Luis Felipe Rojas es, además de poeta y periodista, es una de esas personas puestas en el mundo para alegrarnos la existencia con esa "alegría de porque sí", uno de los dones que le ha tocado repartir entre sus semejantes. Esta semana, Rojas responde las preguntas de "Dile que pienso en Ella..." de la misma manera en que se instaló en la vida: para ser "Él mismo" en cada circunstancia.
Desde que llegó a Miami, Rojas se desempeña como periodista en Radio Televisión Martí.
¿Cuál fue el detonante que te impulsó a marcharte de Cuba?
La asfixia: personal y familiar. Ver a mis hijos vivos, pero sin vida; a mi madre sufriendo por la persecución policial contra mí. Me fui en 2012. Diez años antes había comenzado en el periodismo independiente en Encuentro en la Red, que luego continué en Diario de Cuba. La imposibilidad de mantener mi propio ritmo, de hacer mi periodismo en un lugar tan hostil y ya impropio como el oriente de Cuba. Por eso me fui.
La primera luz la vi en un pueblo de nombre tan lindo como San Germán y lamentaré toda la vida que allí empezó mi huida final de Cuba.
¿Qué esperabas encontrar del “otro lado”?
Todo. Cuando me fui rompí todos los lazos. Me fui con una venda en los ojos, me fui de Cuba con una mordaza (casi literalmente) contra mi pensamiento libre, y siempre esperé respirar aires de libertad. Sabía que venía a Miami, a encontrarme con el mito y a mezclarme en él. Quería encontrar la música, la comida y las voces que sonaban siempre en las conversaciones prohibidas. Cuando llegué a Estados Unidos recuperé decenas de libros que había perdido en un registro policial que hicieron en mi casa. Aquí me regalaron discos que durante mi primera juventud veía pasar de mano en mano. Aquí descubrí que muchas cosas pueden oler a “nuevo” todos los días.
Yo quería que mi mujer, Exilda Arjona, volviera a reír como el día en que la conocí. Miami me dio lo que la represión me había quitado: la sonrisa de mi mujer.
¿Qué encontraste?
Encontré la historia prohibida, abrazos de gente que apenas me conocían por medio de las redes sociales o los escritos en mi blog. Encontré el camino a la civilidad en medio de otros caminos. Aquí he conocido gente que sale todos los días a luchar la vida y regresa a casa sabiendo que si hoy el día no resultó, mañana puede ser. En este país mucha gente está enfocada porque, tarde o temprano, terminan haciéndose con su sueño particular.
Miami tiene un sonido propio y aunque tanta gente denigre la ciudad, desde que puse un pie en el aeropuerto y aspiré los primeros olores, supe que había llegado al lugar que me estaba esperando toda la vida.
El abrazo y la aceptación de viejos exiliados, y la posibilidad de intercambiar y ponerme a tono en un lugar que me sigue enamorando.
¿Qué has aprendido durante el proceso?
A reencontrarme con la disciplina. El calor, la peste y la bulla terminan relajándote la vida. Estar en el país que es una de las maquinarias que mueve el mundo, te da muy pocas posibilidades de entretenerte.
A respetar al Otro y a esperar porque, tarde o temprano, terminas haciéndote con un espacio. He aprendido que ningún acto mío va a dejar de tener consecuencias para mis hijos y mi esposa, para la gente que me quiere… y para mí.
¿Qué es para ti La libertad?
Dejar, por fin, de mirar al pasado. Soy un hombre libre, he adquirido mi segunda ciudadanía (la cubana no me la quita ningún régimen) y eso me lleva al ‘corpus’ de la legión de hombres y mujeres libres del mundo, eso me hace más responsable porque, aunque muchos lo ignoren, ser acogido como un refugiado político te ata de por vida a cualquier lucha por la libertad, en cualquier país del mundo.
Tenía (y tengo) una patria, pero no es libre; ahora tengo las dos cosas.
¿Las experiencias vividas han cambiado en ti el concepto Patria? ¿Piensas a menudo en “Ella”?
Sí, cómo no. Siempre trato de evitar las cursilerías pero termino cayendo en ellas y no dejo de aferrarme a las palabras “quinqué”, “plátano”, “guardarraya”, “héroes” y “Manzanillo”. Me gusta la palabra Manzanillo porque allí siempre voy a dar al mar, al olor a pescado y a la gente fresca.
Cuando era niño me emocionaba con los versos de José Martí, pero no hallaba nunca una explicación para esto… Ahora, cuando veo a los americanos ponerse pétreos ante la música y la letra del himno nacional, lo entiendo mejor. Sigo siendo cursi en estas cosas, pero ya no me avergüenzo, no tengo tiempo ya para eso.
Para mí “Ella” es Cuba y un pueblo oloroso a “melao” una vez al año. Pero es también los libros que nunca me va a devolver la policía. Pienso en la patria y escucho mis pasos, corriendo por los trillos de las maniguas donde me crié. El que no quiera ser cursi, que se aleje de eso que fue amansando como Patria, lo demás es pose y altanería.