Entre las páginas de las Obras Completas de José Martí hay una novela escondida, una novela soslayada por la crítica, que favorece los textos graves y ha conseguido que el escritor sensible e imaginativo desaparezca detrás del caviloso, sumándose a aquéllos que, añadiendo altura al pedestal donde lo situó la Historia, lo apartaron de la tierra, pedestal suficiente para quien advirtió que su destino sería crecer bajo la hierba.
La categoría de “novela” que exhibe este texto se la dio su autor, e hizo bien en dársela, porque hay quien sólo ve novela donde hay ficción y abundancia de papel y tinta, cuando “novelar” es también contar sucesos reales que, por asombrosos, parecieran no serlo.
Martí desaparece detrás de un seudónimo, “La América”, revista neoyorkina donde colaboró y de la que llegó a ser director entre 1883 y 1884, y haciéndose pasar por ella, asegurando que es la publicación y no él quien presencia los sucesos que se dispone a narrar, sale en busca de los datos que necesita, contempla a sus personajes en acción, se identifica con ellos y procede a dar cuenta emocionada de lo que es testigo.
Lo extraordinario de Una novela en el “Central Park” no es ella misma sino la decisión de Martí --un desterrado abatido por preocupaciones de toda índole y de no escasa magnitud: económicas, familiares, matrimoniales, patrias, de salud— de escribirla. Nadie que no se haya topado con ella en uno de los tantos volúmenes de sus Obras Completas, o que practique la lectura indiferente a las singularidades delatoras de un estilo, se arriesgaría a atribuírsela, porque tanto se ha alejado a Martí de Martí que cuesta trabajo entreverlo pendiente de las angustias, habilidades y conquistas de un par de animalitos salvajes en un árbol de Nueva York; tanto trabajo como imaginarle llamando “novela” a un texto que apenas ocupa algo más de una cuartilla.
Una novela en el “Central Park” tiene subtítulo: Inteligencia de las oropéndolas, porque son estas aves, de plumaje amarillo y alas y cola negras, sus protagonistas. El oro del nombre no pasará inadvertido al autor: le servirá para aureolar la última frase de su narración. Las primeras sitúan al lector en el lugar de los hechos:
“La América” suele, para reparar en el comercio de la Naturaleza las fuerzas que se pierden en el de los hombres, salir a paseo por donde hay árboles coposos: y gusta de ver cómo los soles del verano disponen de igual manera al amor a los hombres y los pájaros, y cómo éstos revolotean en torno de las ramas, cual las imágenes, sueltas por el aire a modo de halcones de cetrería, danzan y giran, de vuelta de sus excursiones, en torno de la frente.
Imagínese a la revista, y no a Martí, huyendo del tráfago metropolitano y refugiándose entre la floresta del Parque Central, cuya compañía le devuelve el vigor. Imagínese al verano dotado de varios soles peritos en el arte de despertar en las criaturas la necesidad de acoplarse. Y adviértase la similitud entre las aves que vuelan alrededor de las ramas y las imágenes que flotan ante los ojos del poeta: la intranquilidad es común a todas pero sólo las primeras son visibles al resto de los hombres; las segundas no lo serán a menos que el vidente las traduzca en palabras.
A diferencia de las oropéndolas, las visiones que rodean a Martí son aves rapaces, halcones de cetrería, cuya presa no puede ser otra que él mismo. Pienso en uno de sus apuntes: Los pájaros pían alrededor de mi ventana, como caen sobre la fruta madura, la fruta que ya van a morder. ¿El poeta comido por la poesía? Y reparo en la palabra “excursiones”: alguna ironía hay en ella. Cuando las imágenes no están, el poeta no es.
Por los lugares menos concurridos del “Central Park” suele pasear La América: que más le contentaría andar por selvas naturales, libres y robustas, que por jardines mondados y pulidos. Y allí tuvo ocasión de ver dos pajarillos que por su discreción se han hecho famosos. La oropéndola es ave diestra e inteligente, y esta pareja de ellas lo es mucho.
Parecía que se veía trabajar al propio pensamiento cuando se les veía hacer su nido: como la observación va cogiendo hechos, y vaciándolos en la mente, que los reúne y trenza, y da luego en idea compacta y sólida, así recogían las oropéndolas hojas fibrosas, pedúnculos y gramas, y trabajaban su nido con ellas.
La revista califica de “discreta” la conducta de las aves, y hay que sonreír cuando atestigua que a esa virtud deben su celebridad. Pero no puede ser la revista, sino Martí, quien descubre en el arte de fabricar un nido, en el laboreo meticuloso de la pareja alada, una representación de la actividad intelectual.
Iban y venían, como copos de oro, y como el pico, mayor que la cabeza, lo tienen ancho y recio, y son diligentes y busconas, el nido iba de prisa. Pero a poco observaron que la rama de que lo habían colgado era muy débil y se venía al suelo, a punto que ya tocaba el césped: lo que da miedo singular a las aves que, espantadas acaso del tiempo en que vivieron sobre la tierra, no quieren que sus hijos nazcan en ella, y se interrumpa su camino al cielo.
La desazón de las aves recuerda la que debió de sentir da Vinci cuando apenas concluido el mural de “La última cena” vio cómo el óleo untado al yeso comenzaba a descascarillarse.
Pero lo más admirable es la causa del pavor de las oropéndolas, que no es tanto la posibilidad de que el nido caiga al suelo y, al golpearlo, se deshaga, sino que sus crías nazcan a ras de tierra, de la que las aves todas tienen un mal recuerdo, y que ese percance les impida aprovechar el trámite evolutivo que, además de distanciarlas de ella, permitiéndoles permanecer en el aire y en las copas de los árboles, las sitúa rumbo a ámbitos superiores no sólo en el plano físico sino en aquel otro, celeste también, donde los bienaventurados gozan de la presencia de Dios. La eclosión de los huevos a ras de tierra significaría un retroceso en la fuga de las aves a las esferas más altas, un retraso en su viaje al Paraíso.
Una novela en el “Central Park” no fue una obra por entregas, pero las columnas de los diarios digitales no están hechas para soportar mucho peso y ésta no quiere encorvarse como la rama escogida por las oropéndolas. El desenlace, la próxima semana.
Martí desaparece detrás de un seudónimo, “La América”, revista neoyorkina y haciéndose pasar por ella, asegurando que es la publicación y no él quien presencia los sucesos que se dispone a narrar. El autor rescata y comenta una novela en miniatura de José Martí