Ileana Medina Hernández es una mujer luminosa, nutricia y fuerte como la Madre Tierra. Periodista, en influyente bloguera, autora de la bitácora digital Tenemos Tetas, habla desde el corazón de la vida, abarcando la feminidad sana e incluyente, sin las reservas neuróticas que separan a los humanos.
Hoy Ileana Medina Hernández entra al ruedo de Dile que pienso en Ella para dejarnos la impronta de su tiempo, que es el nuestro.
¿Cuál fue el detonante que te impulsó a marcharte de Cuba?
Me marché de Cuba muy joven. Con 23 años ya era profesora universitaria, digamos que el máximo laboral al que podía aspirar. Me había graduado con título de oro, había escrito una tesis que aún hoy se utiliza como material de estudio en la Facultad, me pude quedar como profesora desde recién graduada. Pero tenía que vivir con unos tíos que generosamente me habían acogido, coger “botella” todos los días para ir a trabajar… Eran los años 90 y pico: las esperanzas de que un sueldo de profesora me alcanzara, ya no para tener dónde vivir o cómo transportarme, sino ni siquiera para comprar un pantalón o un reproductor de música, eran nulas.
Gané una beca de la Agencia Española de Cooperación Internacional y no volví más. Salí dos veces en un año, y al salir la segunda, un primo al que quiero mucho, que me acompañó al aeropuerto me dijo: “¿te acuerdas del chiste del hombre al que Dios le mandó las tres barcas?” Ya tú vas por la segunda”. No esperé la tercera.
¿Qué esperabas encontrar del “otro lado”?
La posibilidad de una vida normal. Me gustaría utilizar palabras altisonantes, o contarte sueños elevados, pero no los tengo. Simplemente poder trabajar libremente, ganar un sueldo y vivir de él. Creo en el “aurea mediocritas” de los antiguos: una vida sencilla y digna, con las necesidades básicas resueltas, sin tener que repetir consignas políticas cada día, y gozando de los derechos humanos universales: lo que la mayoría de los humanos queremos y merecemos.
¿Qué encontraste?
Encontré en Canarias unas islas paradisíacas, lo que Cuba bien pudiera ser, con un paisaje geográfico y social muy sano. Encontré el amor, encontré trabajo, nacieron mis hijos. Tengo seguridad, libertad y paz interior, en la medida que ellas son posibles, como constructos humanos imperfectos. Me doy por satisfecha.
¿Qué has aprendido durante el proceso?
He tenido una vida fácil, quiero decir, no me tiré al mar en balsa, no he dormido en un parque, no he pasado hambre. Agradezco cada día por ello.
Aprendí que a veces, queriendo construir el paraíso, se construye el peor de los infiernos. Huye de quien te prometa el paraíso. Sólo hay una manera de mejorar el mundo: conocerse y mejorarse a uno mismo, cuidar de los cercanos, criar bien a los hijos, tratar bien a los demás, ser amable, ser coherente entre lo que se dice y lo que se hace.
¿Qué es para ti la Libertad?
La libertad es la posibilidad de que cada uno pueda llegar a ser lo que vino a ser en esta vida. Desarrollar sus dones y talentos, expresarse sin miedo a ser discriminado ni castigado, ofrecer sus servicios y recibir remuneración a cambio, expandirse con el único límite de no hacer daño a otros.
No es hacer lo que uno quiera, estoy con los advaítas en que no es el ser humano el que hace. La vida se hace a través de nosotros y sólo podemos aspirar a no ponerle demasiados obstáculos. Crecer física y espiritualmente, con el único límite de la regla de oro: tratar a los demás como te gustaría ser tratada.
¿Las experiencias vividas han cambiado en ti el concepto Patria? ¿Piensas a menudo en “Ella”?
No sé muy bien lo que es la patria. Creo es un constructo complejo, que tiene que ver con la infancia, la familia, las costumbres, el idioma, la cultura. Es más bien una matria, una matriz: los nutrientes físicos y espirituales con los cuales nos formamos.
Las fronteras y los Estados son un accidente, a veces útiles, pero arbitrarios, bien pudieran ser otros. Me gusta el paralelismo entre la tierra y la madre, nutricias y expansivas, y el Estado y el padre, la ley y el orden. Creo que ambos, los progenitores y los Estados, deben dar a sus hijos raíces y alas. Nutrientes para ser fuertes y libertad para volar. Los humanos no somos plantas y podemos movernos, siempre lo hemos hecho. Emigrar es un drama, y los gobiernos tienen el deber de que la vida de sus ciudadanos sea lo mejor posible, pero moverse también es un lujo, una oportunidad y un privilegio. Siempre ha habido flujos humanos desde la pobreza hacia la riqueza, desde el encierro hacia la libertad, y los seguirá habiendo.
Pienso en Cuba, claro, allí viven mis hermanos y quedan algunos -pocos- amigos, sigo las noticias y las redes sociales. Nunca ha dejado de dolerme pensar en lo que pudiera haber sido y lo que es. El drama cotidiano de la vida allí es terrible, no ya sólo la pobreza, sino el absurdo, el totalitarismo y la mentira. Cuba duele.