Miami quiere seguir siendo la puerta comercial de América Latina. En junio de 2013, el presidente Barack Obama visitó las obras de ampliación y renovación que a un costo de 1,200 millones de dólares se realizan en el puerto de Miami.
El interés comercial se ha reflejado en megainversiones en los puertos de Norfolk, Nueva York, Baltimore, Charleston, Jacksonville o Savannah. Según la Asociación de Autoridades Portuarias de Estados Unidos (AAPA, en inglés), conglomerados públicos y privados invertirán hasta 46,000 millones de dólares en infraestructuras portuarias.
Con la ampliación para 2015 del Canal de Panamá, y la entrada de una nueva generación de barcos portacontenedores conocidos como Post-Panamax, que podrán atravesar el Canal con casi tres veces más capacidad de carga, el comercio en América sufrirá un cambio notable.
Los números encandilan a los especialistas. Y los países de la región no quieren quedarse atrás. El interés primario, por supuesto, es el vasto mercado del norte en Canadá y Estados Unidos.
Pero no menos importante es situarse como un puerto líder para el comercio interregional. Esto ha desatado una auténtica ‘guerra de puertos’, que ha conllevado a inversiones multimillonarias en la concentración de menos puertos de tráfico marítimo (los barcos son mayores y podrán acarrear más mercancías), aunque los puertos deberán ser más grandes y profundos.
Especialistas coinciden que al igual que sucede con el transporte aéreo, se prevé que el trafico de los Post-Panamax se agrupe en grandes puertos de trasbordos. Con ese fin, República Dominicana, Colombia, El Salvador, Bahamas, Costa Rica, Jamaica y Cuba, han priorizado fuertes inversiones para el mejoramiento y modernización de sus puertos de cabecera.
El gobierno cubano ha puesto un énfasis especial en el desarrollo del Puerto del Mariel, situado a 45 kilómetros al oeste de La Habana, con excelentes condiciones naturales. El proyecto cuenta con el aporte de 682 millones de dólares de entidades públicas y privadas brasileñas.
Su primera etapa podría ser inaugurada a fines de de mes, coincidiendo con la visita de la presidenta Dilma Rousseff a la reunión de la CELAC, que se efectuará en La Habana los días 28 y 29 de enero.
La edificación fue encargada a la constructora brasileña Odebrecht. Y la administración del puerto y su terminal de contenedores -que en un futuro cercano podría almacenar hasta 3 millones de contenedores- corre a cargo de un grupo empresarial de Singapur.
En esta primera fase se han invertido 900 millones de dólares. Y a tono con las exigencias comerciales del futuro puerto, el régimen ha diseñado una zona económica de desarrollo especial con jurisdicción propia.
En el entorno del Puerto del Mariel, en un área de 465 kilómetros cuadrados, el gobierno ha iniciado licitaciones para crear inversiones directas que beneficien a la economía en el sector biotecnológico y textil, entre otras ramas.
El Puerto del Mariel tiene una posición geográfica privilegiada para el comercio regional. En condiciones normales, sin el embargo de Estados Unidos, podría constituir un competidor formidable a su homólogo de Miami.
Pero en la actualidad, con el lastre del embargo comercial estadounidense, no es descabellado preguntarse si esa inversión monumental puede ser provechosa para la economía cubana.
En tiempos pasados, Fidel Castro diseñó planes económicos irracionales como la zafra de los 10 millones de toneladas de azúcar, ganadería intensiva o la construcción de una central electronuclear en Juraguá, Cienfuegos, a 300 kilómetros al este de La Habana, donde sepultó miles de millones de dólares sin ningún resultado.
Castro II ha dejado atrás el voluntarismo colosal de su hermano. Con la parquedad informativa habitual, el régimen no aclara su estrategia a desplegar tras la inauguración del Puerto del Mariel.
Porque si algo queda claro es que, mientras exista el embargo, con cláusulas que sancionan a seis meses sin pisar puertos estadounidenses a buques que fondeen en Cuba, la dársena del Mariel sale como perdedora sin aún haber comenzado la competencia Post-Panamax de los puertos en la región.
El mayor porcentaje del comercio interregional está enfocado hacia Estados Unidos, Canadá y México, socios económicos. Los 28 países de la UE se lo pensarán dos veces antes de realizar grandes inversiones en el Mariel.
China es solo un socio ideológico de los Castro. En comercio y finanzas está atado a Estados Unidos. Con su pragmatismo típico, Beijing seguirá apostando hacia donde corra el dinero.
Y el dinero corre hacia el norte. O a regiones de Sudamérica como Brasil, Chile, Colombia, Argentina, Venezuela o Perú. No creo que muchos buques con bandera china, que comercien con Estados Unidos, anclen en el Mariel mientras exista el embargo.
Con esa piedra atada al cuello, es difícil atraer grandes capitales de empresas líderes. Por supuesto, ni Raúl Castro ni el gobierno de Lula, que fue el que autorizó el desembolso de dinero y, ahora Dilma, son tontos de capirotes.
Un año atrás el canciller brasileño Antonio Patriota ofreció algunas pistas cuando manifestó públicamente que la inversión del Puerto del Mariel está concebida en un panorama post-embargo.
La estrategia política de la autocracia criolla también se mueve en esa dirección. Funcionarios del régimen gastan las suelas de sus zapatos en viajes por el mundo, para atraer capital fresco en la zona de desarrollo del Mariel.
Y mediante su Sección de Intereses en Washington, hacen un lobby fijo, para crear una atmósfera de negocios con el poderoso clan de empresarios cubanoamericanos.
Solicitar la derogación del embargo es, quizás, la prioridad numero uno de la cancillería cubana. Las tímidas reformas económicas y las peticiones al diálogo con Estados Unidos por parte del General Castro, van destinadas a desmontar el embargo.
Excepto algunas frases diferentes de Obama con respecto a Cuba y un apretón de manos a Raúl Castro en los funerales de Mandela, hasta la fecha, la Casa Blanca no se ha dejado seducir por el anciano mandatario.
Cuba no es China. No tiene un mercado voluminoso y un segmento importante de su economía depende del dinero que giran los cubanos afincados en la otra orilla.
Washington sigue exigiéndole a La Habana respeto por los derechos humanos, democracia y elecciones libres, cosa que no hizo con China o Vietnam: la isla tiene muy poco que ofrecer.
El interés comercial se ha reflejado en megainversiones en los puertos de Norfolk, Nueva York, Baltimore, Charleston, Jacksonville o Savannah. Según la Asociación de Autoridades Portuarias de Estados Unidos (AAPA, en inglés), conglomerados públicos y privados invertirán hasta 46,000 millones de dólares en infraestructuras portuarias.
Con la ampliación para 2015 del Canal de Panamá, y la entrada de una nueva generación de barcos portacontenedores conocidos como Post-Panamax, que podrán atravesar el Canal con casi tres veces más capacidad de carga, el comercio en América sufrirá un cambio notable.
Los números encandilan a los especialistas. Y los países de la región no quieren quedarse atrás. El interés primario, por supuesto, es el vasto mercado del norte en Canadá y Estados Unidos.
Pero no menos importante es situarse como un puerto líder para el comercio interregional. Esto ha desatado una auténtica ‘guerra de puertos’, que ha conllevado a inversiones multimillonarias en la concentración de menos puertos de tráfico marítimo (los barcos son mayores y podrán acarrear más mercancías), aunque los puertos deberán ser más grandes y profundos.
Especialistas coinciden que al igual que sucede con el transporte aéreo, se prevé que el trafico de los Post-Panamax se agrupe en grandes puertos de trasbordos. Con ese fin, República Dominicana, Colombia, El Salvador, Bahamas, Costa Rica, Jamaica y Cuba, han priorizado fuertes inversiones para el mejoramiento y modernización de sus puertos de cabecera.
El gobierno cubano ha puesto un énfasis especial en el desarrollo del Puerto del Mariel, situado a 45 kilómetros al oeste de La Habana, con excelentes condiciones naturales. El proyecto cuenta con el aporte de 682 millones de dólares de entidades públicas y privadas brasileñas.
Su primera etapa podría ser inaugurada a fines de de mes, coincidiendo con la visita de la presidenta Dilma Rousseff a la reunión de la CELAC, que se efectuará en La Habana los días 28 y 29 de enero.
La edificación fue encargada a la constructora brasileña Odebrecht. Y la administración del puerto y su terminal de contenedores -que en un futuro cercano podría almacenar hasta 3 millones de contenedores- corre a cargo de un grupo empresarial de Singapur.
En esta primera fase se han invertido 900 millones de dólares. Y a tono con las exigencias comerciales del futuro puerto, el régimen ha diseñado una zona económica de desarrollo especial con jurisdicción propia.
En el entorno del Puerto del Mariel, en un área de 465 kilómetros cuadrados, el gobierno ha iniciado licitaciones para crear inversiones directas que beneficien a la economía en el sector biotecnológico y textil, entre otras ramas.
El Puerto del Mariel tiene una posición geográfica privilegiada para el comercio regional. En condiciones normales, sin el embargo de Estados Unidos, podría constituir un competidor formidable a su homólogo de Miami.
Pero en la actualidad, con el lastre del embargo comercial estadounidense, no es descabellado preguntarse si esa inversión monumental puede ser provechosa para la economía cubana.
En tiempos pasados, Fidel Castro diseñó planes económicos irracionales como la zafra de los 10 millones de toneladas de azúcar, ganadería intensiva o la construcción de una central electronuclear en Juraguá, Cienfuegos, a 300 kilómetros al este de La Habana, donde sepultó miles de millones de dólares sin ningún resultado.
Castro II ha dejado atrás el voluntarismo colosal de su hermano. Con la parquedad informativa habitual, el régimen no aclara su estrategia a desplegar tras la inauguración del Puerto del Mariel.
Porque si algo queda claro es que, mientras exista el embargo, con cláusulas que sancionan a seis meses sin pisar puertos estadounidenses a buques que fondeen en Cuba, la dársena del Mariel sale como perdedora sin aún haber comenzado la competencia Post-Panamax de los puertos en la región.
El mayor porcentaje del comercio interregional está enfocado hacia Estados Unidos, Canadá y México, socios económicos. Los 28 países de la UE se lo pensarán dos veces antes de realizar grandes inversiones en el Mariel.
China es solo un socio ideológico de los Castro. En comercio y finanzas está atado a Estados Unidos. Con su pragmatismo típico, Beijing seguirá apostando hacia donde corra el dinero.
Y el dinero corre hacia el norte. O a regiones de Sudamérica como Brasil, Chile, Colombia, Argentina, Venezuela o Perú. No creo que muchos buques con bandera china, que comercien con Estados Unidos, anclen en el Mariel mientras exista el embargo.
Con esa piedra atada al cuello, es difícil atraer grandes capitales de empresas líderes. Por supuesto, ni Raúl Castro ni el gobierno de Lula, que fue el que autorizó el desembolso de dinero y, ahora Dilma, son tontos de capirotes.
Un año atrás el canciller brasileño Antonio Patriota ofreció algunas pistas cuando manifestó públicamente que la inversión del Puerto del Mariel está concebida en un panorama post-embargo.
La estrategia política de la autocracia criolla también se mueve en esa dirección. Funcionarios del régimen gastan las suelas de sus zapatos en viajes por el mundo, para atraer capital fresco en la zona de desarrollo del Mariel.
Y mediante su Sección de Intereses en Washington, hacen un lobby fijo, para crear una atmósfera de negocios con el poderoso clan de empresarios cubanoamericanos.
Solicitar la derogación del embargo es, quizás, la prioridad numero uno de la cancillería cubana. Las tímidas reformas económicas y las peticiones al diálogo con Estados Unidos por parte del General Castro, van destinadas a desmontar el embargo.
Excepto algunas frases diferentes de Obama con respecto a Cuba y un apretón de manos a Raúl Castro en los funerales de Mandela, hasta la fecha, la Casa Blanca no se ha dejado seducir por el anciano mandatario.
Cuba no es China. No tiene un mercado voluminoso y un segmento importante de su economía depende del dinero que giran los cubanos afincados en la otra orilla.
Washington sigue exigiéndole a La Habana respeto por los derechos humanos, democracia y elecciones libres, cosa que no hizo con China o Vietnam: la isla tiene muy poco que ofrecer.