Manuel Ballagas. Poeta, escritor, periodista y consultor de medios nacido en Cuba es, además, uno de los fundadores de Radio Martí. Invitado de lujo, este hombre serio y sensible llega a Dile que pienso en Ella para compartir con nosotros algunas de sus duras experiencias.
¿Cuál fue el detonante que te impulsó a marcharte de Cuba?
Me atrevería a decir que yo no me marché, sino que me expulsaron. Cierto es que busqué asilo, junto con mi esposa e hijo, en la Embajada de Perú en La Habana, en abril de 1980. Pero todo lo que vino después, los actos de repudio, el asedio, los empujones, las patadas, los escupitajos, y sobre todo, los gritos de “¡Que se vayan! ¡Que se vayan!”, que nos persiguieron hasta una embarcación en el puerto de Mariel, califican claramente como un destierro dictado por el Estado cubano. Años antes, además, se me había enviado a la cárcel por el delito de “escribir cuentos, poemas, novelas, ensayos y artículos” con el fin de destruir a la revolución cubana. Después de pasar varios años en la cárcel y permanecer bajo libertad vigilada otros más, las alternativas eran pocas: o me iba yo o me expulsaban ellos. Y así fue.
¿Qué esperabas encontrar del “otro lado”?
Francamente, sólo esperábamos escurrirnos de la persecución implacable que hacía tiempo se cernía sobre nosotros. Escapar del asedio de los comités de vigilancia y de la Seguridad del Estado. No pensábamos en ningún sitio en particular. En un principio, se creyó que los asilados en la embajada terminaríamos en Perú o en Costa Rica, pero cuando se hizo evidente que iríamos a Estados Unidos, el destino no me pareció una incógnita. De niño, yo había vivido e incluso ido a la escuela en varias ciudades de este país, donde además, residían mi madre y otros parientes. Hablaba inglés antes de montarme en el bote.
¿Qué encontraste?
El Miami al que llegamos no era el que yo recordaba de los años 50. La ciudad se había cubanizado mucho y mi reencuentro en ella con gran parte de mis familiares fue algo muy grato. También hallé una comunidad atrincherada y próspera, dispuesta a acogernos, a veces con reservas, pero en general de forma muy generosa. Enseguida encontré empleo en un diario local y luego en una emisora de radio. Todas esas circunstancias amables contribuyeron a asimilarme pronto al nuevo entorno. Sólo al cabo de unos meses, cuando me di cuenta de que no habría regreso, fue que me sentí verdaderamente exiliado. Pero eso pasó.
¿Qué has aprendido durante el proceso?
He aprendido que el tiempo cuenta y no pasa en vano. Envejecemos, como es de esperar, pero también echamos raíces -y fuertes- en los sitios adonde nos transplantamos. Al forjar una nueva vida, nos deshacemos de la vieja. Como escribió un lejano ancestro mío, el novelista Cirilo Villaverde: en Estados Unidos “... reformé mi género de vida: troqué mis gustos literarios por más altos pensamientos; pasé del mundo de las ilusiones, al mundo de las realidades; abandoné, en fin, las frívolas ocupaciones del esclavo en tierra esclava, para tomar parte en las empresas del hombre libre en tierra libre”. Mi memoria antigua es custodia ahora de mis experiencias cubanas; pero mi memoria reciente, desde la cual incluso escribo mi obra, es crecientemente estadounidense. Es por eso que hace tiempo que me defino como un estadounidense que tiene al castellano como primer idioma. Y no creo que sea una excepción sólo por ser alguien de origen cubano. Uno de los secretos más evidentes es la mucha literatura estadounidense que desde hace tiempo se escribe en español. Soy parte de esa tendencia y eso me alegra.
¿Qué es para ti la libertad?
No tener que pedir permiso al Gobierno para nada. O para casi nada.
¿Las experiencias vividas han cambiado en ti el concepto Patria? ¿Piensas a menudo en “Ella”?
Creo que ya lo he dicho en otra parte, pero ahora lo repito: patria no es donde naces, sino donde hallas tu felicidad.