Las dos guerras contra el Irak de Saddam Hussein han servido para eliminar la política demencial del dictador sunita, pero con el efecto secundario de poner a Irak al borde de la desaparición.
Sin la fuerza coercitiva de la dictadura y de la presencia militar estadounidense que le siguió, Irak se está fragmentando a una velocidad vertiginosa en las entidades étnico-religiosas afincadas en su territorio. Y estas, además de no tener casi nada en común, se están combatiendo mutuamente desde el mismo día de la destrucción de la dictadura y el baasismo del país.
Los kurdos, atrincherados en una cohesión étnica mayor que la del resto de Irak y con recursos petrolíferos, han alcanzado un grado de autonomía tal que siguen siendo iraquíes únicamente porque no tienen mejor alternativa política en el Oriente Medio. Hoy, constituyen casi un cuerpo extraño dentro de las fronteras iraquíes.
Los sunitas, minoría religiosa que ha sabido asumir el poder político sobre todo el territorio desde la época en que el actual Irak era provincia turca, no ha mostrado el menor interés ni capacidad para engendrar unas bases de convivencia con los chiítas. Consecuentemente, estos tratan de defender sus intereses – más correcto sería decir, los intereses de un pléyade de dirigentes ambiciosos – recurriendo a las guerrillas y el terrorismo.
La dinámica centrífuga de esas tres minorías se ha visto acentuada por la actual guerra civil siria, donde una de sus muchas causas es justamente la confrontación socio-religiosa entre suníes y chiítas. A estos últimos – entre los que se cuentan los alauitas de Assad - los apoya generosamente con armas y dinero Irán, que necesita a Siria como plataforma logística y política en su hostigamiento de Israel. Porque las fuerzas (y más de una fortuna) que se están fraguando en las aguas turbias de la guerra civil siria han crecido tanto que los sunitas iraquíes creen imprescindible alinearse con los rebeles, en tanto que los chiítas iraquíes apoyan decididamente al Gobierno de Damasco. Lo hacen para contrarrestar la política de Maliki, presidente de Irak y, más aún, la militarización de los sunitas iraquíes.
La situación está tan envenenada y complicada que la única solución que parece al alcance de los propios iraquíes es una descomposición del Estado en una confederación de poder central mínimo y una división territorial con los kurdos en el norte, los sunitas en el centro y el resto de Irak para las distintas querencias políticas chiítas. Es un escenario que, a largo plazo, daría a Teherán una influencia tan grande en Irak que habría que pensar en el riesgo de una tercera guerra…o la disolución de Irak en la nada; su sustitución por tres mini naciones.
Sin la fuerza coercitiva de la dictadura y de la presencia militar estadounidense que le siguió, Irak se está fragmentando a una velocidad vertiginosa en las entidades étnico-religiosas afincadas en su territorio. Y estas, además de no tener casi nada en común, se están combatiendo mutuamente desde el mismo día de la destrucción de la dictadura y el baasismo del país.
Los kurdos, atrincherados en una cohesión étnica mayor que la del resto de Irak y con recursos petrolíferos, han alcanzado un grado de autonomía tal que siguen siendo iraquíes únicamente porque no tienen mejor alternativa política en el Oriente Medio. Hoy, constituyen casi un cuerpo extraño dentro de las fronteras iraquíes.
Los sunitas, minoría religiosa que ha sabido asumir el poder político sobre todo el territorio desde la época en que el actual Irak era provincia turca, no ha mostrado el menor interés ni capacidad para engendrar unas bases de convivencia con los chiítas. Consecuentemente, estos tratan de defender sus intereses – más correcto sería decir, los intereses de un pléyade de dirigentes ambiciosos – recurriendo a las guerrillas y el terrorismo.
La dinámica centrífuga de esas tres minorías se ha visto acentuada por la actual guerra civil siria, donde una de sus muchas causas es justamente la confrontación socio-religiosa entre suníes y chiítas. A estos últimos – entre los que se cuentan los alauitas de Assad - los apoya generosamente con armas y dinero Irán, que necesita a Siria como plataforma logística y política en su hostigamiento de Israel. Porque las fuerzas (y más de una fortuna) que se están fraguando en las aguas turbias de la guerra civil siria han crecido tanto que los sunitas iraquíes creen imprescindible alinearse con los rebeles, en tanto que los chiítas iraquíes apoyan decididamente al Gobierno de Damasco. Lo hacen para contrarrestar la política de Maliki, presidente de Irak y, más aún, la militarización de los sunitas iraquíes.
La situación está tan envenenada y complicada que la única solución que parece al alcance de los propios iraquíes es una descomposición del Estado en una confederación de poder central mínimo y una división territorial con los kurdos en el norte, los sunitas en el centro y el resto de Irak para las distintas querencias políticas chiítas. Es un escenario que, a largo plazo, daría a Teherán una influencia tan grande en Irak que habría que pensar en el riesgo de una tercera guerra…o la disolución de Irak en la nada; su sustitución por tres mini naciones.