por las visitas dirigidas a museos o fábricas de tabaco que organizan agencias turísticas, tendrá buenas fotos al regresar a su país, aunque solo habrá visto una postal de La Habana.
Usted decide si tomar mojitos, pasear por el malecón, ligar jineteras y en un café por moneda dura escuchar a un dúo cantándole en su mesa el Chan Chan de Compay Segundo. O descubrir la otra cara de La Habana, ignorada por la prensa oficial. Entonces, de primera mano conocerá las prioridades del cubano simple.
La capital de Cuba tiene a su favor que aún no es peligrosa como Caracas, Medellín o Michoacán. Puede caminar por los barrios duros y pobres sin temor a ser asaltado (se aconseja ir de día).
Mejor que reservar en un hotel es alquilar una habitación en alguna casa particular. Para sus viajes por la ciudad, lo ideal es moverse en viejos autos estadounidenses conocidos por 'almendrones'.
Y charlar con los pasajeros. No hay tribuna más auténtica y liberal en Cuba que los taxis privados. Como en cualquier capital del mundo, los taxistas habaneros poseen una cultura de prólogo y un aceptable nivel de información.
Se enterará de que muchos de los taxistas cubanos son médicos, ingenieros, militares jubilados o profesionales que tras su jornada laboral, se sientan al volante, para intentar obtener unos pesos extras que les permita complementar sus salarios de miseria.
Los taxistas habaneros parecen disidentes cuando hablan, pero no lo son. Ellos, como numerosas personas que se encontrará en las colas y por las calles, critican abiertamente al gobierno.
Es extensa la lista de quejas sobre el estado de cosas en la isla. Viajando en un Ford del año 1954, con motor sudcoreano y caja de velocidad japonesa, de primera mano conocerá que la gente ya no aplaude con tanto entusiasmo las reformas de Raúl Castro.
Prepárese a escuchar una disertación sobre las penurias cotidianas. Una sugerencia: antes del recorrido por la ciudad, en su mochila lleve desodorantes, tubos de pasta dentífrica o jabones para regalar a la gente con la cual converse. Ahora mismo, esos artículos escasean en Cuba.
Los taxis habaneros son un micrófono abierto a las divergencias políticas. Y en su interior hay más democracia que en el monocorde parlamento nacional. En los 'almendrones' suelen coincidir personas que piensan diferentes. Cada cual expone sus criterios. En voz alta y gesticulando con las manos, típico de los cubanos.
Al llegar a su destino, el pasajero que apoya al régimen se despide amigablemente del que pide cambios profundos en su patria. Dos detalles: los viejos taxis habaneros no tienen aire acondicionado y los choferes conducen escuchando reguetón o música salsa a volúmenes exagerados.
Si se monta en un jeep, donde pueden caber hasta diez personas, el viaje es incómodo. Pero no hay mejor contacto de pueblo a pueblo que viajar en taxis privados. Y son muy baratos. Por 50 centavos de dólar o un dólar en trayectos más largos, usted puede conocer la otra cara de La Habana.
No se recomienda conocerla en ómnibus urbanos: debido al mal servicio y por transitar repletos de pasajeros, lo que debiera ser un viaje exploratorio de la ciudad y un motivo para contactar con su gente, se puede convertir en un suplicio.
Si usted habla español, lo aconsejable sería conocer La Habana viajando en taxis particulares. En un auto rentado, climatizado y con un mapa de la capital es más placentero. Pero también más caro y no podrá charlar con los habaneros.
Si solo conoce la ciudad por las visitas dirigidas a museos o fábricas de tabaco que organizan agencias turísticas, tendrá buenas fotos al regresar a su país, aunque solo habrá visto una postal de La Habana.
Usted decide si tomar mojitos, pasear por el malecón, ligar jineteras y en un café por moneda dura escuchar a un dúo cantándole en su mesa el Chan Chan de Compay Segundo. O descubrir la otra cara de La Habana, ignorada por la prensa oficial. Entonces, de primera mano conocerá las prioridades del cubano simple.
La capital de Cuba tiene a su favor que aún no es peligrosa como Caracas, Medellín o Michoacán. Puede caminar por los barrios duros y pobres sin temor a ser asaltado (se aconseja ir de día).
Mejor que reservar en un hotel es alquilar una habitación en alguna casa particular. Para sus viajes por la ciudad, lo ideal es moverse en viejos autos estadounidenses conocidos por 'almendrones'.
Y charlar con los pasajeros. No hay tribuna más auténtica y liberal en Cuba que los taxis privados. Como en cualquier capital del mundo, los taxistas habaneros poseen una cultura de prólogo y un aceptable nivel de información.
Se enterará de que muchos de los taxistas cubanos son médicos, ingenieros, militares jubilados o profesionales que tras su jornada laboral, se sientan al volante, para intentar obtener unos pesos extras que les permita complementar sus salarios de miseria.
Los taxistas habaneros parecen disidentes cuando hablan, pero no lo son. Ellos, como numerosas personas que se encontrará en las colas y por las calles, critican abiertamente al gobierno.
Es extensa la lista de quejas sobre el estado de cosas en la isla. Viajando en un Ford del año 1954, con motor sudcoreano y caja de velocidad japonesa, de primera mano conocerá que la gente ya no aplaude con tanto entusiasmo las reformas de Raúl Castro.
Prepárese a escuchar una disertación sobre las penurias cotidianas. Una sugerencia: antes del recorrido por la ciudad, en su mochila lleve desodorantes, tubos de pasta dentífrica o jabones para regalar a la gente con la cual converse. Ahora mismo, esos artículos escasean en Cuba.
Los taxis habaneros son un micrófono abierto a las divergencias políticas. Y en su interior hay más democracia que en el monocorde parlamento nacional. En los 'almendrones' suelen coincidir personas que piensan diferentes. Cada cual expone sus criterios. En voz alta y gesticulando con las manos, típico de los cubanos.
Al llegar a su destino, el pasajero que apoya al régimen se despide amigablemente del que pide cambios profundos en su patria. Dos detalles: los viejos taxis habaneros no tienen aire acondicionado y los choferes conducen escuchando reguetón o música salsa a volúmenes exagerados.
Si se monta en un jeep, donde pueden caber hasta diez personas, el viaje es incómodo. Pero no hay mejor contacto de pueblo a pueblo que viajar en taxis privados. Y son muy baratos. Por 50 centavos de dólar o un dólar en trayectos más largos, usted puede conocer la otra cara de La Habana.
No se recomienda conocerla en ómnibus urbanos: debido al mal servicio y por transitar repletos de pasajeros, lo que debiera ser un viaje exploratorio de la ciudad y un motivo para contactar con su gente, se puede convertir en un suplicio.