Por respeto a Su Santidad, por no poner la podrida, por lo que sea, preferiría no tener que decir que, contrario a lo que refiere cierta prensa extranjera, no he percibido expectativas ni demasiado entusiasmo entre mis compatriotas por la visita del Papa Francisco. Más bien lo que he escuchado son bromas, algunas bastante irreverentes sobre las papas que no hay en los mercados, y muchos comentarios entre escépticos y cínicos.
Y que no me hablen de las misas multitudinarias. También las hubo cuando vinieron Juan Pablo II y Benedicto XVI. No se discute que los cubanos somos mayoritariamente católicos. A nuestra manera, pero lo somos. Incluso y sobre todo, los practicantes de la santería, casi todos bautizados y que rezan el Padre Nuestro y el Ave María y al menos tres o cuatro veces al año –los días de la Caridad del Cobre, Santa Bárbara, San Lázaro y la Virgen de Las Mercedes- van a la iglesia, a pesar del disgusto de algunos curas por lo que consideran “supercherías paganas”.
No tomamos a la ligera la bendición papal, pero tampoco esperamos milagros. Ni hay por qué exigirle al Papa que vive en Roma lo que los cubanos no hemos sido capaces de hacer: cambiar para bien las circunstancias de nuestro país.
No hemos sido capaces de hacerlo, entre otras razones, porque la dictadura, que se decía marxista-leninista, materialista y atea, durante décadas nos mantuvo alejados de Dios, que era quien único nos podía curar el miedo y darnos valor.
Más allá de orar por nosotros y de bendecirnos, que no es poco, qué más puede hacer el Papa, al que aun -¡ay, Violeta Parra!- le siguen degollando a sus palomas por doquier en este mundo cada vez más egoísta y pragmático.
Era sabido que el régimen iba a manipular la visita papal para llevar las aguas a su molino (¿rojo?). Y que la jerarquía católica nacional, a cambio de espacios en el muy terrenal reino neo-castrista, seguirá en su baboseo y su alcahuetería con el régimen, sin definir exactamente qué se propone. Aunque ya quedan pocas dudas de que se contentará con que le permitan construir algún templo, abrir seminarios, organizar cursillos para cuentapropistas, seguir publicando la revista Palabra Nueva, que le devuelvan algunas propiedades confiscadas y le concedan de vez en cuando un tiempo en la TV.
Ni las tres visitas papales ni el viento en popa que hoy sopla a favor de las relaciones entre el estado cubano y la Iglesia Católica nos devolverán las veces que no pudimos orar en las iglesias, los niños que no se pudieron bautizar y las navidades que no pudimos celebrar. Pero no hay que dramatizar. Simularemos lo mejor que podamos el perdón a los agravios y seguiremos tan católicos “a nuestra manera” como siempre. Amén.
Este artícuo fue publicado en Cubanet