Kevin Casas-Zamora, secretario general del Instituto Internacional para la Democracia y la Asistencia Electoral (IDEA, por sus siglas en inglés) y exvicepresidente de Costa Rica, es un apasionado investigador de la gobernabilidad democrática en el mundo. De padre cubano, el politólogo tico reside actualmente en Estocolmo, sede principal de IDEA.
Este jueves visitó la Casa de América, en la capital de España, para presentar los resultados del Estado Global sobre la Democracia. Cuba, Venezuela, Nicaragua y Haití aparecen en esta lista como “regímenes autoritarios”. Sobre todos estos temas habló distendidamente con Radio Televisión Martí.
¿Qué opina sobre las recientes declaraciones de Francia Márquez, vicepresidenta de Colombia, quien ha dicho que Cuba no es una dictadura, pero su país sí lo era?
Es desafortunado lo que dijo. Me parece equivocado. En el caso de Colombia, la elección del presidente Petro, cualquiera que sea la opinión que uno tenga de él y del proyecto político que encarna, el hecho de que la izquierda haya finalmente llegado al poder por la vía electoral, tiene que ser visto como un progreso.
Es una señal de buena salud de la democracia colombiana, que está sentada sobre un mar de inequidad y problemas estructurales muy profundos. Siempre he tenido una aversión profunda por un tipo de discurso que, históricamente, le ha hecho muchísimo daño a América Latina. Es esa majadería de decir que las elecciones y los parlamentos son formalidades, pero no son la democracia real.
Las formalidades de las democracias tienen efectos reales. Y tienen tantos como hacer posible la elección —que hubiera sido impensable en Colombia en el pasado— de un proyecto político de izquierda.
Colombia es una democracia imperfecta, pero es una democracia. No tengo ninguna duda. De la misma manera que no tengo ninguna duda de que Cuba no lo es.
El próximo 26 de marzo, hay “elecciones generales” en Cuba, con candidatos designados por el PCC. ¿Es Cuba una “democracia de partido único”, como dijo una vez la alta representante de la Unión Europea, Federica Mogherini?
No, no es una democracia. Para tener una democracia, lo primero son elecciones dignas de tal nombre; un entorno en el que sea posible disentir, sin pagar un precio y sin acabar con los huesos en la cárcel. Un entorno en el que sea posible que la sociedad se organice para demandar cosas de quienes están gobernando. Nada de eso existe en una forma tangible en Cuba. Podemos tener una discusión sobre la evolución posible y las opciones que existen para el futuro de Cuba, pero decir que Cuba es una democracia de partido único, no es más que una perversión de los términos.
Hay un movimiento mundial que exige la excarcelación de los presos políticos en Cuba… ¿Sería ése un gesto suficiente para retirar algunas sanciones a la isla?
Si usted me pregunta si eso sería lo que tiene que pasar para normalizar el juicio que uno tenga sobre la naturaleza del sistema político de Cuba, no. Eso no convierte a Cuba en un sistema que merezca tener la etiqueta de abierto, que respeta la soberanía popular y en el que uno pueda decir que el pueblo cubano ha decidido cómo quiere vivir.
Ahora, hay otras cosas. Estados Unidos mantiene a Cuba en la lista de países promotores del terrorismo. A mí me parece una majadería. Además, cuántas décadas más tienen que pasar para convencer[se] de que el embargo económico no ha producido mayores resultados y de que, por el contrario, ha generado una locura. Lo que ha hecho el embargo es introducir un irritante en el centro de la relación entre Estados Unidos y América Latina, que distorsiona el resto de la discusión.
Estamos en España. En el último período, la política española hacia Cuba ha sido silenciosa. Hay quienes creen que las inversiones hoteleras y los intereses económicos han pesado más que una política coherente de derechos humanos. ¿Qué opina al respecto?
No cabe duda de que, para España, lo que pasa en Cuba es una cosa muy sensible. Es difícil trazar una raya que le señale a usted hasta dónde debe llegar el involucramiento. España tiene que ser capaz de tener un diálogo respetuoso con Cuba, en el cual no renuncie a sus principios, en el cual sea capaz de defender valores de derechos humanos.
Trabajar, en la medida en que sea posible, como en tantos otros lugares donde hay gobiernos autoritarios, con la sociedad civil, los periodistas, con la gente de a pie. Eso es mucho más importante que andar dando monsergas sobre la democracia a un régimen que, claramente, no tiene ningún interés en oírlas.
¿Cuáles son los retos prioritarios de la democracia en América Latina?
El reto más importante en América Latina, con respecto a la democracia, es evitar que se tire por la borda el logro más importante de la región en el último medio siglo. Una región en la que hasta hace poco el poder se dilucidaba en los cuarteles militares o en el monte, y que decidió que, para empezar, la vía electoral era la única legítima para acceder al poder.
Es una transformación histórica, cultural y social de una dimensión enorme. Y está en riesgo, porque estamos viendo una consolidación de proyectos autoritarios en países como Nicaragua y Venezuela.
Lo estamos viendo en El Salvador y en la crisis de Perú. Hay una degradación de la calidad de la democracia. Y también un estado de permanente descontento que define el paisaje político de América Latina en este momento.
La región tiene que decidir cómo se enfrenta a ese descontento. Si lo canaliza abrazando los discursos populistas y los proyectos de los iluminados mesiánicos que ofrecen soluciones fáciles a problemas muy complejos, degradando la democracia en el proceso, o si lo canaliza a través de procesos de diálogo político y social para hacer las transformaciones.
En el caso de Nicaragua, hay determinadas resistencias en Brasil, Argentina y otros gobiernos democráticos para condenar abiertamente la represión…
Lo de Nicaragua es una tragedia que ha sucedido a plena luz del día. Lamento muchísimo la incapacidad de América Latina, o su falta de voluntad, para llamar las cosas por su nombre. Lo acabamos de ver con la reacción regional inicial frente a la decisión terrible que tomó el gobierno de Daniel Ortega de cancelar la nacionalidad a 200 líderes opositores.
Los países que reaccionaron inicialmente para acogerlos fueron España y Estados Unidos. Después, en virtud de la presión, Chile, Argentina y otros reaccionaron y finalmente anunciaron que concederían la nacionalidad a quienes se habían convertido, de la noche a la mañana, en apátridas. Eso dice mucho de dónde está el reflejo democrático. La región ha desarrollado una gran renuencia a defender valores democráticos que deberían ser muy centrales.
En una parte de la izquierda latinoamericana, hay un reflejo antiliberal —y antiyanqui también—, que los hace reaccionar de una manera muy desafortunada. La causa de la democracia en América Latina no tiene nada que ver con Estados Unidos, sino con las luchas por las cuales murió un montón de gente, para hacer posible que hubiera sistemas democráticos dignos de ese nombre.
En el caso de la guerra de Rusia contra Ucrania, el gobierno de Brasil mantiene la equidistancia (antes con Bolsonaro y ahora con Lula). ¿Por qué parece no importar esta situación a América Latina?
Me parece una cosa muy extraña. En Ucrania no están simplemente en juego los valores democráticos. Lo que está sucediendo es un intento, por parte de un régimen autocrático, de matar de raíz cualquier simiente de un proyecto democrático en un país vecino.
Pero es mucho más que eso lo que está en juego: los valores de la carta fundacional de Naciones Unidas. La idea de que un país no puede simplemente invadir a otro para negar su existencia, que es lo que está pasando entre Rusia y Ucrania, debería ser compartida por todos. Y América Latina debería ser capaz de decirlo, sin ambages. Hay una carga histórica, por parte de un sector político, de no ser visto demasiado alineado con Estados Unidos. Pero, en este caso, no son preocupaciones de Estados Unidos las que están en juego. Son valores que deberían ser compartidos por todos.
Foro