Mientras un testarudo Fidel Castro movilizaba en 1969 a todo un país para producir diez millones de tonelada de azúcar, en un barrio de Marianao, al oeste de La Habana, un joven bajista de 27 años ponía a punto su nueva orquesta.
Se llamaba Juan Formell, un mulato inquieto que almorzaba y comía música. En 1957, con solo 15 años, ya era acompañante de orquestas de televisión y cabarets.
Hacia 1968 tocaba el bajo en la agrupación del guantanamero Elio Revé, padre del changüí oriental. Fue en las navidades de 1969, cuando Formell apostó por abrirse paso en el enmarañado mundo de la música con su propia agrupación y un sonido innovador.
Luego de estrujarse la cabeza para endosarle un nombre pegajoso a la orquesta, se decantó por bautizarla con una consigna que insistentemente se escuchaba en los medios cubanos.
Manolo Ortega, locutor de la televisión nacional, al referirse a la zafra de los 10 millones, siempre repetía una muletilla, “de que van, van”. Al músico habanero le gustó la expresión cacofónica.
Nació así la orquesta Van Van. De lo poco bueno que quedó de aquella etapa, donde a golpe de voluntarismo y disparates económicos, Castro intentó tomar el cielo por asalto.
Ya para el verano de 1970, Formell, genio en estado puro, había creado el 'songo', en consorcio con el percusionista José Luis Quintana, alias Changuito. Un ritmo afrocubano derivado del son que sonaba diferente al introducir instrumentación electrónica. El grupo era lo más parecido a una charanga con bajo eléctrico, dos flautas, percusión y batería.
Cuando Los Van Van comenzaron a desbordar exigentes plazas bailables de la capital como el Salón Rosado o La Tropical, la cultura cubana vivía un período gris.
El más ramplón realismo socialista hacía olas y el Estado, dueño de fincas y del futuro, parametraba a los músicos según la lealtad política o el torpe oído de los burócratas del Partido.
Pero Formell supo sortear ese inmenso iceberg estatal. Sus montunos y guarachas siempre tuvieron un sabor propio. Tal vez cercano al pop, pero cuando se calentaban los instrumentos y a los bailadores se le iban los pies, las suspicacias de los censores del régimen, de que Van Van sonaba a "banda capitalista", se alejaban.
Creador a tiempo completo, Formell siguió inventando ritmos. En 1982 crea el exitoso baile del ‘buey cansao’. Una fusión del songo con la síncopa de la conga de salón y el cadencioso balanceo de los ritmos caribeños.
Fue todo un éxito. Antes que se destaparan los periodistas independientes, blogueros alternativos y disidentes incisivos en Cuba, las composiciones de Juan Formell eran crónicas musicales que se bailaban y generaban reflexión y polémica a pie de calle.
La canción 'La Habana no aguanta más' denunciaba el exceso de población, dos millones de habitantes, en una urbe diseñada para 600 mil personas. 'Artesanos del espacio', más conocida por La barbacoa, recordaba las duras condiciones de vida de la gente en barrios marginales.
Su música no estuvo salpicada por la denuncia política o la protesta social. No se trataba de eso. Pero introdujo sutiles guarachas donde intercalaba un ritmo contagioso con historias del panorama local, como 'La titimanía' y 'No soy de la Gran Escena', entre otras muchas.
Probablemente fue Juan Formell el más grande creador de música popular después de 1959. No tenía la voz de Benny Moré ni era un virtuoso como Chucho Valdés.
Pero está ahí, en primera clase, sentado al lado de María Teresa Vera, Arsenio Rodríguez, Sindo Garay, Miguel Matamoros, Celia Cruz, Bebo Valdés... Y mirándole a los ojos a músicos, compositores y arreglistas de calibre como Arturo Sandoval, Paquito D'Rivera o Jorge Luis Piloto.
Los primeros meses de 2014 han sido brutales. De cuajo Dios se ha llevado a Paco de Lucía, García Márquez, Cheo Feliciano y Sonia Silvestre.
Ahora se va Juan Formell, quien en 2013 ganó un Grammy Latino por su obra. Un peso pesado que marcó un antes y un después en la música cubana.
Se llamaba Juan Formell, un mulato inquieto que almorzaba y comía música. En 1957, con solo 15 años, ya era acompañante de orquestas de televisión y cabarets.
Hacia 1968 tocaba el bajo en la agrupación del guantanamero Elio Revé, padre del changüí oriental. Fue en las navidades de 1969, cuando Formell apostó por abrirse paso en el enmarañado mundo de la música con su propia agrupación y un sonido innovador.
Luego de estrujarse la cabeza para endosarle un nombre pegajoso a la orquesta, se decantó por bautizarla con una consigna que insistentemente se escuchaba en los medios cubanos.
Manolo Ortega, locutor de la televisión nacional, al referirse a la zafra de los 10 millones, siempre repetía una muletilla, “de que van, van”. Al músico habanero le gustó la expresión cacofónica.
Nació así la orquesta Van Van. De lo poco bueno que quedó de aquella etapa, donde a golpe de voluntarismo y disparates económicos, Castro intentó tomar el cielo por asalto.
Ya para el verano de 1970, Formell, genio en estado puro, había creado el 'songo', en consorcio con el percusionista José Luis Quintana, alias Changuito. Un ritmo afrocubano derivado del son que sonaba diferente al introducir instrumentación electrónica. El grupo era lo más parecido a una charanga con bajo eléctrico, dos flautas, percusión y batería.
Cuando Los Van Van comenzaron a desbordar exigentes plazas bailables de la capital como el Salón Rosado o La Tropical, la cultura cubana vivía un período gris.
El más ramplón realismo socialista hacía olas y el Estado, dueño de fincas y del futuro, parametraba a los músicos según la lealtad política o el torpe oído de los burócratas del Partido.
Pero Formell supo sortear ese inmenso iceberg estatal. Sus montunos y guarachas siempre tuvieron un sabor propio. Tal vez cercano al pop, pero cuando se calentaban los instrumentos y a los bailadores se le iban los pies, las suspicacias de los censores del régimen, de que Van Van sonaba a "banda capitalista", se alejaban.
Creador a tiempo completo, Formell siguió inventando ritmos. En 1982 crea el exitoso baile del ‘buey cansao’. Una fusión del songo con la síncopa de la conga de salón y el cadencioso balanceo de los ritmos caribeños.
Fue todo un éxito. Antes que se destaparan los periodistas independientes, blogueros alternativos y disidentes incisivos en Cuba, las composiciones de Juan Formell eran crónicas musicales que se bailaban y generaban reflexión y polémica a pie de calle.
La canción 'La Habana no aguanta más' denunciaba el exceso de población, dos millones de habitantes, en una urbe diseñada para 600 mil personas. 'Artesanos del espacio', más conocida por La barbacoa, recordaba las duras condiciones de vida de la gente en barrios marginales.
Su música no estuvo salpicada por la denuncia política o la protesta social. No se trataba de eso. Pero introdujo sutiles guarachas donde intercalaba un ritmo contagioso con historias del panorama local, como 'La titimanía' y 'No soy de la Gran Escena', entre otras muchas.
Probablemente fue Juan Formell el más grande creador de música popular después de 1959. No tenía la voz de Benny Moré ni era un virtuoso como Chucho Valdés.
Pero está ahí, en primera clase, sentado al lado de María Teresa Vera, Arsenio Rodríguez, Sindo Garay, Miguel Matamoros, Celia Cruz, Bebo Valdés... Y mirándole a los ojos a músicos, compositores y arreglistas de calibre como Arturo Sandoval, Paquito D'Rivera o Jorge Luis Piloto.
Los primeros meses de 2014 han sido brutales. De cuajo Dios se ha llevado a Paco de Lucía, García Márquez, Cheo Feliciano y Sonia Silvestre.
Ahora se va Juan Formell, quien en 2013 ganó un Grammy Latino por su obra. Un peso pesado que marcó un antes y un después en la música cubana.